En
su Estudio de los movimientos en los
límites de las galaxias publicado en 1933, el astrónomo Fritz Zwicky
sugería que una cantidad significativa de las masas galácticas era
indetectable. Investigaciones posteriores como la de Louise Volders en 1959,
que demostró que la rotación de las galaxias espirales no responde a la
dinámica newtoniana estándar, como la de la astrónoma Vera Rupon a finales de
los 60, o como la realizada por la universidad de Cardiff en 2005, que detectó
una galaxia en el cúmulo de Virgo formada casi enteramente por “algo
completamente indetectable”, vinieron a confirmar la teoría de Zwicky. Hoy
sabemos que la mayor parte del universo –un 96%- está formado por algo que los
científicos han dado en llamar materia oscura
y energía oscura.
A
partir de la confirmación de la existencia real de esta materia oscura, se han formulado toda clase de teorías acerca de su
verdadera naturaleza. Desde hipotéticas partículas exóticas hasta materia que
se filtra en nuestro universo a partir de universos vecinos, contamos con una
amplia variedad de conjeturas. Si nuestro universo se asentara sobre una
membrana tridimensional que flota en el seno de un espacio pluridimensional, la
materia oscura podría explicarse por medio
de la eventual interacción de otros universos próximos. Vivíamos en la creencia
de que la tabla periódica de los
elementos abarcaba la totalidad de la materia existente, y ahora resulta
que es muy posible que nuestro familiar y aparentemente gigantesco universo no
sea más que una diminuta singularidad…
Y
es que el espacio es extraordinariamente vasto. Próxima Centauri, la estrella
más cercana a nuestro sistema solar, está a unos inalcanzables 4,2 años luz.
Más de 200.000 veces la distancia de la Tierra al Sol. En términos de viajes
espaciales conocidos, tardaríamos en llegar a Próxima Centauri cincuenta
millones de veces lo que se tarda en hacer el viaje de la Tierra a la Luna. La
sonda Voyager 1, que hace unos meses abandonó
el sistema solar, necesitaría 74.000 años para llegar a Próxima Centauri. Ya
veis que unas distancias tan desmesuradas ponen los viajes estelares fuera del
alcance de los exploradores humanos. Parece evidente que para alcanzar las
estrellas en un tiempo razonable (digamos, sólo unos cuantos años), nuestras
naves deberían moverse a la velocidad de la luz o al menos a velocidades muy
próximas a la de la luz.
Os
preguntaréis qué tiene que ver la materia
oscura con los viajes espaciales. Pues bien, el físico teórico Jia Liu, de
la universidad de Nueva York, ha esbozado un diseño para una nave espacial
alimentada… pues si, por materia oscura.
Utilizando
campos magnéticos generados por la propia nave, se obtendría la energía
forzando al hidrógeno a acumularse hasta la fusión nuclear, y expulsando los
subproductos energéticos, se conseguiría generar el impulso necesario. Según
los cálculos de Liu, en un par de días la nave podría alcanzar la velocidad de
la luz. Además, la autonomía de la nave sería total, ya que podría captar su
combustible sobre la marcha. No olvidemos que la materia oscura es un combustible inagotable, ya que constituye la
mayor parte del universo. Parece fácil y barato, ¿verdad?
El
profesor Bigotini se marea viajando en tren cuando mira por la ventanilla, así
que no es probable que se presente como voluntario para un viaje interestelar.
Aunque consciente de sus limitaciones, el profe prefiere seguir caminando. Sólo
necesita unos buenos zapatos y sus queridos calcetines de golf (él los llama
así porque tienen dieciocho agujeros).
Nunca
he podido entender por qué una persona se pasa dos o tres años escribiendo un
libro, cuando puede comprar uno por diez dólares. Fred Allen.
Capítulo 3: Hollywood y la edad dorada
Próxima entrega: Charles Chaplin