El
radar, es un término que corresponde a las
siglas en inglés Radio Detection And
Ranging, es decir, detección y medición mediante ondas de radio. Se
entiende que lo que se detecta y se mide es la posición y la velocidad de un
objeto. Nos resulta familiar por haberlo visto a menudo en las películas
bélicas, sobre todo en las que se desarrollan durante la Segunda Guerra
Mundial, en la que los radares se emplearon con gran eficacia. En la batalla de
Inglaterra resultaron decisivos para la defensa antiaérea.
El
primer antecedente de la tecnología radar lo encontramos ya a principios del
siglo XX (1904), cuando el científico alemán Hülsmeyer desarrolló un sistema
anticolisión destinado a detectar en el mar la presencia de otra embarcación
durante la noche o en condiciones meteorológicas adversas como niebla espesa.
El dispositivo era capaz de cubrir distancias que oscilaban entre tres y cinco
kilómetros. Este primer dispositivo que podría denominarse telemobilscopio, funcionaba captando el retorno de las ondas
emitidas por una antena. A pesar de que no tuvo el éxito que se esperaba de él,
fue sin duda el antepasado del moderno radar.
El
radar utiliza ondas electromagnéticas con longitudes de onda que oscilan entre
1 mm y 1 m aproximadamente, al objeto de detectar la presencia y determinar la
posición y velocidad de objetos en movimiento: aeronaves, automóviles, etc. Los
prototipos más aproximados a la tecnología radar definitiva aparecieron en la
década de los 30 para detectar aviones. El principio se basa en la emisión de
impulsos de radio que se reflejan en el objetivo, en el caso más frecuente el
fuselaje metálico de un avión. Una vez detectado el eco, se mide el tiempo de
viaje de la onda de ida y vuelta. La eficacia de un radar requiere frecuencias
muy elevadas, es decir, necesita impulsos de la duración más corta posible. El
error de posición de la aeronave es del orden de magnitud de la distancia
recorrida por las ondas de radio durante el tiempo que dura el impulso. El
intervalo de detección depende en gran medida de la frecuencia de la onda
emitida. Un radar potente es capaz de llegar muy lejos. En junio de 1935 ya se
podía detectar un avión a veintisiete kilómetros de distancia, y a finales de
aquel mismo año, la distancia había aumentado a cien kilómetros, lo que nos da
idea del rápido desarrollo de la tecnología radar.
Pero
existe un antecedente todavía más remoto que el de Hülsmeyer, y además
completamente natural. Se trata ni más ni menos que del sistema de detección de
presas y obstáculos por el sonido que utilizan los murciélagos desde hace
probablemente treinta o cuarenta millones de años. Su perfeccionado radar
biológico les permite realizar vuelos de precisión en la profunda oscuridad de
las cuevas que habitan, o atrapar insectos al vuelo con prodigiosa eficacia.
También
existen animales que en el medio acuático son capaces de utilizar un sistema
basado en un principio muy similar. El pico del sorprendente ornitorrinco emite
impulsos que le permiten atrapar crustáceos cuando se mueven entre el fango de
los riachuelos que frecuenta. Hay peces y hasta mamíferos marinos que se valen
también de parecidas armas biológicas. El sonar, una tecnología inspirada en
el mismo principio, comenzó a utilizarse con fines bélicos, y se ha extendido a
la pesca industrial y a otras actividades subacuáticas. Tenemos por último, los
radares de tráfico que jalonan nuestras carreteras y autopistas. Como rezan las
familiares señales azules que anuncian esos controles: por su seguridad.
Sé tú mismo, me dicen. ¡Como si no existiera el código penal!