Katharine Hepburn, hija de una familia de
la mejor sociedad americana, del patriciado del Este, estaba en posesión de
todas las cualidades necesarias para triunfar en el Show Business. Era hermosa, inteligente, tenía ingenio y talento.
Muy pronto cautivó a directores, productores y otros peces gordos del negocio.
Fue amante de Howard Hughes y de John Ford, e íntima amiga de George Cukor. En
los teatros de Broadway y en los estudios de Hollywood la admiraban desde el
guardia de la puerta hasta el último figurante…
Pero
de puertas afuera la cosa era muy diferente. En el negocio del cine triunfa
quien tiene éxito entre el público, y lo cierto es que al público americano le
costó mucho aceptar a aquella señorita tan estirada de la alta sociedad con su
dicción perfecta y sus maneras sofisticadas. Se llegó a decir de ella que era
veneno para las taquillas. Su intervención en La fiera de mi niña de Howard Hughes, que después se convertiría en
todo un clásico admirable, resultó un rotundo fracaso en su estreno. La gente
corriente habría preferido que el simpático caradura de Cary Grant, por
entonces todo un ídolo de multitudes, se hubiera enamorado de una muchacha
“normal”, una secretaria o una camarera, y no de esa especie de milady atildada
que hablaba francés y ni siquiera parecía americana.

Próxima
entrega: Cary Grant
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