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lunes, 29 de agosto de 2016

WILLIAM HARVEY Y LA CIRCULACIÓN PULMONAR


Nacido en Folkestone, condado de Kent, el año 1578, el inglés William Harvey obtuvo el reconocimiento internacional como médico y anatomista, por su descripción de la circulación pulmonar o circulación menor de la sangre.
Es cierto que el descubrimiento en el ámbito europeo había sido hecho unas décadas antes por nuestro aragonés Miguel Servet, y a él hay que atribuirlo. También es verdad que las primeras noticias acerca de la circulación menor las apuntó ya en el siglo XIII el médico árabe Ibn Al-Nafis, de quien nos ocuparemos en una próxima entrega de protagonistas de la ciencia. Con toda probabilidad tanto Servet como Harvey desconocían la obra del musulmán. Por otra parte, las observaciones de Miguel Servet, si bien eran por completo correctas, eran demasiado sucintas, y habían sido publicadas en un tratado teológico repudiado por católicos y protestantes, que no debió alcanzar demasiada difusión entre los anatomistas y los médicos del siglo XVI.


Así que, atendiendo a estas y otras razones, debe reconocerse a Harvey el mérito de una primera y sobre todo detallada y pormenorizada descripción anatómica de la circulación pulmonar, con la añadidura de un ajustado razonamiento de sus bases fisiológicas. Los principios, gestados en la Universidad de Padua, a la que asistió Harvey, se habían apuntado ya, además de por Servet, por anatomistas y científicos como Hyeronimus Mercurialis, Mateo Colombo, Gabriel Falopio o Hyeronimus Fabricius, todos ellos maestros de William Harvey, o incluso por el prestigioso filósofo René Descartes, a quien convencieron las observaciones de Servet.

Los estudios de Harvey sobre el sistema circulatorio fueron publicados en 1628 en su tratado Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus, un estudio basado en la práctica de diseccciones y sobre todo, vivisecciones de animales, que desde 1616 había llevado a cabo dos veces por semana en su cátedra del Colegio de Médicos de Londres. Harvey acabó de una vez por todas con las ideas obsoletas de Galeno, que aun defendían muchos médicos renacentistas. El modelo circulatorio galénico afirmaba que las sangres arterial y venosa se producían en el corazón y el hígado respectivamente. Harvey calculó que siguiendo aquel modelo, el hígado debería producir unos 250 litros de sangre por hora, algo a todas luces imposible, como demostró de forma experimental.


De manera que a William Harvey debe honrarse, si no como descubridor, si como verdadero introductor, divulgador y padre científico de las bases anatómicas y fisiológicas de la circulación sanguínea. Así lo entendemos y proclamamos desde Bigotini, uniéndonos a su universal reconocimiento.

Los jóvenes creen que lo saben todo. Los adultos sospechan que desconocen algunas cosas. Los viejos estamos seguros de no saber nada.



miércoles, 24 de agosto de 2016

SYDNEY GRIFFIN Y EL HUMOR SIN COMPLEJOS


Sydney B. Griffin fue el gran caricaturista americano de las últimas décadas del XIX. Nacido en 1854 en Roxbury, Massachusetts, pasó la mayor parte de su existencia en Detroit, donde se instaló desde que comenzó a publicar sus dibujos.
Dueño de una plumilla ágil, Griffin supo plasmar como ningún otro dibujante los tipos populares de la América profunda. Pueblerinos, patanes, negritos..., fueron objeto de su aguda observación. Su obra apareció en las populares revistas Puck y Judge. También publicó en el magazine Truth, el New York Sun y el New York Sunday Telegram, entre otros. Su labor fue incansable hasta su fallecimiento en 1905.

Desde la óptica actual de lo socialmente correcto, algunos dibujos de Griffin son considerados ofensivos por la comunidad afroamericana, como su serie del simpático negrito Little Umjiji o sus historietas sobre las travesuras de los chicos de color publicadas en el St. Louis Post. En todo caso se trata de un humor simplista, y hasta diríamos que simple. Gags inocentes a base de caídas o chapuzones, que unas décadas después constituirían la sal gorda de las primeras películas cómicas en el incipiente cine mudo. Humor sin complicaciones, trazo seguro y elegante. Este es el legado artístico de Sydney B. Griffin, sin duda uno de los grandes. Ofrecemos aquí una pequeña muestra de su extensa obra.













lunes, 22 de agosto de 2016

CENSURA EN EL HOLLYWOOD DE LA EDAD DORADA



Si amigos, la mentalidad puritana y calvinista de los americanos, finalmente se impuso. Adiós al destape y a la alegría de los cuerpos desnudos o semivestidos que animaban las pantallas hasta la década de los treinta. Como ejemplo, no lo hay más gráfico que estos dos fotogramas de la serie Tarzán de antes y después de la entrada en vigor del famoso código del señor Hays. De la noche a la mañana, Maureen O'Sullivan pasó de llevar unos jirones de piel atados con una cuerda, a vestir uniforme reglamentario de tenista mojigata en plena selva. Haced clic sobre la ilustración y divertíos unos minutos con un desenfadado montaje que recoge la nostalgia de los buenos tiempos pre-código. Después de aquello se acabó la lencería, se apagaron las luces y se ahogaron un poco las risas. ¡Qué le vamos a hacer!



Próxima entrega: niños prodigio



jueves, 18 de agosto de 2016

AMBERES. DESAYUNOS Y DIAMANTES


Siguiendo su periplo por las ciudades europeas, viajamos hoy con el profe a Amberes, primera de sus etapas en Bélgica. Reproducimos un par de páginas de su diario.

A Amberes hay que llegar en tren. Su estación central es una verdadera joya arquitectónica, probablemente la más hermosa del mundo. El viaje ferroviario de Amsterdam a Amberes dura apenas dos horas, y eso que vamos parando hasta en los más remotos apeaderos. El tren es bueno y cómodo, el único inconveniente es que está lleno hasta los topes. En los trayectos dentro del Benelux ni se plantean la alta velocidad. Las distancias no son grandes y la gente utiliza los trenes en los desplazamientos diarios. También son muy baratos. Hemos sacado un bono y los viajes salen a precio de coger el metro o el tranvía en cualquier ciudad. Conste que no exagero: Amsterdam-Amberes, Amberes-Brujas y Brujas-Bruselas para tres, es más barato que los tickets de un día para el metro de Londres.


Llegamos a Amberes. Nuestro hotel está en el mismo centro de la ciudad. Si el plano fuera una diana, quedaría justo en el puntito negro. Tenemos una habitación cuádruple. En realidad son dos dobles, separadas por un breve tramo de escaleras. Hay también dos baños y todo es magnífico.
El centro histórico de Amberes es bellísimo y pasear sus calles y plazas resulta encantador. Hacemos una cena excepcional en el Bacino, un restaurante con nombre italiano y aire de bistró francés, situado justo detrás de la catedral (tampoco tiene pérdida). Filete strogonof, magret de pato y costillas de cordero con una salsa de ajo suave y extraordinaria. Las chicas toman cafés y dulces acompañados de unas copitas de licor de huevo, que nos dicen que es típico de por aquí. Inolvidable.


Los desayunos de nuestro hotelito de Amberes merecen capítulo aparte. Embutidos del país, patés, quesos cremosos y curados, repostería casera, huevos al gusto hechos en el acto (hervidos, cocidos, fritos o en tortilla) y una macedonia de frutas naturales de verdad (y no de bote) son, aparte de otras cosas más habituales, algunas de las joyas del bufé. Este era el desayuno. Los diamantes vienen después.
Visita a las joyerías y a los establecimientos donde se trabajan y venden esos preciosos cristales de carbono trasparentes e hipnóticos. La actividad de la talla y engarzado de diamantes, de gran tradición en Amberes y en todo Flandes, está monopolizada por los judíos ortodoxos, que ponen la nota de exotismo con sus extravagantes vestimentas. Un despliegue hebreo fantástico y colorista.


Visita a la catedral de Amberes, la mayor de Bélgica y una de las más grandes de Europa. Destacan dos dípticos de Rubens: la crucifixión y el descendimiento, inmortales obras del gran Peter Paul. Junto al mercadillo semanal, que nadie debe perderse si cae en Amberes un sábado, tomamos unos impresionantes bocadillos de salmón ahumado con su clásica guarnición de cebolla, pepinillos y mayonesa. Los ponen tan generosos que se hace difícil terminarlos. Damos luego una vuelta por los puestos del mercado. Los hay muy curiosos. La variedad de especialidades locales desconocidas en otros lugares, parece desmentir el tópico de la aldea global.
Después de los superbocatas y del paseo para digerirlos, nos dejamos llevar por la inercia hasta las bocas del Escalda. Soberbio paisaje a caballo entre lo urbano y lo rural. De vuelta en la plaza de la catedral, unas cervezas belgas extra-frías devuelven el color a las mejillas y el tono al exhausto corazón del turista.


Otro desayuno opíparo. Nos decidimos a visitar el museo de Bellas Artes, sobre todo para huir de la lluvia que cae sin misericordia. Tomamos un autobús no demasiado convencidos de que sea el adecuado, preguntamos al conductor y, ¡asómbrese el lector!, somos objeto de un trato sin precedentes: como llueve a mares, el hombre, no contento con indicarnos, se desvía un par de manzanas de su ruta, para dejarnos justo en la puerta del museo. Luego gira en redondo en un cruce prohibido, nos toca el claxon a modo de saludo, y los demás viajeros dicen adiós con las manos. Llegamos en una carrera al vestíbulo. Hay una ventanilla para comprar los tikets. Si llega a haber otra para hacerse belgas, nos hacemos.
Obras maestras de Rubens, Van Dick, Van Eyck, y los demás maestros flamencos. A mediodía tomamos un tentempié en la cafetería del museo.
Por la tarde breve descanso en el hotel (los días y los kilómetros de turisteo van pesando ya un poquito), y después del paseo de la tarde, cena en una de las muchas terrazas de la plaza del mercado. Los codillos al estilo belga se hornean con pan rallado. Están crujientes y deliciosos. Nuestro próximo destino: Brujas. Seguiremos informando.


Yo soy un hombre difícil de sorprender. ¡Mosquis, un coche rojo! Homer Simpson.



lunes, 15 de agosto de 2016

GONZALO DE BERCEO Y EL NACIMIENTO DEL CASTELLANO

 

Quiero fer una prosa en román paladino,
en cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino,
bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

Así de bien sonaban los primeros balbuceos de la lengua romance peninsular por excelencia: el castellano. Así se expresaba ya el pueblo llano en la Castilla medieval, así fablaba con su vezino. También se expresaba así un monje riojano nacido en las postrimerías del siglo XII (probablemente en 1198) en un lugar cercano a Berceo llamado Madrid o Madriz, que nada tiene en común, salvo el nombre, con el Madrid más célebre.

Los escasos datos biográficos que poseemos de Gonzalo de Berceo los aportó él mismo en el comienzo de su Vida de San Millán de la Cogolla. Era Madrid una pequeña aldea próxima a San Millán, orilla del río Cárdenas. Cuando niño se crió en San Millán de Suso, primero fue diácono, y en 1237 adquirió la condición de preste (presbítero). Ejerció luego el magisterio entre los novicios, y alcanzó finalmente el empleo de notario (secretario) del abad Juan Sánchez. No tuvo lo que se dice una carrera brillante. Berceo no pasó de ser un clérigo del montón, pero eso sí, un clérigo capaz de leer y escribir con soltura, a diferencia probablemente del venerable abad, que por ser iletrado necesitaba un secretario. En su ausencia del monasterio, tuvo la suerte de formarse en los Estudios Generales de Palencia, primer antecedente medieval de lo que luego serían las universidades. Allí debió estudiar el cuatrivium (teología, derecho, lógica y gramática). Y bien lo aprovecho nuestro Gonzalo de Berceo, porque por méritos propios se hizo con un lugar en la Historia de nuestra literatura. Y no un lugar cualquiera, sino el primer lugar, puesto que Berceo es no sólo el principal exponente del llamado mester de clerecía, sino que es además el primer autor que escribe y firma sus obras en castellano.


Es el de Berceo un castellano primitivo, tosco y encantador. Es propiamente la variedad dialectal riojana del castellano antiguo, salpicada de cultismos latinos, trazos de galáico-portugués, términos aragoneses y hasta expresiones vascuences. Una verdadera joya.
De esta preciosa joya de nuestro idioma aun incipiente, Biblioteca Bigotini tiene hoy el placer y el honor de poneros al alcance de un clic (hacedlo sobre la portada) una magnífica versión digital de los Milagros de nuestra Señora, la obra más emblemática de su autor, donde Berceo introdujo elementos del estilo juglaresco (mester de juglaría). Se trata de una serie de episodios, narrados a manera de cuentos, acaso influidos por cierta literatura oriental llegada a nuestro suelo a través de la tradición mozárabe. Son en su conjunto historias muy simples, de una inocencia casi pueril que resulta tierna y por momentos, emocionante. La versión que traemos se toma de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recrearos pues con los milagritos de Berceo, y con el sutil encanto de un idioma aun en pañales.

Todos quantos vevimos, que en piedes andamos, todos somos romeros que camino pasamos.



jueves, 11 de agosto de 2016

HOMO SAPIENS CROMAGNON. ¿EL FINAL DEL CAMINO?


El llamado científicamente Homo sapiens Cro-Magnon extiende su existencia desde finales del Pleistoceno hasta la actualidad. Ha llegado a ocupar todos y cada uno de los rincones habitables de nuestro planeta. Su estatura media se sitúa entre 1,5 y 1,8 m de altura, aunque existen poblaciones como los pigmeos o los bosquimanos que apenas alcanzan 1,4 m, y también hay individuos pertenecientes a diferentes tipos raciales que sobrepasan los 2 m. La subespecie moderna de H. sapiens es conocida en todo el mundo desde hace al menos 35.000 años, aunque se han hallado fósiles como los del yacimiento israelita de Jebel-Qafzeh, que parecen ser muy anteriores a esa fecha. Los artefactos y las pinturas rupestres hallados en la región central de Francia, que datan de unos 30.000 años atrás, dan fe de la complejidad de su cultura y son los que originaron la denominación de Cro-Magnon con que se etiquetó la subespecie.


Estos vestigios del hombre de Cro-Magnon indican que poseía un sistema tribal poderoso, que fabricaba utensilios, que recolectaba material vegetal, cazaba, pescaba, y es posible que incluso reuniera el ganado en rebaños, construyera refugios y manufacturara vestimentas que le permitieron sobrevivir durante las últimas etapas de la edad del hielo pleistocénica.
Poco después, hace unos 10.000 años, varios pueblos en diferentes partes del mundo desarrollaron por separado unas formas de vida agrícola. Comenzaron a domesticar animales y a sembrar, adoptaron una existencia más sedentaria y consiguieron un importante incremento de la población. De allí en adelante, la capacidad de modificar su ambiente natural ha conducido a Homo sapiens a ocupar la posición de dominio sobre el resto de las criaturas que ostenta en la actualidad.


Bien, pues ya está. Hemos llegado al final del camino evolutivo que iniciamos hará un par de años con estas entregas sucesivas que nos han conducido hasta aquí. Con los dos escuetos párrafos anteriores podría resumirse de forma sucinta y enciclopédica lo que sabemos del Homo sapiens sapiens, repetición autocomplaciente con la que muchos sustituyen el apelativo clásico de cromagnon. Recordaréis que cuando hablábamos de H. habilis, H. erectus u H. neanderthalensis, ofrecíamos diferentes descripciones anatómicas y acompañábamos los artículos con ilustraciones. Aquí también tenéis unas cuantas imágenes de mayor o menor mérito artístico, pero estaréis de acuerdo en que sobran. Para obtener una imagen fidedigna del H. sapiens moderno, basta con que cada uno de vosotros o vosotras que leéis este artículo, os miréis en el espejo más próximo. Ahí tenéis al cromagnon o la cromagnona, cuyo ADN difiere de H. neanderthalensis o de H. erectus en porcentajes insignificantes. O sea, que vestidos con vuestra camiseta, habrían tenido un aspecto muy similar.


Milenios de existencia precaria, interminables siglos de hielos perpetuos, y un sinfín de penalidades hicieron que las pequeñas tribus, las reducidas poblaciones de Homo sapiens, no llegaran a alcanzar una masa crítica que permitiera tanto la expansión territorial, como la demográfica. Avances tan cruciales como la agricultura, la ganadería, la cerámica, la división del trabajo, la navegación, la rueda con el consiguiente auge del transporte y el comercio, la metalurgia o la escritura, han construido la civilización y han hecho de nosotros y nuestras sociedades lo que somos y lo que son. Nadie se permita la arrogancia de considerarse mejor, más inteligente o más dotado que uno de nuestros antepasados paleolíticos. En las paredes cubiertas de caballos y bisontes de Lascaux o Altamira habita ya el germen de la estatua del discóbolo, el Taj Majal o la capilla sistina. Si a cualquiera de nosotros, que acaso nos envanecemos por conducir un coche, resolver ecuaciones o escribir estas líneas, nos transportaran a la Tierra de hace 20.000 años con una lanza de sílex y un taparrabos, seguramente sobreviviríamos sólo lo justo hasta que nos descubriera un león o un guerrero de la tribu vecina.


¿Es este el final del camino? Bueno, para cada uno de nosotros individualmente, es seguro que si. Y como especie no queda más remedio que adentrarnos en el resbaladizo territorio de la ciencia-ficción. Suponiendo (y ya es mucho suponer) que esto no termine en una previsible hecatombe nuclear o en un prolongado martirio de hambrunas y epidemias, para los más optimistas se abre un amplio abanico que va desde la conquista de otros planetas habitables hasta un desmesurado desarrollo cerebral que nos convierta en seres grotescos, o hasta el triunfo de las máquinas que nos transforme en esclavos de un superordenador. ¿Quién sabe? Cuando miramos los noticieros o leemos la prensa, el profe Bigotini y yo mismo nos conformaríamos simplemente con que el calificativo sapiens se ajustara a la realidad. Mientras eso ocurre, los modernos cromagnon seguiremos rugiendo en el estadio cada domingo, lapidando adúlteras cada viernes o abatiendo elefantes con fusiles automáticos cuando tengamos dinero suficiente. Somos mucho más civilizados que aquellos tipos que se sentaban alrededor de la hoguera a aullar y golpear tambores.

Un optimista es el que cree que puede resolver un atasco de tráfico tocando el claxon.



lunes, 8 de agosto de 2016

MIGUEL SERVET, MÁRTIR DE LA INTOLERANCIA


Miguel Serveto y Conesa, nació en la localidad oscense de Villanueva de Sigena al final de la primera década del siglo XVI. Se hizo llamar Michael Servetus o Michel de Villeneuve en diferentes etapas de su vida, pero la mayoría le conocemos como Miguel Servet, y con este nombre ha pasado a la Historia de la ciencia y de la teología. A lo largo de su biografía se interesó por materias tan dispares como geografía, astronomía, meteorología, física, jurisprudencia o matemáticas. También alcanzó reputación como experto en el estudio de la Biblia, pero los campos en los que más destacó fueron la anatomía, y para su desgracia, la teología. En anatomía, Servet se adelantó varias décadas a William Harvey en el descubrimiento y descripción de la circulación pulmonar o menor, mediante la que la sangre venosa, vuelve a oxigenarse en los pulmones. Simplemente este logro formidable resulta suficiente para elevar a este sabio aragonés al Parnaso de la medicina y las modernas ciencias de la salud. Esta gran aportación quedó recogida en su obra Cristianismi Restitutio, La restitución del cristianismo, una de sus varias obras filosóficas y religiosas. Y es que, digámoslo de una vez, la teología fue la perdición de Miguel Servet.


Desde su Villanueva natal se trasladó primero al castillo de Montearagón, y más tarde, siguiendo a su maestro Juan de Quintana, fua ampliando estudios en Toulouse, París, Estrasburgo, Ginebra, Basilea, Alemania e Italia, asistiendo en 1530 en Bolonia a la coronación de su señor Carlos V como emperador. A través de estos y otros viajes, Miguel tomó contacto con las nuevas ideas religiosas reformistas, que por doquier iban abriéndose paso en todo el continente europeo. Siendo un hombre apasionado y en ocasiones exaltado, Servet no perdió ocasión de manifestar de forma abierta e incluso vehemente sus opiniones y sus ideas. Además de la citada Restitución del cristianismo, publicó otras obras teológicas como De Iustitia Regni Christi o Declarationis Iesu Christi Filli Dei, también conocida como Manuscrito de Stuttgart. Pero la obra de Servet que alcanzó mayor difusión fue sin duda De Trinitatis Erroribus, donde se ocupaba de la por entonces muy escabrosa cuestión de la Trinidad. Tuvo la osadía de hacer llegar un ejemplar de esta obra al arzobispo de Zaragoza, que naturalmente lo puso en busca y captura por parte del Santo Oficio inquisitorial.

De manera que huyendo de los católicos, Servet fue a meterse en la boca del lobo de los protestantes. De Trinitatis Erroribus había causado gran escándalo entre los partidarios de la Reforma, sobre todo entre los alemanes. Bajo la falsa personalidad de Michel de Villeneuve, natural de Tudela, Servet se ocultó primero en París y más tarde en Lyon, desde donde tuvo la osadía de mantener una correspondencia regular nada menos que con el reformador Calvino, uno de los principales líderes espirituales de la nueva iglesia protestante. Esta correspondencia fue subiendo de tono paulatinamente y probablemente terminó de dictar su sentencia. De camino hacia Italia, quizá el único lugar donde las posturas aun no se habían radicalizado como en otras partes, y acaso hubiera tenido oportunidad de salvarse, Servet hizo escala en Ginebra. Siempre temerario, no tuvo mejor idea que detenerse precisamente en la iglesia donde solía predicar su adversario Calvino. Allí fue inmediatamente reconocido y hecho prisionero el 13 de agosto de 1553.

Tras un penoso cautiverio, fue condenado en septiembre y ejecutado en la hoguera el 27 de octubre. La muerte de Miguel Servet fue seguida inmediatamente de una ola de indignación que curiosamente fue mayor en el ámbito protestante. Un reformador como Sebastián Castellion afirmó que matar a un hombre no es defender una doctrina, sólo es matar a un hombre. La figura de Servet fue revindicada por muchos partidarios del librepensamiento que vieron en su ejecución una prueba más de los peligros del fanatismo religioso. Hillar, uno de los principales biógrafos y estudiosos del personaje, afirma que Servet murió para que la libertad de conciencia se convirtiera en un derecho. Desde Bigotini nos unimos al llanto por este ilustre aragonés universal y a la reivindicación del derecho a pensar libremente.

Si fracasamos en conciliar la justicia y la libertad, fracasaremos en todo.