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martes, 30 de octubre de 2018

ROBERT TAYLOR, EL HOMBRE DEL PERFIL PERFECTO




Pues si, Robert Taylor fue el galán hollywoodiense con mejor perfil de la edad dorada. Los uniformes (todos los uniformes) le sentaban como un guante. Con eso, su sonrisa y muy poco más fue capaz de enamorar a las espectadoras de los cinco continentes. Bogart, Steward, Cooper, Gable, Grant, todos... eran probablemente mejores actores que él, pero él era el más guapo, el mejor afeitado y el del bigotillo más sexy. Entonces no se llevaba todavía ese efecto visual de hacer que los dientes brillaran con un destello al sonreír. A Robert Taylor eso no le hacía ninguna falta, el destello era natural en él. ¡Quién no le recuerda con aquel uniforme de oficial y bajo aquella lluvia inmisericorde de El puente de Waterloo! ¡Quién olvidará su atractiva imagen de centurión romano subido a la cuadriga en Quo Vadis!
Bueno, en todo caso el físico no lo es todo (al menos así nos consolamos los tipos algo más pintorescos). Lo cierto es que los trabajos de Taylor no pasarán a los anales de los grandes talentos interpretativos, y hasta esa imagen de galán de los cuarenta, acabó pasando de moda como acaba casi todo en esta vida. ¡Qué vamos a hacerle!
Para recordar a Robert Taylor traemos a nuestra peculiar Linterna Mágica el enlace a un video homenaje al actor a base de fotogramas de sus películas y buena música como acompañamiento. Clic en la ilustración y listo. A disfrutar unos minutos de nostalgia y de recuerdo.

Próxima entrega: Melvyn LeRoy





sábado, 27 de octubre de 2018

MARTIRIO DE SANTO DOMINGUITO DE VAL



Dominguito de Val era un infante de coro de siete años, hijo de Sancho de Val, notario, y de Isabel Sancho, sus labores. Estamos en la Zaragoza de mediados del siglo XIII. Si nos atenemos a lo que enseñan las series de televisión, en aquel tiempo, en Zaragoza lo mismo que en Toledo, reinaba una paz idílica. Era una sociedad en la que convivían felizmente cristianos, moros y judíos. En los últimos años parece que ha hecho fortuna una especie de “pensamiento Alicia” que nos pinta una España de las tres culturas donde llovían pétalos de rosa, y todos eran buenos, felices, comían perdices en el desayuno, el almuerzo, la cena, y a los chiquillos les ponían las perdices entre el pan para merendar.


Pero, ¿era así de verdad? Veamos. Según la crónica, un judío de nombre Albayuceto, que también, vaya nombrecito, raptó al pobre Dominguito. Hacía tiempo que un grupo de judíos de la aljama zaragozana (sin duda resentidos porque los cristianos eran altos, rubios, de ojos azules y guapetones; mientras que ellos iban encorvados, tenían la nariz ganchuda, la mirada torva, y eran más feos que comer con gorra), abrigaban el secreto proyecto de repetir de forma ritual la pasión de Cristo, simplemente para hacer escarnio de la fe cristiana, y pasar un buen rato martirizando a algún inocente, que era lo que más les gustaba hacer por las tardes, al salir del trabajo, donde se dedicaban, como todo el mundo sabe, a la usura.


Una vez raptado el niño, lo escarnecieron, lo flagelaron, y luego lo crucificaron con unos clavos tremendos en una pared de la iglesia de San Miguel de los Navarros. Le alancearon el costado, como al Redentor, y no contentos con eso, le decapitaron, le amputaron manos y pies, echaron sus despojos en un saco, y los tiraron al Ebro como si fueran un desperdicio. Corría el 31 de agosto de 1250. Unos barqueros que acertaron a pasar, viendo unas extrañas luces, se acercaron a la ribera y descubrieron el cadáver. Fueron depositados sus restos en la iglesia de San Gil Abad, y más tarde en la catedral de La Seo, en una capilla dedicada al infante mártir, donde todavía pueden venerarse. El pequeño santo fue canonizado. Ejerce el patronazgo de los monaguillos y de los infantes de la escolanía de la ciudad, conocidos mundialmente como infanticos del Pilar, unas voces blancas y cristalinas admirables. Como dicen Les Luthiers, “escúchelos antes de que crezcan”.


Así nos narra el martirio la crónica de la época. Como lógica consecuencia, una muchedumbre legítimamente enardecida arrasó la judería de Zaragoza, degollando a hombres, mujeres, niños, caballerías, y resto de animales de pelo y pluma. Y es que, como razonaban algunos de los que portaban antorchas y cuchillos cabriteros: ¡estas no son formas de convivir en armonía, caramba!
El de Dominguito no fue un caso único ni mucho menos. Entre los despiadados asesinatos de niños perpetrados por judíos (y vengados después reglamentariamente) cabe añadir en España los casos del Santo Niño de La Guardia y el Santo Niño de Sepúlveda. Y en el resto de Europa destacan el del niño Guillermo de Norwich de 1144, y el del niño Hugo de Lincoln, de 1255. En el correspondiente artículo de wikipedia, aparecen en toda Europa, seis casos en el siglo XII, quince en el XIII, diez en el XIV, dieciséis en el XV, trece en el XVI, ocho en el XVII, quince en el XVIII, y nada menos que treinta y nueve en el XIX. Véase pues qué fiebre asesina dominaba a los seguidores de la Ley Mosáica.


Alfonso X el Sabio, ese rey que últimamente se nos presenta como ejemplo de tolerancia y convivencia pacífica, escribe: Et porque oyemos decir que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, o faciendo imágenes de cera et crucificándolas cuando los niños non pueden haber, mandamos que, si fama fuere daquí adelante que en algún lugar de nuestro señorío tal cosa sea fecha, si se pudiere averiguar, que todos aquellos que se acercaren en aquel fecho, que sean presos et recabdados et aduchos ante el rey; et después que el sopiera la verdad, débelos matar muy haviltadamente, quantos quier que sean. (Alfonso X el sabio. Partidas, VII, XXIV, ley 2).


La mayor parte de los historiadores modernos encuadra el martirio de Santo Dominguito de Val y el resto de casos similares, en el llamado Libelo de sangre, especie de conspiración literaria de propaganda antisemita, del que también formaría parte el célebre Protocolo de los sabios de Sión. Otros sin embargo, han dado y siguen dando crédito a estas historias. Entre los antiguos valedores de la saga de martirios de infantes, destacan además de Alfonso el Sabio, Thomas de Monmouth, Geoffrey Chaucer (autor de Los Cuentos de Canterbury), y hasta los Reyes Católicos. Entre los modernos y contemporáneos sobresalen Stalin, Hitler y el resto de nazis, así como más recientemente los islamistas radicales, muchos católicos integristas, y una legión de novelistas de éxito. Así que, como a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, el tema no les importa en absoluto, las fuerzas están más o menos equilibradas.


Por mi parte, ni quito ni pongo rey. Parece evidente que toda esa fabulación de judíos comeniños no se sostiene desde un mínimo rigor histórico. Lo que tengo claro es que hay en este mundo más hijos de puta que botellines. En nombre, con excusa, al amparo, con motivo, por causa y como consecuencia de las creencias religiosas (esas que según dicen, son tan sagradas, tan inviolables y tan constitucionales en las democracias) se han declarado más guerras y cometido más crímenes, abusos y tropelías en la faz de la Tierra, que por ninguna otra razón. Cierto que casi siempre tras el móvil religioso se ocultan intereses económicos, sexuales, políticos… En fin, siempre andan detrás del mal las pulsiones más primitivas e inconfesables. Oculto tras la máscara altruista del patriota y del creyente, está permanentemente ese mono dominante que aspira a señorear su territorio de caza y apareamiento. El hombre no es más que un gorila ávido de poder, pasta, pantallas de plasma, plazas de parking, y en suma, de todo lo que empiece por “pe” o por cualquier otra letra del abecedario.



La oportunidad llama una sola vez a nuestra puerta. Las demás veces suelen ser los vecinos. Enrique Jardiel Poncela.



miércoles, 24 de octubre de 2018

RAY BRADBURY, EL PROFETA DE UN INCIERTO FUTURO



Nacido en Waukegan, Illinois, en 1920, Ray Bradbury se trasladó con su familia siendo un muchacho a Los Ángeles, donde transcurrió la mayor parte de su vida hasta su fallecimiento en 2012. De familia humilde, no pudo cursar estudios universitarios, por lo que puede considerarse un autodidacta que se educó en librerías y bibliotecas públicas, a base de leer un sinfín de libros de todo tipo mientras se ganaba la vida vendiendo periódicos. Su colega Isaac Asimov le tuvo siempre por una de las personas más cultas e inteligentes que había conocido. Se casó, tuvo cuatro hijas, y no dejó de escribir hasta su muerte, siendo ya nonagenario. Aunque realizó incursiones (algunas muy notables) en poesía, ensayo y otros géneros, destaca como especialista en ciencia-ficción y fantasía. De hecho, junto a Asimov, Bradbury ha sido el escritor del género más laureado de todos los tiempos. Sus novelas y relatos breves están impregnadas de cierta épica muy particularmente suya. Este sello que podría definirse como bradburiano, contempla un futuro lejano en el que la humanidad vagará por el espacio en busca de una tierra de promisión que está condenada a no encontrar jamás.


Su principal y más célebre novela es la emblemática Fahrenheit 451 (1953), que hace referencia a la temperatura a la que arde el papel, y tras su publicación y sobre todo, tras su adaptación para el cine y la famosa película de Françoise Triffaux, se ha convertido en un símbolo universal de la libertad de imprenta y de pensamiento. Es también la obra favorita de su autor, como lo prueba el hecho de que la eligiera para figurar en su epitafio. En cuanto a sus colecciones de relatos, destacaremos Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), Las maquinarias de la alegría (1964) o Cuentos de dinosaurios (1983). Hoy en Biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceros el enlace para una versión digital de su relato breve Los hombres de la Tierra, un formidable ejemplo de la habilidad narrativa y el talento de Ray Bradbury. Haced clic en la ilustración y listo, a disfrutar con la sugerente fantasía de este maestro del género.

Hay que tener cuidado con los intelectuales que te intentan decir lo que debes y no debes leer. Ray Bradbury.



sábado, 20 de octubre de 2018

¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!



Esta era la frase favorita de la irascible Reina de Corazones, personaje que tanto desesperaba en Wonderland a la desesperada Alicia, la inolvidable heroína de Lewis Carroll. A una orden suya las cabezas rodaban como bolas en la bolera, mientras sus descabezados súbditos corrían como pollos sin cabeza huyendo del endemoniado carácter de su soberana estrafalaria y caprichosa. Más cabezas cortadas y más literatura anglosajona. Washington Irving y su Leyenda de Sleepy Hollow, donde un jinete sin cabeza terrorífico, aterrorizaba al pobre Ichabod Crane, asustadizo maestro de escuela, y hasta conseguía despertar a los somnolientos habitantes del Valle Dormido, holandesotes un poco bobos, con la cabeza hueca y el corazón de queso de bola. En la tradición oriental hay también cabezas cortadas. Son innumerables en ese Japón milenario y cruel hasta el infantilismo de los guerreros samurai. Recuerdo una cabeza de Las Mil y Una Noches que era capaz de seguir hablando después de separarse del tronco, para vengarse del tirano que ordenó su ejecución. La decapitación es práctica habitual entre piratas malayos y filipinos. Tanto los de ficción en las novelas de Salgari, como los reales de la Indochina y el Índico contemporáneos.


Los indígenas americanos también eran peritos en el noble arte de la decapitación. Los temibles jívaros de la selva amazónica por un irresistible impulso estético, los aztecas por motivos religiosos, y otros pueblos de Mesoamérica por simple glotonería, lo mismo que muchos africanos y no pocos melanesios. Está plagada la Historia de émulos de Hannibal Lecter con y sin taparrabos, espetando en sus asadores cabezas de viajeros, de misioneros, de sinvergüenzas, de santos y de conquistadores fracasados. Y nadie crea que en la civilizada Europa no cocían habas ni cortaban cabezas. Ahí están los patíbulos ingleses, los rusos, los españoles… ¡Qué decir de los franceses y su guillotina! ¡Mon Dieu! En los años gloriosos del amanecer revolucionario no dieron los canasteros abasto a fabricar cestas que recogieran tantas testas. Unas empelucadas, otras ilustradas, muchas insignes, y hasta algunas coronadas, entraban en la canasta con más garbo que si las hubiera lanzado el mismísimo Pau Gasol.


En Aragón y en Zaragoza podemos presumir de tener uno de los casos de decapitación con prodigio incluido, más notables que se conocen. Se trata ni más ni menos que de San Lamberto, mártir zaragozano y genuinamente baturro. De su historia existen dos versiones diferentes.

La primera se data en la frontera entre los siglos III y IV, durante la dominación romana, y concretamente bajo la prefectura de Daciano, que al parecer era un ferocísimo perseguidor de cristianos. No hay más que ver su extenso currículum de ejecutor. En Barcelona se cargó a Santa Eulalia, al obispo Severo, a San Félix Africano y al bueno de San Cucufate, que a buen seguro no pudo hacer mal alguno con ese nombre tan simpático. En Gerona acabó con la vida del obispo Poncio, de Santa Aquilina, de San Víctor diácono y San Narciso. A su paso por Zaragoza martirizó a Santa Engracia y a sus dieciocho compañeras. En Alcalá hizo ejecutar a los santos Justo y Pastor. En Toledo a Santa Leocadia. A través de su esbirro Calfurniano, asesinó en Mérida a San Verísimo y a las mártires Máxima y Julia; y en Ávila a Vicente, Sabina y Cristeta. En Córdoba se encargó personalmente de San Zoilo y sus diecinueve compañeros de martirio, y finalmente despachó a San Vicente en Valencia. Añadiendo San Lamberto a su historial, yo cuento cincuenta y ocho muescas en la culata. Esto que se sepa.

Bueno, pues al grano. Según esta primera versión, Lamberto sería un ciudadano hispanorromano de alta alcurnia, que había servido en las legiones y poseía tierras y riquezas. Habría ocupado altas magistraturas y hasta se dice que llegó a acariciar el mando supremo del poder político en las Hispanias. El caso es que se hizo cristiano, y cayó en desgracia. Naturalmente se negó en redondo a abjurar de su fe, con lo que el sanguinario Daciano halló excusa para darle matarile. Como ostentaba la ciudadanía romana no lo podían crucificar, así que lo condenaron a morir decapitado. La turba que se congregó a su alrededor le hizo objeto de las más crueles execraciones y burlas (esto del choteo público también es un clásico en cualquier martirologio que se precie). A la vez que proferían las más horribles blasfemias, le gritarían cosas del estilo de: ¿dónde está tu Dios, que no viene a salvarte? Y es que la sociedad hispanorromana estaba muy dividida con esto del paganismo y el cristianismo. ¡Menos mal que aun no existía el fútbol, porque aquí no habría quedado ni el apuntador!

A todo esto, Lamberto seguía firme en su fe y confortado como estaba por la Gracia Santificante, devolvía sonrisas por injurias y su pecho no albergaba otra cosa que compasión por sus despiadados perseguidores. Mártir y aragonés por añadidura, seguía siempre en sus trece, impertérrito y resuelto al sacrificio a ejemplo del Redentor. Rezó Lamberto sus oraciones, dio Daciano la orden al verdugo y ¡zas!, rodó la cabeza del mártir hasta separarse doce pies del resto de su cuerpo. Aplausos y vítores de la chusma excitada por la visión de la sangre. Y acto seguido el milagro: Lamberto descabezado se levanta de un salto con prodigiosa agilidad, toma su cabeza en las manos, le ordena un poco los pelos, se la pone bajo el sobaco, y montado en su jaca jerezana, galopa hasta Cesaraugusta y allí se entierra con Santa Engracia y con las demás víctimas sin ayuda de nadie, en plan self-service. A la chusma se le debió helar la risa en la boca, y lo que más llama la atención es que después de contemplar con sus propios ojos el poder del Dios de los cristianos, Daciano no cambiara de conducta, y siguiera martirizando discípulos de Cristo por las Hispanias como si nada. El tío debía ser el mismo demonio encarnado en prefecto.


La segunda versión nos sitúa unos siglos más tarde, en el medievo y en tiempo de moros. Parece algo más verosímil porque el nombre de Lamberto, claramente germánico, se ajustaría más a esa época que a la de la romanidad (repase el lector los nombres de mártires que se citaban más arriba, todos latinos, y verá que el de nuestro héroe no encajaba ni con calzador). En tiempos de moros pues, situaremos a Lamberto, un labrador cristiano, émulo aragonés del San Isidro de los madriles. Su amo, un morazo más malo que la quina, se empeñó en que Lamberto renegara de Cristo y abrazara el Islam. Lamberto, sabiendo a lo que se exponía, siguió firme en su fe sin reblar ni una pizca, haciendo oídos sordos tanto a las amenazas del moro, como a los consejos de sus amigos (¡vamos hombre, a ti qué más te da!, le decían…). Un día el moro se hartó y le dijo: te vas a enterar, chaval. Luego mandó llamar al clásico esclavo del alfanje, un negro con pinta de pívot de la NBA, pero en más rústico y más bestia, y como la Reina de Corazones, sentenció: ¡que le corten la cabeza! Dicho y hecho. El increíble Hulk empuñó la cimitarra como la Sarapova para un revés a dos manos, y arreó a Lamberto un tajo formidable que le decapitó bastante. O sea, del todo, vaya.

¿Qué sentirá alguien sin cabeza? Nadie lo sabe (o quizá sólo Jesulín de Ubrique). Por lo que sea, a Lamberto no debió agradarle mucho, así que ni corto ni perezoso, la recuperó del suelo y con ella en la mano se marchó caminando (en esta versión, siendo un labrador pobre, no le pega montar a caballo) desde el lugar de su martirio, en las afueras de Zaragoza (actual camino de Miralbueno-Garrapinillos) hasta el sepulcro de Santa Engracia y los innumerables mártires (en esto coinciden las versiones). Cinco o seis kilómetros, que entonces serían millas o leguas o vete a saber, pero que en cualquier caso, es una buena caminata hasta para un grupo de jubiladas del Picarral. Fíjate tú lo que sería para un recién decapitado con la cabeza en la mano, el cuello chorreando sangre como un aspersor y poniéndolo todo perdido.

Pero los prodigios no terminaron ahí. En 1522 el cardenal Adriano de Utrech, preceptor del emperador Carlos y mandamás religioso de la Europa de entonces, fue nombrado Papa de Roma (el último no italiano hasta Karol Wojtyla). El nombramiento (que estaba cantado porque su discípulo tenía algunas influencias) le pilló en Vitoria, así que siguiendo el curso del Ebro, viajó hasta Tortosa para embarcarse hacia Roma. A su paso por Zaragoza visitó la cripta de las Santas Masas (Santa Engracia), y los jurados de la ciudad quisieron agasajarle obsequiándole una parte del cráneo de San Lamberto. Sabían que a Adriano VI le haría mucha ilusión, porque era grandísimo devoto de un santo del mismo nombre oriundo de su tierra de Flandes. Cuenta la crónica que al abrir la urna funeraria y remover los restos, comenzó a manar de ellos abundantísima sangre, tan roja y fresca que parecía recién vertida. Llenaron con aquel bendito licor varias ampollas grandes. Una llevó con él a Roma el pontífice, y otra se conservó en Zaragoza hasta que la cripta primitiva fue destruida en 1808, siendo una de las más lamentables pérdidas del primer asedio de la ciudad por las tropas napoleónicas.

San Lamberto ocupa en los cielos un lugar de honor entre los santos mártires. Dicen que suele estar muy cerca de San Sebastián (concretamente en Rentería), aunque como el hombre es un poco distraído, a veces se equivoca de sitio, y se pone con Santa Úrsula y sus compañeras. Ellas le reprenden suavemente, y él se justifica: perdonad chicas, es que no sé donde tengo la cabeza.


-¿Cómo quedaste en el campeonato de tiro para disléxicos?
-Fui certero.
-Entonces, ¿quedaste el primero?
-No, fui certero, entre el gesundo y el tuarco.




miércoles, 17 de octubre de 2018

TINNITUS O ACÚFENOS. MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES




Seguramente unos vulgares ruidos en los oídos no merecen título tan shakespeariano, sin embargo, parafraseando al poeta de Stratford, dicho está y dicho queda, pues la verdad no calumnia.
Los acúfenos no son otra cosa que ruidos, bien de tono agudo (pitidos) o grave (zumbidos), que pueden percibirse en los oídos o sentirse, como manifiestan algunos pacientes “dentro de la cabeza”. Pueden ser continuos o alternarse con periodos silenciosos, y son muy frecuentes, sobre todo en mayores de 60 años. Se calcula que en general afectan al 10% de los adultos, y un reciente estudio pone de manifiesto que sufren acúfenos el 40% de los veteranos de las fuerzas armadas estadounidenses. Aunque no varíen de intensidad, resultan más molestos en el silencio de la noche, siendo una de las principales causas de insomnio crónico.



Entre las causas más habituales de acúfenos citaremos:


  • §     Tapones de cerumen.
  • §     Hipertensión arterial.
  • §     Infecciones del oído o de las vías respiratorias altas.
  • §     Otoesclerosis (rigidez de los huesecillos del oído medio).
  • §     Neuropatías.
  • §     Hipoacusia de percepción.
  • §     Presbiacusia.
  • §     Traumas acústicos.
  • §     Diabetes.
  • §     Patología tiroidea.
§     Ciertos medicamentos: antiinflamatorios, aspirina, atibióticos, antidepresivos, sedantes, diuréticos...

Se aconseja consultar con un especialista si el acúfeno se hace persistente, molesto o si aumenta progresivamente de volumen. En cualquier caso, conviene advertir que en ocasiones no es posible hallar la causa de este trastorno y tratarse debidamente. Son los llamados acúfenos idiopáticos o de causa desconocida, para los que no existe un tratamiento efectivo. En tales casos, no queda sino seguir una serie de consejos y recomendaciones, que a continuación vamos a detallar:


¿QUÉ PUEDO HACER CON ESTOS MALDITOS RUIDOS?


Tranquilízate. Haz lo posible por no prestar atención al ruido, por no preocuparte por él.


Evita los medicamentos capaces de producir o agravar el problema.


Evita las sustancias estimulantes: café, té, refrescos de cola, chocolate, tabaco, especias, perfumes fuertes…


No te expongas a sonidos intensos. Si trabajas en ambiente ruidoso, utiliza los protectores auditivos.


Controla tu presión arterial. Toma los fármacos antihipertensivos que te prescriban.


Limita en lo posible la sal de la dieta.


Haz ejercicio.


Procura dormir al menos siete horas. Evita la fatiga, sobre todo la fatiga mental que a veces acompaña a las situaciones de estrés.


Aprende a realizar ejercicios de relajación.


Prueba a enmascarar el zumbido con otros sonidos de nivel bajo. En ocasiones es suficiente con una radio en la mesita de noche. Esto es eficaz sobre todo en acúfenos de tono grave.


Existen aparatos que emiten lo que se llama un ruido blanco. Algunos acúfenos han desaparecido horas después de usar estos aparatos.


También los audífonos pueden ser útiles. Pueden reducir el zumbido o hasta pueden eliminarlo, al menos provisionalmente. Conviene advertir, sin embargo, que algunos audífonos, sobre todo si se utilizan a volumen elevado, pueden resultar contraproducentes, agravando y hasta provocando los acúfenos.


Los cántaros hacen más ruido cuanto más vacíos están.  Alfonso X el Sabio.



sábado, 13 de octubre de 2018

TAD DORGAN, EL INVENTOR DE UN LENGUAJE PROPIO




Thomas Aloysius Dorgan, más conocido como Tad Dorgan, porque firmaba sus trabajos con las tres iniciales de su nombre (Tad), nació en San Francisco en 1877. Fue uno de los once hermanos de la prolífica familia Dorgan, y por cierto, dos de ellos compartieron con él el talento para el dibujo. Su hermano Ike fue el autor de los grandes carteles publicitarios para el Madison Square Garden neoyorquino, y Richard o Dick Dorgan, otro de sus hermanos, fue también ilustrador y dibujante, si bien no llegó tan lejos como Tad en el mundo del cómic. Cuando sólo tenía trece años Tad sufrió un accidente y le amputaron tres dedos de la mano derecha. Comenzó entonces a dibujar como terapia, y llegó a adquirir tanta soltura con la pluma que vendió muchos de sus trabajos al San Francisco Chronicle. Más tarde se trasladó a Nueva York, y allí, como tantos otros dibujantes notables de la época, entró a formar parte del elenco que William Randolph Hearst mantenía en sus publicaciones. Además de las tiras cómicas, Dorgan se dedicó al periodismo deportivo, era un apasionado del boxeo y conocía el mundillo de los gimnasios y los cuadriláteros como la palma de su maltrecha mano. Jack Dempsey, el mítico campeón de los pesados, llegó a decir de él que era el mayor aficionado de América, pues Dorgan era capaz de recitar de memoria los resultados y duración de todos los combates celebrados durante años.

De su obra gráfica destacaremos la serie Indoor Sports, una sucesión de chistes basados mayoritariamente en el mundo del boxeo, en los que curiosamente no solían aparecer rings ni combates, sino bares, gimnasios y otros lugares donde se reunían boxeadores y aficionados. En cuanto a su vertiente periodística, Tad Dorgan está reputado como uno de los más fecundos creadores de argot americanos. Se le atribuye la invención de decenas de palabras que pasaron al lenguaje corriente de las gentes y los tipos en los ambientes que frecuentaba. Ese argot también pasó a formar parte de muchas de sus viñetas e historietas, por lo que el lector, aun manejándose bien con el inglés convencional, tendrá dificultad para comprender muchos de los sentidos y significados de los chistes.
Dorgan, ya enfermo, se retiró del periodismo y el dibujo en 1920, y falleció en 1929. En nuestra modesta antología histórica del cómic y el grafismo, os ofrecemos hoy una selección de sus trabajos más un único ejemplo de historieta de su hermano Dick (una auténtica rareza). Disfrutad con ellos.
























miércoles, 10 de octubre de 2018

MICHAEL CURTIZ Y EL LENGUAJE DE LA CALLE



Michael Curtiz llegó a Hollywood ya bastante enseñado. En su Hungría natal había dirigido más de treinta películas tanto mudas como sonoras. Cambió su impronunciable nombre húngaro por otro que los americanos pudieran recordar. Le costó unos años dominar el inglés para poder dar las debidas instrucciones a los actores y a los técnicos, y en cuanto lo consiguió su carrera ya fue meteórica. Curtiz tocó con éxito todos los géneros: aventura, comedia, drama, musicales... pero en el que destacó con mayor brillo fue sin duda en el cine negro. Los personajes y tipos populares de sus películas llegaron al público de una manera muy especial. Curtiz animó siempre a estrellas como Bette Davis o James Cagney a emplear el lenguaje de la calle, y así por primera vez los espectadores pudieron escuchar en las salas de cine hablar a los actores como si fueran verdaderos maleantes, policías o busconas. Recibió no pocas críticas por ello, pero finalmente su estilo hizo escuela y sería imitado desde entonces en multitud de películas.
Y luego está Casablanca, naturalmente. Esta mítica cinta de 1942 consagró definitivamente a Michael Curtiz como uno de los grandes cineastas de todos los tiempos.
Os dejamos el enlace (clic en la foto) para visionar un reportaje en versión original, sobre el trabajo y la filmografía de este genial director. Que lo disfrutéis.

Próxima entrega: Robert Taylor




sábado, 6 de octubre de 2018

EL MILAGRO DE CALANDA



El 25 de marzo de 1617 fue bautizado en Calanda un niño llamado Miguel Juan Pellicer Blasco, hijo de Miguel y María, destinado a encarnar uno de los más prodigiosos sucesos de que se tiene noticia. Puede decirse que ha superado el nivel de la tradición piadosa, para ingresar en ese Parnaso de las cosas extraordinarias. Así, en el top-ten de la gran enciclopedia de las maravillas, la entrada “Calanda, El milagro de”, brilla con luz propia entre “Bélmez, Las caras de” y “Nazca, Las líneas de”. Del milagro de Calanda se han ocupado a lo largo de cuatro siglos todos los Iker Jiménez con un poco de olfato para los grandes misterios.

El pequeño Miguel fue el segundo de ocho hermanos, de una familia de labradores muy pobres. Era analfabeto. No recibió más instrucción que la religiosa impartida por el cura de su pueblo cuando enseñaba a los niños la doctrina. A los diecinueve años marchó a Castellón para trabajar en casa de Jaime Blasco, su tío materno. Allí sufrió un desgraciado accidente. Cayó de un chirrión cargado de trigo, una de cuyas ruedas le aplastó la pierna derecha. Le trasladaron al Real Hospital de Valencia, donde se comprobó que se había roto la tibia por su parte central. Allí estuvo sólo cinco días, pues insistió en trasladarse a Zaragoza. El viaje de Valencia a Zaragoza, que el joven Miguel hizo por sus propios medios y sin recurso alguno, debió ser largo y penoso, tanto que agravó su lesión hasta el punto de provocarle una gangrena.

En Zaragoza, su primera visita fue a la Virgen del Pilar, de la que era devoto fervorosísimo. En su templo confesó y comulgó. Confortado así su espíritu, ingresó en el Hospital de Gracia, para que atendieran su maltrecha pierna. Demasiado tarde. En la cuadra de cirugía (no es peyorativo, es que se llamaba así), tras examinarle, los cirujanos Estanca, Beltrán y Millaruelo, decidieron amputar la extremidad cuatro dedos por debajo de la rodilla, para evitar el progreso de la gangrena. Los practicantes enterraron el miembro amputado haciendo un hoyo de un palmo de hondo en el corral de la leña.

Miguel, un mozo cuya única fortuna y medio de vida eran sus manos y sus pies, quedó lisiado de forma irreversible (o al menos eso parecía entonces). En el mismo Hospital le proporcionaron una pierna de palo, o más bien un palo que prolongaba el muñón. No crea el lector que en el siglo XVII la técnica ortopédica era gran cosa. De esta forma, provisto de su pierna de palo y de una muleta para ayudarse a caminar, Miguel pasó más de dos años en Zaragoza, sustentándose de algunos trabajos manuales ocasionales, y sobre todo de las limosnas que recogía en el templo del Pilar. Más concretamente, en la puerta alta de la ribera, junto a la capilla de la Esperanza, donde el joven cojo se convirtió en un personaje familiar entre los zaragozanos. Aprovechaba la frecuentación del templo para oír misa todos los días en la santa capilla, y trataba de mitigar el dolor del muñón con el aceite de las lámparas que por miles ardían en la basílica.

En 1640 Miguel decidió regresar a su Calanda natal. Viajó en carro cuando encontró quien le socorriera, a pie cuando no. Cubrió sucesivas etapas: Fuentes, Quinto, Samper, Alcañiz… Desde Alcañiz mandó recado a sus padres, y estos le enviaron a un muchacho de dieciséis años con una borriquilla. De esta forma volvió Miguel a abrazar a los suyos. Una boca más que alimentar constituía una pesada carga para la precaria hacienda familiar, por ello el joven se dedicó durante algún tiempo a recorrer los pueblos de la comarca, pidiendo de puerta en puerta, y recogiendo pan duro que las caritativas gentes le daban por amor de Dios. Este periodo, y también el que pasó a la puerta del Pilar, resultaron decisivos en el proceso posterior, puesto que fueron muchas las personas que lo trataron entonces y lo recordaban después.

El jueves 29 de marzo de 1640, en Calanda, después de una dura jornada de trabajo en la que ayudó a una de sus hermanas a acarrear en la era nueve cargas de estiércol, Miguel regresó a la casa muy fatigado. Como la cama en que solía dormir se encontraba ocupada por un soldado que iba de paso, se acostó en el lecho de sus padres. Pasadas unas horas, entraron ambos en la habitación, donde percibieron una fragancia y olor suaves, no acostumbrados allí. Padre y madre vieron que a luz de candil, bajo el cobertor asomaban dos piernas. Atribuyéndolo a engaño de los sentidos o a que el hombre que estaba allí echado no era su hijo, trajeron más luz, y con grandísimo espanto y admiración, se maravillaron al hallar que se trataba efectivamente de Miguel, y que volvía a tener dos piernas, como si nunca hubiera sido cojo. El hijo estaba sumido en un sueño profundo, y dijo luego que había soñado hallarse en el templo del Pilar, ungiendo su muñón con el aceite de las lámparas, como solía hacer tan a menudo. Cuando todos se fueron recobrando del estupor, reconocieron en aquella pierna derecha antiguas señales idénticas a las de la vieja pierna amputada, concretamente de unos granos que tuvo en la pantorrilla, unas marcas de aliagas, y otras de la mordedura de un perro en el tobillo cuando era chico. También se percibía la cicatriz de la amputación rodeando la pierna un poco por debajo de la rodilla.


Una pierna cortada y enterrada que vuelve a crecer después de varios años en el muñón cicatrizado y seco. No estamos ante un milagrito del tres al cuarto, tipo la curación de unas llagas, que muchas veces se curan solas. Este es un milagro de primera categoría, de los que desafían la evidencia biológica. Es equiparable a la subida al cielo de Elías en un carro de fuego, a la resurrección de Lázaro, o a la del propio Jesucristo. La noticia del prodigio se extendió como la pólvora por España y el resto de Europa. Al poco tiempo se inició un proceso que en 1641 concluyó el arzobispo Apaolaza, declarando oficialmente el hecho como milagroso.

Se conservan las actas y los testimonios de centenares de personas, desde las más rústicas a las más ilustradas. Téngase en cuenta que a pesar de las carencias tecnológicas y del fanatismo religioso contrarreformista, el siglo XVII fue precursor del de las luces. El método científico, aunque incipiente, estaba ya vigente en esos años. De los testimonios se deduce que médicos, cirujanos y otras personas de crédito actuaron con rigor, aportando el escepticismo necesario. A pesar de ello, se concluyó sin ninguna duda la autenticidad del milagro.


Cabe preguntarse si el suceso no sería un bien urdido montaje con dos migueles (acaso dos hermanos gemelos o muy parecidos). Si fue así, debió ser de proporciones gigantescas, implicando a familiares, vecinos y testigos de lo más dispar. ¿Pudo tratarse de un fenómeno de sugestión colectiva? En tal caso, David Copperfield, ese mago americano que hace aparecer y desaparecer avionetas y barcos veleros en un escenario, quedaría como un vulgar aprendiz. Algunos han apuntado móviles políticos interesados en promocionar el templo del Pilar en detrimento de la catedral de La Seo, símbolo hasta cierto punto de un Aragón antiguo y apegado a sus fueros, que el absolutismo rampante de los últimos Habsburgo, quería liquidar. Los descreídos siempre hallarán (hallaremos) cabos sueltos y motivos para la duda, cuando no para la certeza de la absoluta imposibilidad de lo que a todas luces es científicamente imposible. Otros hay sin embargo, que creerán en el prodigio a pies juntillas. Entre estos no sólo los fervientes católicos, sino también y como curiosidad sociológica, todos y cada uno de los calandinos, incluidos los calandinos ateos y hasta los reputados de comunistas como Luís Buñuel…


En cuanto al personaje, Miguel vivió junto a sus padres unos pocos años de gloria pasajera. Durante el proceso habitaron en Zaragoza, mantenidos por el cabildo del Pilar. En 1641 el mozo fue recibido en Madrid por Felipe IV, que tirado en el suelo, le besó la pierna… Pero la fama siempre es efímera. Miguel Juan Pellicer Blasco murió en 1647 contando apenas 30 años, en Velilla de Ebro, y fue enterrado en el fosal común a costa del municipio, según consta en el correspondiente registro, que lo califica como “un pobre de Calanda”.
Nadie sabe qué fue de la pata de palo. Si un día se encuentra, por respeto a la memoria de Miguel y a la más elemental decencia, me opongo firmemente a que se le quiera dar empleo similar al de la reliquia de San Saturio. Sería ya mucho vicio, ¿no?

Algunos hombres ven cosas que han ocurrido y se preguntan por qué. Yo imagino cosas que no han ocurrido y me pregunto ¿por qué no? John F. Kennedy.