El
año 37 de nuestra era sucedió a Tiberio su sobrino nieto Cayo
Calígula, el segundo hijo de Agripina y Germánico, a quien su
tío abuelo había nombrado sucesor. Parece que el joven príncipe adelantó su
ascenso al trono imperial haciendo asfixiar a Tiberio con una almohada cuando
se encontraba enfermo en el lecho. Los legionarios le adoraban porque de niño
había acompañado a Germánico, su padre, en las campañas de guerra. Solía el
pequeño Cayo llevar unas botas de cuero, perfecta imitación del calzado
militar, por lo que se ganó en su infancia el sobrenombre de Calígula que
podría traducirse como “Botita”.
En
sus primeros años al frente del Imperio, Calígula se mostró generoso con los
pobres, y hasta devolvió al régimen una cierta apariencia democrática
restituyendo sus poderes a la Asamblea. Era popular entre los ciudadanos y
también entre la tropa, que le tenía por un soldado valeroso y un jefe
prudente.
Por
eso su radical transformación sólo parece explicable a causa de algún trastorno
difícil de diagnosticar simplemente a través de la crónica histórica. Calígula
padeció sin duda una grave enfermedad mental. En términos coloquiales estaba
loco de atar. Al parecer todo comenzó con unas crisis de terrores nocturnos que
se acentuaban en presencia de tormentas. Físicamente era corpulento como la
mayor parte de los hombres de su familia, y padecía una calvicie prematura. Se
dice que pasaba horas ante el espejo haciendo muecas y ensayando poses. Dio en
diversas locuras como la de enamorarse de la civilización egipcia, lo que le
llevó a adoptar no sólo la estética del país del Nilo en cuanto a atuendos y
arquitectura, sino hasta sus costumbres, tomando a sus hermanas como amantes.
Se desposó con una de ellas, Drusila, una joven ambiciosa y violenta que
resultó ser una pésima influencia alentando los caprichos de su hermano y
esposo.
Entre los más célebres estuvo el de hacer nombrar cónsul a su caballo Incitato, para quien mandó construir una cuadra de mármol y un lujoso pesebre de marfil. Obligaba a los senadores a besarle los pies y a combatir en el Circo con los gladiadores. Hizo asesinar a los calvos y a los filósofos. De esa matanza sólo se libraron el joven Séneca, que se hizo pasar por enfermo grave, y su tío Claudio a quien todos tenían por idiota. Empujó al suicidio a su abuela Antonia y hasta la tomó con Júpiter, haciendo arrancar las cabezas a todas las estatuas del dios para reemplazarlas por la suya, motivo este por el que se han conservado incluso hasta tiempos actuales, gran cantidad de cabezas de Calígula.
Roma
vivió aterrorizada bajo su mandato hasta que un día Casio Quereas, el
comandante de la guardia pretoriana, se cansó de sus continuos insultos y
humillaciones, y le apuñaló mientras le acompañaba por el pasillo de un teatro.
Dudaron los romanos en creer la noticia, sospechando que se trataba de un nuevo
truco de Calígula para ver quien se alegraba y quien se entristecía con su
muerte. Para demostrar que era verdad, los pretorianos asesinaron también a
Cesonia, su cuarta y última mujer, y a su hija pequeña le estamparon el cráneo
contra una pared. En la Roma inhabitable del tiempo de Calígula eran ejercicios
cotidianos de aquellos mercenarios salvajes. Ya no quedaba más remedio que el
regicidio, y para eso hacían falta manos mercenarias. Al decir de Indro
Montanelli, los romanos no sabían ya ni matar a sus tiranos.
Es más fácil ser genial que tener sentido común. Oscar Wilde.