Entre
los detractores de los cultivos
transgénicos -tema que tratamos en un reciente artículo-, entre los
enemigos de la experimentación con genes, y en general, entre los enemigos de
cualquier progreso científico, parece muy extendido el concepto de una suerte
de pureza
biológica, cuyos adalides temen ver mancillada por lo que se ha dado en
llamar contaminación genética. A poco que se profundice en la biología evolutiva, esta idea de pureza
no puede menos que provocar una sonrisa compasiva. En efecto, si en el ámbito
de la biología existe algo que puede ser calificado sin exageración de
contaminado e impuro, ese algo es el ADN.
Para
los datos contenidos en un pen-drive,
un ordenador es un incitante y sugestivo paraíso, sobre todo si en esos datos
se esconde un virus informático programado no sólo para duplicarse a sí mismo,
sino para difundirse a otros ordenadores. Del mismo modo que un ordenador, el
núcleo celular literalmente bulle en su ansiedad por copiar ADN. La maquinaria
celular es excepcionalmente buena copiando ADN, porque está diseñada
precisamente para eso. A la vez el ADN está ansioso por ser copiado. Para el
ADN, el núcleo de la célula también es el paraíso.
Por
supuesto también el ADN incluye códigos parasitarios, y la maquinaria celular
está tan acomodada a la duplicación de ADN que no sorprende que las células
sean anfitrionas de ADN parásito: virus, viroides, plásmidos y una morralla de
otros compañeros de viaje genéticos. El ADN parásito logra incluso ser
empalmado en los cromosomas con el resto del material genético “genuino”. Los
llamados genes saltadores, fragmentos
de ADN egoísta y otros elementos
indeseables se cortan, se copian y se pegan a sí mismos en otros sitios de la
espiral. Los mortales oncogenes
causantes del cáncer resultan casi imposibles de distinguir de los genes
legítimos entre los que se introducen. A lo largo de la Historia evolutiva ha
habido y sigue habiendo un continuo trasiego de los genes decentes a los
rebeldes y viceversa.
Y
es que, amigos, el ADN es solamente eso: ADN. Lo único que distingue al ADN
viral o parásito del original, es el método que elige para transmitirse a las
generaciones futuras. Mientras el ADN legítimo sigue la ruta ortodoxa del óvulo
o del semen, el ADN parásito busca una ruta más veloz y menos cooperativa, a
través de una gota de estornudo o de sangre. Eso es todo. Así que, ¿dónde queda
la famosa pureza? Desde las mitocondrias
que parasitaron hace cientos de millones de años a células primitivas, todos
los seres que habitamos este planeta no somos otra cosa que un amasijo de
materia viva, impulsado por la avidez de la maquinaria celular y del ADN a
copiar y ser copiado. Albergas en el interior de cada una de tus células
larguísimos fragmentos de decenas de miles de bases completamente similares a
los de una tortuga, un champiñón o el virus de la varicela.
Sin
perjuicio de las elementales precauciones higiénicas, come sin miedo, haz el
amor sin miedo y vive sin miedo. Piensa que precisamente en la contaminación
genética está el origen de lo que somos y de cuanto nos rodea.
María,
por fin he encontrado el punto g, y ¿sabes?, ¡lo tenía tu hermana!