Antonio Enríquez Gómez, un conquense
nacido en 1601, poeta y dramaturgo, es uno de nuestros autores del Siglo de Oro
hoy más desconocidos. El olvido en que cayeron su persona y su obra no se debe
a falta alguna de calidad literaria, pues méritos reúne suficientes como para
figurar con letras de molde en la historia de la literatura. Enríquez ha sido
relegado durante siglos por su condición de judeoconverso, y si hemos de creer
a quienes le juzgaron y condenaron, también por sus ocultas prácticas de
criptojudaísmo, terrible delito que se persiguió de forma inmisericorde en la
España contrarreformista en que le tocó vivir y morir.
Su
madre, Isabel Gómez, era cristiana vieja de una familia sin tacha procedente de
Córdoba. Sin embargo, su padre, Diego Enríquez Villanueva, como delata su
apellido, era un converso de Quintanar de la Orden, que se aferraba como tantos
otros conversos de su tiempo, a las viejas prácticas del judaísmo. Lo que en
términos no sólo coloquiales, sino empleados con profusión por las autoridades
civiles y eclesiásticas, se conocía como un marrano.
Fue
esa etiqueta infamante de marranismo
la que persiguió al joven Antonio ya desde su primera edad. Su abuelo,
Francisco de Mora Molina, fue ejecutado y quemado en Cuenca, su abuela, Leonor
Enríquez, sufrió prisión, y hasta su propio padre fue condenado en 1624 y
despojado de sus bienes y hacienda. Antonio no pudo heredar de él más que el
oficio, que consistió en comerciar con lanas y paños entre Castilla y Francia.
Atendió a su negocio desde Sevilla, ciudad en que residía su tío Antonio
Enríquez de Mora, pero durante poco tiempo, pues tuvo su tío que huir a Burdeos
al ser acusado de criptojudaísmo. Procurando poner también tierra de por medio,
nuestro comerciante poeta se trasladó a Burgos, donde se casó con Isabel Alonso
Basurto, joven perteneciente a una familia intachable de cristianos viejos.
Parece que su casamiento contribuyó en alguna medida a alejar de él sospechas y
pesquisas. Fue esta la etapa más tranquila de la vida del autor, al menos desde
el punto de vista judicial. Su comercio le llevó después a Madrid, donde
frecuentó los círculos literarios y entabló amistad con Lope de Vega.
Se
estrenaron entonces algunas de sus comedias en los corrales más frecuentados de
la corte, destacando entre ellas El
cardenal de Albornoz y otras dos dedicadas a las Aventuras de Fernán Méndez Pinto, explorador portugués que fue uno
de los pioneros de los viajes a la China. Dio a la imprenta El Siglo pitágórico, una ficción
lucianesca inspirada en El asno de oro
del escritor latino, en la que se vertían opiniones no muy favorables al
entonces todopoderoso conde duque de Olivares. Acaso por influencia del valido,
o acaso por el prendimiento de algunos socios suyos castellanos y portugueses,
acusados de criptojudaísmo, Antonio Enríquez se vio forzado a huir de España,
pasando a Francia en 1636 por la que entonces se conocía como senda del marrano. Residiendo con su tío
en Burdeos, publicó varias obras de poesía. Tuvo en esos años tratos
comerciales y literarios con la judería de Amsterdam, donde el teatro español
era muy popular por la gran cantidad de sefardíes residentes en Flandes.
Se
estableció luego en Ruan asociándose con su primo Francisco Luis Enríquez. El
negocio familiar marchó viento en popa, y establecieron oficinas en Livorno,
Amsterdam, Hamburgo, Recife y otras ciudades americanas. Al mismo tiempo, ambos
primos se dedicaron al lucrativo negocio del contrabando entre Francia y
España, naciones que entonces estaban en guerra. Francisco Luis se embarcó para
el Perú al objeto de atender sus sucursales americanas, mientras que Antonio
volvió a España, estableciéndose en Sevilla bajo la falsa identidad de Fernando
de Zárate y Castronovo. Allí tuvo una amante granadina, María Felipa de Hoces,
y estrenó varias comedias de éxito bajo su nombre fingido. Como la Inquisición
no había podido echarle mano, Antonio Enríquez fue quemado en efigie al menos
en dos ocasiones, Toledo (1651) y Sevilla (1660). Es muy probable que asistiera
como espectador a su propia quema simbólica sevillana.
Al
fin, en 1661, el Santo Oficio que le había perseguido durante décadas, dio con
él, y él dio con sus huesos en la cárcel, donde falleció en 1663. Cayó también
su primo en Lima y muchos de sus socios y colaboradores en España, Portugal y
América. Seguramente el tamaño y la complejidad que habían alcanzado sus
negocios, contribuyó a hacer vulnerable a la organización. Algún biógrafo
atribuye a Enríquez aun una tercera identidad, la del dramaturgo Francisco de
Villegas, sospecha que se infiere de la lectura de sus comedias sin que existan
otras pruebas que lo avalen.
En cuanto a su obra, cabe destacar la poesía lírica. Sonetos al gusto de su época que fueron alabados por todos sus coetáneos. En dramaturgia, Enríquez puede adscribirse a la escuela de Calderón. Con su nombre verdadero firmó veintidós obras, y como Fernando de Zárate no menos de treinta, muchas de ellas versiones de comedias más antiguas. Destaca entre estas su Loa sacramental de los siete planetas, un auto religioso estrenado en Sevilla en 1659, que podría pasar por obra de Calderón, si no llevara la firma fingida de Zárate. En novela, además de El Siglo pitagórico ya mencionada, destaca sobre todas La vida de don Gregorio Guadaña, una pieza digna de figurar entre lo mejor de la novela picaresca, que se editó en Ruan en 1644. Figuran también entre sus escritos, tratados políticos y una pléyade de obras clandestinas que se le atribuyen atendiendo al estilo y la temática de defensa del judaísmo. De nuestra biblioteca Bigotini, extraemos sus Sonetos. Haced clic en el enlace y disfrutad la lírica que impregna sus versos.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Sonetos+de+Enriquez.pdf
Vivo sin libertad, y no es posible
que
pueda ser verdad mi sentimiento,
vivir
y no sentir es argumento
que
conceder se debe a lo insensible.