El
descubrimiento de los rayos X por Wilhelm Conrad
Röntgen en 1895, abrió un camino crucial en la exploración de
lesiones y enfermedades que hasta entonces no contaban con un soporte objetivo que
permitiera un diagnóstico de certeza. Pero el examen radiológico simple, tiene
grandes limitaciones. En el organismo existen estructuras radioopacas, como los
huesos, que pueden apreciarse al detalle en una radiografía; y otras
radiotransparentes, como las vísceras, cuyas características sólo pueden ser
intuidas a través de signos indirectos. Así, en el caso de un traumatismo, podremos
ver en una radiografía si existe fractura ósea, pero seremos incapaces de
precisar si se han producido lesiones tendinosas, musculares o de los discos
intervertebrales, por ejemplo. Hoy contamos con métodos diagnósticos mucho más
eficaces. Uno de los más útiles es la Resonancia
Magnética Nuclear (RMN).
La
RMN fue descrita por vez primera por el físico Isidor
Rabi en 1937. Edward Purcell y
Felix Bloch realizaron importantes avances a partir de 1945. Richard Ernst desarrolló la técnica en
1966, basándose en una gran herramienta matemática, la transformada
de Fourier, que permite convertir en imágenes diferentes tipos
de señales. Finalmente, en la década de 1980 la técnica se depuró hasta el
punto de permitir su aplicación práctica en medicina. Desde entonces la RMN no
ha dejado de perfeccionarse. Ha demostrado ser un instrumento insustituible y
una de las herramientas científicas que más información proporcionan. Su
aplicación no se limita a la traumatología o la oncología, donde nos resulta
más familiar, sino que cubre prácticamente todos los campos, desde la física
del estado sólido hasta la ciencia de los materiales, e incluso la psicología,
en el estudio del cerebro.
Pero,
¿cómo funciona la Resonancia Magnética Nuclear?
Siguiendo la explicación de Clifford
Pickover (www.pickover.com),
un núcleo atómico que tenga al menos un protón desemparejado, puede actuar como
un pequeño imán. Si aplicamos un campo magnético externo, ejercemos una fuerza
que hace que los núcleos adquieran un movimiento de rotación similar al de una
peonza. La diferencia de energía potencial entre los dos estados del núcleo
(espín), puede incrementarse aun más aumentando la potencia del campo magnético
externo. Introducimos luego una señal de radio de la frecuencia adecuada para
inducir transiciones entre los dos estados de los núcleos, de modo que algunos espines
se sitúen en sus estados de mayor energía. Si la señal de radiofrecuencia se
apaga, los espines regresan a los estados inferiores y producen a su vez una
señal de radio en la precisa frecuencia de resonancia asociada al giro del
espín. Las señales RMN arrojan información que va más allá de los núcleos
específicos presentes en una muestra, ya que las señales se ven modificadas por
el entorno electroquímico inmediato. Por eso los estudios RMN son capaces de
proporcionar tanta información molecular, y nos permiten literalmente ver
estructuras moleculares completas.
Puede
parecer mágico, pero es absolutamente real. Como el profe Bigotini os dice
tantas veces, hay más maravillas en nuestro universo físico, de las que serían
capaces de imaginar una legión de fantoches mitrados o de charlatanes de
cualquier clase. Solo hay que tener curiosidad por conocerlas e ilusión por
saber qué habrá más allá del horizonte.
Marge:
-Homer, hay un hombre que puede ayudarte.
Homer:
-¿Quién, Batman?
Marge:
-No, no. Me refiero a un científico.
Homer:
-Batman es un científico…
Marge:
-¡Que no es Batman!