La
zarzuela es la banda sonora de la Historia de España durante el siglo XIX y el
primer tercio del XX. El término zarzuela
hace referencia al Palacio de la Zarzuela, segunda residencia de los reyes
españoles tras el Palacio Real. El de la Zarzuela, situado en las afueras de
Madrid, albergaba un pequeño teatro, escenario de las primeras representaciones
musicales todavía en tiempo de los austrias menores, en pleno Barroco. El
género teatral se caracteriza por alternar partes musicales, instrumentales o
cantadas, y partes habladas, si bien en algunas zarzuelas la parte hablada está
completamente ausente.
En
ocasiones la zarzuela se asimila erróneamente a la opereta, un género de origen francés, por contener partes habladas
o declamadas. Se pretende así que la zarzuela es la opereta española, pero la
zarzuela es históricamente muy anterior, y esa característica ya se encontraba en
otros géneros europeos también muy anteriores a la opereta y no necesariamente
anteriores a la zarzuela. En realidad la zarzuela sería más bien el equivalente
español de la opéra comique francesa
o del singspiel alemán. Dichos
géneros se caracterizan por representaciones teatrales y musicales en las que,
a diferencia de la ópera propiamente
dicha, se alterna música con partes habladas o declamadas. La flauta mágica de
Mozart, por ejemplo, no es una ópera sino un singspiel y, por
consiguiente, tanto sentido tiene decir que la zarzuela es la opereta española
como decir que el singspiel es la zarzuela vienesa. A pesar de
todo, ha habido zarzuelas del llamado género grande que por no tener
partes habladas, son parecidas al grand
opéra francés o a la ópera italiana.
Por lo tanto, la zarzuela se definiría de una manera más adecuada y más simple,
como el arte lírico propiamente hispánico.
Los
primeros autores que inauguraron este nuevo estilo de teatro musical fueron
Lope de Vega y Calderón de la Barca. Calderón es el primer dramaturgo que
adopta el término de zarzuela en una
obra suya titulada El golfo de las sirenas, que se estrenó en 1657 y que
representaba la vida de un joven aventurero que emprendía un largo viaje lleno
de misterios y peligros. Lope de Vega escribió una obra que tituló La
selva sin amor, comedia con orquesta. Según el autor era cosa nueva en España. En el prólogo de
la edición de 1629 se lee:
Los instrumentos ocupaban
la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las
figuras los versos en aquella frondosa selva artificial, haciendo de la misma
composición de la música las admiraciones, quejas, iras y demás afectos…
Sin embargo, sólo se conserva música suficiente en la obra Los celos hacen estrellas de
Juan Hidalgo de Polanco y Juan Vélez de Guevara, que se estrenó en 1672. Es
esta la primera obra que nos ofrece una idea de cómo era este género en el
siglo XVII.
Con
la llegada de los borbones, desde principios del siglo XVIII, se puso de moda
lo italiano en diversas manifestaciones artísticas, incluida la música y
la danza no sólo en los palacios, sino en las plazas públicas donde se daba
cita el pueblo. Las zarzuelas se convirtieron entonces en obras
estilísticamente parecidas a las óperas italianas, por ejemplo obras de
Antonio de Literes, como Los elementos o Acis y Galatea, o del
aragonés José de Nebra, como la muy celebrada Amor aumenta el valor.
Durante
el reinado de Carlos III, tras el motín de Esquilache y otros disturbios
semejantes, cundió entre el pueblo un acentuado rechazo por lo italiano y en
general por cualquier manifestación extranjerizante. Surgió con fuerza el gusto por lo castizo, y cobró valor la
tradición popular española representada por los sainetes de don Ramón de la Cruz,
cuya primera obra de este género fue Las segadoras de Vallecas, estrenada
en 1768, con música de Rodríguez de Hita.
Pero
el verdadero auge de la zarzuela llegó en el siglo XIX, a partir de 1839, con grandes
músicos entre los que destacan Francisco Asenjo Barbieri (El barberillo de Lavapiés)
y Emilio Arrieta (Marina).
Con ellos la zarzuela se transforma en un género genuinamente popular,
característica que ya no abandonaría nunca. Aunque a los teatros donde se
representa sólo tiene acceso una minoría, el auténtico éxito de la obra se
debía a una o varias canciones que el público aprende y populariza en
escenarios modestos o en cafés, como ocurrirá poco después con el cuplé. La estructura de la obra sigue
siendo la misma, números hablados, cantados, coros, que se aderezan con escenas
cómicas o de contenido amoroso que generalmente son interpretadas por un dúo. En
paralelo al teatro simplemente hablado de los populares sainetes, nace la
zarzuela costumbrista y regionalista, y en los libretos se recogen toda
clase de modismos, y de jerga de la calle, recursos que garantizan el éxito
entre las clases populares.
En
un ambiente social que preludia y presagia acontecimientos revolucionarios como
el de la Revolución Gloriosa de 1868, los propios autores buscan por encima de
todo el aplauso del pueblo. Esto hace que el público de las clases altas se
aparte un tanto del género, considerándolo en muchos casos vulgar y
populachero. Las élites económicas y sociales se refugian en ese tiempo en los
lujosos palcos de teatros como el Real de Madrid inaugurado en 1818 o el Liceo
barcelonés desde 1848, donde se representa la gran ópera italiana o francesa, e
incluso algo más tarde la vienesa y la germánica. En el convulso ambiente
finisecular la zarzuela se atrinchera en escenarios populares como el del
teatro Apolo y otros similares que irán surgiendo en las provincias. En ese
último tercio del siglo XIX florecen los temas costumbristas, populares,
cómicos y bailes españoles. Algunos músicos insignes de este período son Tomás
Bretón (La
verbena de la Paloma), Ruperto Chapí (La Revoltosa), Federico
Chueca (La
Gran Vía) o Manuel Fernández Caballero (Gigantes y Cabezudos).
Tras
la Revolución del 68, España se sume en una profunda crisis sobre todo
económica, que se refleja también en el teatro. El espectáculo teatral se convierte
en un entretenimiento caro al alcance de pocos bolsillos. Fue entonces cuando el
teatro Variedades de Madrid tuvo la idea de reducir la duración de la
representación para abaratar el precio del espectáculo. La función que hasta
entonces duraba unas cuatro horas, se redujo a una hora, lo que se llamó el teatro por horas. La innovación tuvo
un gran éxito y los compositores de zarzuelas se acomodaron al nuevo formato,
creando obras mucho más cortas. A las zarzuelas de un solo acto se las
clasificó como género chico, y a las de dos o más actos como genero
grande. La zarzuela grande se mantuvo en el teatro de la Zarzuela de
Madrid, y a partir de 1873 se abrió el nuevo teatro Apolo, en el que triunfó el
género chico. El Apolo fue el escenario de las décadas doradas de la zarzuela.
En
los albores del siglo XX se componen obras importantes como El puñao de rosas,
La alegría del batallón,
El trust de los tenorios,
Doña Francisquita de
Amadeo Vives, o La calesera.
Los
grandes músicos españoles del género, a imitación de otros grandes compositores
de su tiempo como Falla, Albéniz, Granados o Turina, y de los grandes maestros
del resto de Europa, encuentran inspiración en los temas regionales. En los
escenarios suenan aires valencianos, gallegos, vascos, andaluces, castellanos,
murcianos… y por encima de todas triunfan las zarzuelas ambientadas en el
Madrid castizo, propiciadas por los numerosos libretos cómicos del inagotable
sainete madrileño, y las que sitúan la acción en Aragón, probablemente
inspiradas en la fuerza lírica de la jota aragonesa y el éxito de
cantantes aragoneses con Miguel Fleta a la cabeza.
Paralelamente,
se empieza a dar el apelativo de género ínfimo a las
representaciones conocidas como revistas.
Son obras musicales con conexión a algunas ideas de la zarzuela pero más
ligeras y atrevidas, con números escénicos pícaros que en la época se
calificaron de verdes, con letras de
doble intención. En casi todas hay cuplés.
Una de estas obras, acaso la más célebre, fue La Corte del Faraón,
basada en la opereta francesa Madame Putiphar. La música se hizo
tan popular que algunos de sus números acabaron siendo verdaderos cuplés
difundidos por el público. El término “revista” se inspira en la milicia, y
evoca la revista de las tropas puestas en alarde lo mismo que las coristas
ligeras de ropa subidas en el escenario.
En
el primer tercio del siglo, la zarzuela se enriquece con obras que a veces se
ajustan a la estructura musical de una ópera italiana, gracias a autores de la
talla de Francisco Alonso (La parranda), José Padilla (La bien amada),
Jacinto Guerrero (La
rosa del azafrán), Pablo Sorozábal (Katiuska), Federico
Moreno Torroba (Luisa
Fernanda) o Pablo Luna (El niño judío).
La
sublevación de 1936 y la guerra que siguió, acontecimientos nefastos para la
Historia de España, suponen también una estocada mortal para la zarzuela. En la
posguerra la decadencia es casi total. No existen apenas nuevos autores y no se
renuevan las obras por no cuajar los estrenos como lo hicieron en otras épocas.
Por otro lado, la zarzuela preexistente es difícil y costosa de representar y
sólo aparece de forma esporádica, por temporadas, durante unos pocos días. A
partir de los años 50 la zarzuela se mantiene viva gracias a la discografía y
al impulso de directores como Ataulfo Argenta e intérpretes como Montserrat
Caballé, Alfredo Kraus, Teresa Berganza, Plácido Domingo o Luis Sagi Vela. En
Los años 60 y 70 la televisión pública produjo varios programas donde se
incluían fragmentos de zarzuelas interpretados por actores apoyados en el
play-back, y ya en el final de siglo, la Antología de la Zarzuela que dirigió
José Tamayo, recorrió muchos escenarios españoles y extranjeros.
Músicas
y libretos de zarzuelas constituyen una fuente insustituible para comprender
nuestra Historia reciente en toda su dimensión. Todos los títulos que he
resaltado en azul pueden encontrarse
fácilmente en Youtube. El viejo profe Bigotini es un incorregible admirador de
este género tan genuinamente nuestro.
Me
gustan las personas que dicen lo que piensan, pero sobre todo me gustan las
gambas… piensen lo que piensen.