Publicado en nuestro antiguo blog en marzo de 2013
En 1581 un viajero
español trajo a Europa desde las lejanas islas del Índico, un curioso ejemplar
de ave que a todos pareció el pavo más extraño que habían visto jamás. Procedía
de las islas que los portugueses bautizaron como Mascarenhas por el apellido de
su descubridor, y que después de tener diferentes dueños y diferentes nombres,
terminaron adoptando el de Islas Mauricio, que les dieron los franceses y
conservan hasta nuestro tiempo.
El pájaro en cuestión
era el célebre dodo.
Las primeras noticias que se tuvieron de él datan de 1574, año en el que puede
hallarse alguna mención en documentos portugueses. El nombre vulgar parece
derivar de un término portugués con el significado de bobo, aunque también podría
tratarse de la onomatopeya de su propio reclamo. Su nombre científico es Raphus cucullatus, y a pesar de
su extravagante aspecto gallináceo, pertenecía al orden de las aves columbiformes,
lo mismo que nuestras familiares palomas. La especie surgió probablemente en el
periodo holoceno.
Todo indica que sus ancestros remotos fueron palomas que hacían la ruta
migratoria entre África y el sudeste asiático, y que se instalaron de forma
permanente en estas islas que se hallan a medio camino, en mitad del Índico
suroccidental. Tuvo un pariente próximo en la cercana isla Rodríguez, el
llamado solitario de Rodríguez,
de aspecto muy parecido, y que se extinguió apenas un siglo después que el dodo. El pariente vivo
más cercano podría ser la paloma
de Nicobar, que tiene muy poco que ver con el dodo.
El aspecto de este
curioso pájaro parece indicar una gran especialización. Su enorme cabeza y su
fuerte pico, que los marinos holandeses del XVII procuraron evitar, hablan en
favor de una alimentación a base de cocos de durísima corteza. Su corpulencia
(podían pesar más de 15 kilos y alcanzar un metro de alzada) y la atrofia de
sus alas, indican que no debía tener en las islas ningún depredador o enemigo
importante…
Ninguno hasta que llegaron
unos tíos barbudos y hambrientos pertenecientes a la especie responsable de la
mayoría de las extinciones producidas en los últimos diez o quince mil años. La
especie humana. Fue muy sencillo: los dodos no podían huir, no volaban y apenas
corrían, así que bastaba con un garrote para acabar con ellos y llenar la
despensa. Puede que no fuera precisamente una delicatessen.
Los neerlandeses le llamaron waghvogel que
viene a significar ave
repugnante. Sin embargo, hay también algún testimonio en el sentido de que
sus pechugas eran tiernas y sabrosas…
En fin, que los
marineros de varias nacionalidades que llegaban a las Mauricio después de meses
de travesía, probaron unas cuantas recetas de dodo.
Probablemente no fueron los únicos agentes de la masacre. Con ellos viajaron en
los navíos perros, cerdos, gatos y ratas, que en muchos casos se asilvestraron
e invadieron las islas, devorando los dodos y sus huevos. El último ejemplar vivo
oficialmente conocido murió en 1662, aunque existe el testimonio de un esclavo
huido que aseguró haber hecho un avistamiento en 1674. En cualquier caso, el
infortunado dodo jamás llegó a ver las luces del siglo
XVIII, también llamado siglo de las luces.
Quién sabe si será por
la mala conciencia, pero lo cierto es que en el imaginario colectivo el dodo ocupa un lugar de privilegio.
Existe mucha más iconografía de este animal extinguido que de muchos otros aun
vivos. Los dibujos más antiguos los hicieron los tripulantes del Gelderland, un
navío de la Compañía holandesa de las Indias Orientales. A partir de
testimonios y de algún que otro ejemplar disecado, los naturalistas han hecho
multitud de recreaciones gráficas. El escudo de Mauricio incluye un dodo tan rampante o más que el león o el
unicornio británicos. Entre las ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas,
de la mano del propio Lewis Carroll, hay una en que aparece un dodo respetable y aristocrático. También en
la versión animada de Disney hay un gracioso dodo,
y hasta en un corto de la Warner que protagonizó el cerdito Porky, se incluyó
una banda de estrafalarios dodos
extraterrestres.
Bueno, pues este era
el dodo, y así fue
su triste final. Cayó sin oponer resistencia alguna, por la voracidad de los
hombres y sus animales domésticos, y ante la indiferencia de muchos caballeros
ilustrados que asistieron impasibles a su extinción previsible y casi
industrializada. Requiescat in pace.
“En este caso -dijo solemnemente el Dodo, mientras se ponía en pie-,
propongo que se abra un receso en la sesión y que pasemos a la adopción
inmediata de remedios más radicales...”. Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas.