Los
romanos de los primeros siglos de la República desconocían la geografía. Sucesivos
pactos y guerras con sus vecinos latinos, sabinos, etruscos, volscos, ecuos…,
les condujeron a dominar la costa del Tirreno central, para ellos el primitivo
y familiar Mare Nostrum. No es que
fueran expansionistas, sencillamente aplicaban la máxima deportiva de que la
mejor defensa es un buen ataque, y eso les llevó, casi sin querer, a ocupar los
territorios limítrofes, pero seguramente todavía ignoraban la extensión y los
límites de la península itálica, y si los más instruidos habían oído hablar del
mar Adriático, probablemente entonces conocido como el ponto
de los griegos, lo considerarían remoto e inalcanzable.
Sus
diferencias vecinales llevaron a los romanos al sur, donde entablaron varias
guerras contra los samnitas. En la segunda de aquellas guerras sufrió Roma una
vergonzosa derrota en las gargantas de Caudio. Tuvieron que capitular y pasar
bajo el yugo de las lanzas samnitas, episodio que originó la expresión horcas caudinas para definir cualquier
derrota humillante.
Aquellos
hechos tuvieron lugar en 328 a .C.
Roma encajó la afrenta, pero no pidió paz. Al contrario, después de
reorganizarse, las legiones atravesaron los Apeninos en 316, y tras sucesivos
avances se hallaron en 305 en la costa adriática de Apulia. A la vez, la
expansión meridional llevó a los romanos hasta las mismas puertas de Nápoles,
la próspera y magnífica Neápolis
griega, que les fascinó y avivó su codicia. Durante algunos años se sucedieron
las escaramuzas, hasta que los grecoitálicos, viéndose en apuros, recabaron la
protección de la madre patria. La encontraron en la persona de Pirro, rey del Épiro, la región
noroccidental de Grecia. Pirro era un tipo singular. De origen macedonio,
presumía de ser pariente del mismo Alejandro, y se creía llamado por los dioses
a acometer grandes empresas. Los tarentinos solicitaron su socorro, y sin
pensarlo dos veces, se plantó en Tarento con sus navíos y su ejército, al que se
sumaron por miles los naturales del país.
Pirro
presentó batalla a los romanos en Heraclea. En la lucha se impuso la disciplina
de las legiones que barrieron a sus enemigos. No obstante el rey epirota
contaba con un arma todavía desconocida en aquel tiempo: los elefantes. Al
verlos desde lejos, los romanos los tomaron por bueyes, de ahí el apelativo de bueyes lucanos por el que se conoció a
los proboscidios incluso hasta tiempos medievales. Pero al tenerlos más cerca,
cundió el pánico entre los legionarios que huyeron en desbandada. Pirro se
adjudicó muy ufano la victoria. Sin embargo, al hacer balance de pérdidas,
halló que con la excepción de la unidad elefantina, la práctica totalidad de su
ejército había sido aniquilada. Este es el origen de la expresión victoria pírrica para referirse a
supuestos triunfos que cuestan muy caros. Actualmente usan y abusan de ella
hasta los comentaristas deportivos, con un desparpajo insólito en gentes tan
iletradas.
Todavía
no escarmentado, volvió Pirro a la carga en 279 a .C. El campo de batalla
fue esta vez Ascoli Satriano, pero a pesar del cambio de escenario, la derrota
de los griegos fue mayor si cabe, aun a pesar de los elefantes. Los romanos
estrenaron contra ellos unas lanzas largas y agudas, remoto antecedente de las
picas que mil años después manejarían los tercios españoles en las guerras
europeas del XVII, y que inmortalizó Velázquez en La rendición de Breda.
Tampoco
la nueva derrota desmoralizó a Pirro ni mitigó lo más mínimo sus ganas de
camorra. Llamado esta vez por los siracusanos, embarcó hacia Sicilia para
defender a Siracusa de los cartagineses. Fue de nuevo vencido, y aun no
satisfecho, regresó por última vez a Italia en auxilio de los tarentinos. En
275 las legiones romanas le infligieron una nueva derrota en Malevento, tan
severa, que el epirota tuvo por fin que regresar a su tierra con el rabo entre
las piernas. Los romanos rebautizaron a Malevento como Benevento en recuerdo de
su victoria.
Con
todos estos avatares bélicos, Roma aprendió al fin geografía, y se supo
dominadora de gran parte de la península. En 273, a instancias del
Senado, se inició oficialmente la completa
conquista y romanización de Italia, que en muy pocos años se
extendió a parte de Sicilia e incluso a la Grecia continental. Probablemente Pirro nunca
llegó a ser consciente de su decisiva aunque involuntaria, contribución a la Historia.
-Manolo,
mira a ver, me parece que la cisterna pierde.
-Pues
dile que lo importante es participar.