Ya
dijimos en alguna entrega anterior que la ciudadanía romana durante los
primeros tiempos de la República, sólo alcanzaba a las dos órdenes
senatoriales: patricios y caballeros,
o lo que es lo mismo, los nobles y los ricos. El resto de la gente, los plebeyos,
carecían por completo de derechos políticos. La plebe era la mano de obra en
tiempos de paz y la tropa en tiempos de guerra.
En
494 a.C., catorce años después de la proclamación de la República, Roma fue
atacada por varias de las ciudades vecinas. Se perdieron las conquistas
conseguidas durante la monarquía de los Tarquinos, y a punto estuvo la misma
urbe de caer en manos de sus enemigos. Si siguió permaneciendo libre fue
gracias al esfuerzo precisamente de la plebe, que perdió en la lucha a millares
de sus hijos.
Al
concluir la contienda, los plebeyos se encontraron en condiciones desesperadas.
Muchos habían perdido los campos que quedaron en territorio enemigo, y todos
para mantener a sus familias, se cargaron de deudas. Quienes no pudieron
pagarlas se convirtieron en esclavos de sus acreedores, que podían encerrarlos,
venderlos o matarlos. Quisieron reclamar justicia, pero no tenían voz en los comicios centuriados, manejados por las
órdenes dominantes. Así que en las calles de Roma comenzó la agitación. Pedían
la anulación de las deudas, un nuevo reparto de tierras y el derecho a elegir
magistrados propios. Los patricios y
los équites hicieron oídos sordos a
esas demandas, y entonces al parecer de forma espontánea, se produjo la que
probablemente sea la primera huelga de la Historia.
Los
plebeyos se concentraron en masa en el Monte Sacro, jurando que no darían un
solo bracero a la tierra, ni un obrero a la industria, ni un soldado al
ejército. La última negativa era la más grave, porque desde los vecinos montes
Apeninos, hordas de enemigos amenazaban la precaria paz recientemente
conseguida. El Senado, con el agua al cuello, envió a los sublevados embajada
tras embajada, sin que ninguna de ellas surtiera el menor efecto.
Finalmente,
el Senado capituló. Canceló las deudas, restituyó la libertad a quienes por
ellas habían caído en la esclavitud, y concedió el nombramiento de dos tribunos de la plebe y de tres ediles que serían elegidos anualmente
por los plebeyos. Aquella fue la primera gran conquista del proletariado
romano, que adquirió el instrumento legal para alcanzar otras a través de la
justicia social, de manera que aquel año glorioso de 494 merece figurar con
letras de molde en la historia de la lucha por la democracia y las libertades.
Con
el retorno de los plebeyos se hizo posible volver a poner en campaña a las
legiones, contra la amenaza de los volscos y los ecuos. En los primeros
combates de aquella larga guerra, se distinguió de manera especial un patricio
llamado Cayo Marcio Coriolano, un conservador intransigente que se oponía de
forma beligerante a la plebe, e impidió la distribución de trigo a la gente
hambrienta. Los tribunos de la plebe
ejercieron sus funciones y consiguieron que Coriolano fuera desautorizado por
el Senado y relevado del mando del ejército. La respuesta de aquel soberbio
noble fue pasarse al enemigo, al que condujo, victoria tras victoria, hasta las
mismas puertas de Roma. Sólo su madre, enviada por el Senado, consiguió
suplicándole arrodillada, hacerle desistir. Coriolano fue asesinado por los
ecuos, que le consideraron traidor, lo mismo que sus paisanos romanos. La
dramática historia de Coriolano inspiró siglos después al inmortal William
Shakespeare la magnífica tragedia que lleva ese título.
La
institución de los tribunos de la plebe
se mantuvo activa durante todo el periodo republicano. Constituyeron una
especie de precursores de los defensores del pueblo en las democracias
modernas. Tribunos de la plebe
famosos fueron mucho más tarde los hermanos Gracos, Cayo y Tiberio Sempronio
Graco, que pasaron a la Historia como unos de los más grandes adalides de la
justicia social. Pero esa ya es otra historia. El profe Bigotini por el momento
se cansa de escribir, y además se siente urgido por la maldita próstata.
Seguiremos…
Hace
ya tres meses que me apunté a un gimnasio, y desde entonces no he conseguido
adelgazar ni un solo gramo…
…voy
a tener que ir personalmente a ver qué demonios pasa.