Ya
vimos en un artículo anterior cómo la mayoría de los héroes fundacionales
nacionales o religiosos tienen en común una infancia prodigiosa en la que se
salvan milagrosamente de la muerte. Son los casos de Ciro, Moisés, Cristo,
Alejandro (Paris), Adonis, Rómulo o Zeus. También Abraham, ancestro del pueblo elegido, es protagonista de
diferentes mitos y leyendas recogidos por la tradición judía canónica o
apócrifa.
Tras
la milagrosa salvación en su nacimiento, el joven futuro patriarca protagoniza
también algunos episodios heroicos. En uno de los más populares se relata que
Abram regresó a Babel lleno de sabiduría por haber estudiado con Noé. Encontró
a su padre Téraj, que continuaba al mando de los ejércitos del rey Nemrod y
adoraba ídolos de madera y piedra, doce
grandes y muchos menores. Abram pidió a su madre Amitlai que matase y
cocinase un cordero. Después colocó la comida delante de los ídolos. Como
ninguno de ellos movió un dedo, Abram se burló y dijo a Amitlai: es posible que el plato sea demasiado
pequeño o que el cordero esté insípido. Mata otros tres corderos y aderézalos
con más delicadeza. Abram ofreció el nuevo manjar a los ídolos, pero
tampoco esta vez se movieron.
Abram,
poseído por el espíritu de Dios, destrozó los ídolos con un hacha, dejando el
mayor de ellos intacto. Su padre Téraj, al oír el estruendo, llegó al aposento
y enfurecido, preguntó a su hijo por aquel destrozo. Respondió Abram: ofrecí comida a tus ídolos; sin duda deben
haberse peleado por ella. Según parece, el más grande ha despedazado a los
otros. Exclamó Téraj: no me engañes,
se trata de imágenes de madera y piedra, fruto de la mano del hombre. Dijo
Abram: si es así, ¿cómo pueden comer el
alimento que les ofreces a diario, cómo pueden responder a tus plegarias?
Luego proclamó a Dios Vivo y destrozó el ídolo que quedaba.
Pero
Téraj, que era un idólatra de tomo y lomo, denunció a su hijo ante el rey
Nemrod que inmediatamente lo hizo encarcelar. Ordenó que Abram y su hermano
Harán fueran arrojados a un horno ardiente. Consumieron las llamas a los doce
hombres a quienes el rey había encargado la tarea. También a Harán, que al
parecer era un descreído, pero el joven Abram salió ileso sin siquiera
chamuscarse las ropas. Nemrod, ciego de ira, ordenó al resto de sus sirvientes
que arrojaran a Abram al fuego, pero todos se negaron para no correr la misma
suerte que sus compañeros. Entonces Satán, a quien el relato en principio no
hace pariente de ninguno de los personajes, se postró ante Nemrod y se ofreció
a construir una catapulta para arrojar al fuego a Abram. Pero el héroe, firme
en su fe, oró a Dios, y las llamas no sólo se apagaron al instante, sino que de
los leños brotaron flores y el horno se convirtió en un agradable jardín por el
que Abram se paseó resplandeciente entre ángeles y querubines. Nemrod,
avergonzado, entregó a Abram gran copia de riquezas y muchos esclavos que
acompañaron al patriarca cuando marchó a Jarán.
La
leyenda carece de autoridad bíblica. Lo que puede leerse en Génesis 12.1 es que
Dios dijo a Abram: vete de tu tierra y de
tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.
La
explicación midrásica es que Ur Kasdim,
o Ur de Caldea, la patria de Abraham, significa horno de los caldeos y toma su nombre precisamente del episodio
citado. No es un caso único. En el libro de Daniel se cuenta que Daniel y sus
tres compañeros fueron arrojados a un horno ardiente por el rey Nabucodonosor,
también por negarse a adorar ídolos, y también resultaron ilesos.
Otra
leyenda sobre el joven Abraham relata que Abram
voló por los aires desde Ur hasta Babel a hombros del arcángel Gabriel.
Allí, en la plaza del mercado, donde estaban su padre Téraj y el rey Nemrod,
aclamó a grandes voces al Dios Vivo. Inmediatamente todos los ídolos dispuestos
en círculo cayeron de bruces. Lo mismo hizo el propio Nemrod que sólo al cabo
de dos horas y media, se atrevió a levantar tímidamente la cabeza y preguntar
en voz baja: ¿era esa la voz de tu Dios
eterno? Respondió Abram: no, quien
habló fue Abram, la más pequeña de Sus criaturas. Nemrod reconoció entonces
el poder de Dios y permitió que Abram partiera en paz hacia Jarán con su esposa
Saray y su sobrino Lot.
Cuando
nuestro viejo profe Bigotini, y hasta yo mismo, tengo que confesar, íbamos a la
escuela de chiquillos, estudiábamos la Historia
Sagrada donde, con unos preciosos grabados e ilustraciones, se contaban
historias muy parecidas a estas. Por eso no nos sorprenden tanto como a los
jóvenes, que seguramente pensáis que este tipo de prodigios sólo estaban al
alcance de Supermán y los superhéroes de Marvel.
Si
Dios existe, espero que tenga una buena excusa. Woody Allen.