El
diario de viajes del profe Bigotini nos traslada hoy a Amsterdam, la
gran metrópoli de los Países Bajos. Reproducimos algunos párrafos:
Un
día pesado de viaje, autobús, maletas, avión, esperas, colas…
Finalmente llegamos a Amsterdam
ya avanzada la tarde. El hotel está en la avenida Damrak,
la más céntrica de la ciudad, junto a la célebre plaza Dam.
Las ventanas de la habitación ofrecen la vista impagable del viejo
edificio de la Bolsa hanseática de Amsterdam, puro Renacimiento
local.
La
habitación es amplia, cómoda y cálida, entarimada para soportar el
clima fresco y húmedo de por aquí. El baño constituye todo un
ejemplo digno de esas revistas de decoración que ofrecen soluciones
para apartamentos pequeños, todo está encajado en un espacio
minúsculo. Estamos alojados en la buhardilla del viejo edificio a la
que se accede a través de una empinadísima escalera de madera.
Desde la avenida nos fijamos en un curioso detalle: entre nuestras
ventanas y el tejado asoma una sólida viga provista de enganche.
Como en muchos otros edificios antiguos de la ciudad, sirve para
hacer mudanzas de muebles y para evacuar a los enfermos cuando no
pueden ser conducidos escaleras abajo.
En
la calle llueve a mares. Cenamos en un diner
cercano. Carnes, pastas y postres. Sigue lloviendo y llegamos
empapados al hotel. Se agradece la agradable calidez y el aire alpino
de la habitación. Tampoco viene mal que funcione la calefacción.
Cosas del Norte. ¡A dormir calentitos!
De
buena mañana, continúa lloviendo. Hay una máxima en cualquier
viaje: cuando llueve toca museo. Así que miramos la guía y
aprovechamos para visitar el museo Van Gog, donde se exponen algunas
de las mejores obras del artista holandés, junto a otras muchas de
sus contemporáneos y conocidos de su época parisina. La visita es
agotadora y al final se resienten los pies. Comemos en un pub
irlandés patatas con verduras y carnes empanadas. Por la tarde, ya
por fin con un tímido sol, paseamos por el barrio alternativo.
Tiendas curiosas y bares donde se fuma la hierba de la risa.
Cervezas, más cervezas, carcajadas y buen rollito. Después nos
dejamos caer por el mercado de las flores, a la orilla de uno de los
canales grandes. Hay bulbos de tulipán de todos los colores
imaginables. El camino nos lleva al famoso barrio rojo, con sus
típicos escaparates de carne humana puesta en venta. La mayor parte
son relativamente discretos, como para mirarlos un matrimonio decente
con su hijita. Hay otras puestas en escena sin embargo, que harían
escandalizarse hasta a un viejo lobo de mar. Entre puticlub y
puticlub, algún que otro restaurante exótico, chinos la mayoría,
pero otros javaneses, indonesios, malayos, qué sé yo… Sin duda
son reflejo del pasado colonial holandés.
La
cena de diez: In de Waag.
Un restaurante de nouvelle
cousine situado en la
plaza del mercado nuevo, una de las más antiguas e históricas de
Amsterdam, no tiene pérdida. Excelente cena y excelente servicio.
Para mi gusto algo triste la iluminación con tanta velita. Delicias
de carne, lubina gratinada y de entrante una especie de
reinterpretación de nuestras hispánicas papas bravas, con varias
salsas de identificación difícil, pero en todo caso sabrosas.
Breve
paseo por Damrak avenue
(sigue haciendo fresco), y al hotel a descansar.
Los
desayunos los hacemos en el bar de abajo, un establecimiento
regentado por argentinos, que se ha especializado en dar de desayunar
a los clientes de la media docena de hoteles semejantes al nuestro
que hay en la avenida Damrak.
Todos están en edificios históricos que no cuentan con espacio
suficiente y probablemente tampoco con permisos de sanidad, bomberos,
etc., para tener cocina. Después del desayuno, paseo por los canales
y visita al museo de cera de madame
Tussaud, que está junto
a la plaza Dam.
Nos fotografiamos junto a los personajes como está mandado. A
continuación, garbeo por una galería comercial.
Junto
a uno de los canales más pintorescos, está la zona de las
antigüedades. Hay tiendas, pasajes y hasta tenderetes en la calle, a
pie de canal. En las vidrieras y estanterías se arremolinan los
objetos más extraños, curiosos y pintorescos. Vajillas,
cuberterías, porcelanas, joyas, miniaturas… Comemos en el barrio
de las nueve calles los
bocadillos tradicionales de Amsterdam, de queso y salchichas crudas
muy condimentadas. Están riquísimos. Y es que nos gusta todo y
tenemos un saque prodigioso.
Por
la tarde nuevos paseos por la zona comercial. Vamos maquinando el
imprescindible tema de las compras y los regalos. Descansamos en las
acogedoras y típicas terrazas de la Rembrandt
Platz: cervecitas belgas
que son mejores que las holandesas. Vuelta al paseo y las compras, y
finalmente cena italiana de pastas en un italiano para turistas. Nos
reímos mucho, mucho. Los italianos son con diferencia los mejores
para hacer la pelota al cliente . Por otra parte, llegamos a la
conclusión de que decididamente Amsterdam es un gran ciudad,
divertida, acogedora y sorprendente, una de nuestras favoritas.
Desayuno
en los argentinos y visita a la estación central. Sacamos billetes
para viajar a Amberes el día siguiente. El rail-card,
un billete abierto válido para diez viajes de cualquier distancia en
Holanda, Bélgica y Luxemburgo, cuesta sólo 69 €. Vamos luego al
Rijks Musseum,
el Prado de los holandeses. No hay comparación. Es mucho más
modesto. De todas formas tienen colecciones de Rembrandt
y de Vermeer
muy notables. La estrella del museo es el célebre cuadro La
ronda de noche, de
Rembrandt,
que se expone en una sala especial, acondicionada y climatizada. Es
tal la afluencia de visitantes y grupos de turistas, que hay que
hacer cola para verlo.
Al
salir del museo almorzamos en una terraza junto al canal. Las vistas
desde allí son espléndidas, y también es espléndido mi plato de
huevos. Aquí parece que tienen costumbre de poner tres huevos por
ración, y yo me los zampo sin rechistar. A donde fueres… Después
de la comida, callejeamos sin rumbo y tomamos unas cervezas en la
zona del cannabis. En algunos bares no es necesario fumar, basta con
respirar el humo para ser feliz.
Cena
en un típico holandés muy cerca del barrio rojo. Costillas
adobadas, pollo y pescado. Brevísimo paseo y a la cama, que mañana
toca viaje. Para ser felices en Amsterdam no necesitamos ni siquiera
el humo de los coffee shops. Tenemos bastante con respirar un
poco de libertad y con nuestra proverbial limpieza de corazón, que
algunos tendrían por simpleza.
Cuando
tengo que elegir entre dos tentaciones, siempre prefiero la que no he
probado todavía. Mae West.