La
de los reinos cristianos de la España del siglo XI era una sociedad
mayoritariamente rural, cuyos principales recursos procedían del campo. Tanto
en Castilla y en León como en los reinos orientales, el desarrollo de las
ciudades fue hasta entonces lento y estuvo cargado de dificultades. El elemento
que acaso más contribuyó a incrementar la vida urbana fue precisamente el Camino de Santiago. El texto anónimo de
las Crónicas de Sahagún ilustra ese
cambio cuando dice que a finales de la XI centuria habían llegado “burgueses de muchos e diversos ofiçios (…),
gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos,
provinçiales, lombardos…”, como puede apreciarse, franceses en su mayoría,
pero también de algunos otros lugares de Europa, pues la atracción que ejerció
la tumba del apóstol caló de una forma decisiva en el espíritu de las gentes de
aquel tiempo.
Artesanos
y mercaderes se asentaron en las villas y los burgos del Camino, al amparo de
castillos y monasterios. Desde Jaca hasta la misma Compostela, pasando por
Pamplona, Estella, Santo Domingo, Burgos, Castrojeriz, Sahagún, León o Astorga,
se fueron formando y acrecentando núcleos de población de abigarradas callejas
con tiendas y talleres bordeando el castellum
o centro fortificado. Contaban aquellas ciudades con un mercado semanal que
solía instalarse en las plazas, al que acudían con sus mercancías las gentes de
los poblados circundantes, y en el que asentaban sus puestos los artesanos y
menestrales de la propia villa. Muchos artesanos eran de origen mozárabe,
cristianos que permanecieron en el territorio tras la derrota y retirada de sus
antiguos señores musulmanes. También había mudéjares y judíos que permanecieron
con los nuevos señores cristianos. Por último, la ruta jacobea trajo lo que por
ejemplo, los leoneses llamaron el vico
francorum, expresión que aludía a los nuevos pobladores venidos de allende
los Pirineos.
Algo
más alejados del Camino, emergieron poco a poco otros núcleos urbanos que
adquirirían creciente importancia, como Barcelona, que se desarrolló en torno
al reclamo comercial que representó su puerto. En el valle del Duero fueron
apareciendo núcleos como Palencia, el Burgo de Osma o Zamora, y más al sur, en
las extremaduras o zonas fronterizas,
encontramos ciudades como Avila, Segovia o Salamanca. Las actividades
artesanales y mercantiles eran en todas ellas muy variadas, como lo prueban los
nombres de las calles y callizos que aun hoy se conservan en los cascos
históricos de las ciudades medievales: zapatería, carnicería, cedacería,
tripería, cordelería, curtidores, aguadores… nos hablan de sus pobladores que
se agrupaban en ellas por gremios y por oficios. No obstante, la actividad que
alcanzó mayor florecimiento al menos en el reino de Castilla, fue con
diferencia la textil, que se nutrió de la importante cabaña ganadera de ovino.
La lana y sus manufacturas se convertirían en la principal riqueza.
Cuando
varios núcleos de población estaban muy cercanos, se repartían los días de
mercado. Así por ejemplo, el mercado del lunes de Sahagún, se trasladaba el
martes a Mansilla, y el miércoles a León.
Los
habitantes de las ciudades, burgueses o villanos, formaban en su conjunto un
estamento social particular, cuya unión solía plasmarse en la denominada conjuratio o juramento colectivo de los
vecinos. Las relaciones sociales estaban presididas por un cierto sentimiento
de igualdad del que se sentían orgullosos. El viejo dicho de que el aire de la ciudad hace libres a sus
habitantes, podía aplicarse a los burgueses que se consideraban más libres
que los siervos de la gleba y en
general, que los campesinos de las áreas rurales. No obstante, a menudo los
burgueses tropezaban con la jurisdicción que sobre ellos y sus actividades
ejercían los señores de turno, bien nobles feudales o bien autoridades
eclesiásticas. Volviendo a las Crónicas
de Sahagún, encontramos un ejemplo ilustrativo en la obligación que tenían
sus habitantes de utilizar el horno señorial, es decir, el del monasterio
benedictino. A fines del siglo XI, los burgueses quedaron libres de esa carga
solo a cambio de pagar un tributo al monasterio.
La
ruta jacobea supuso también una importante conexión cultural y política con el
resto de la cristiandad europea de su tiempo. Se creó una alianza con Cluny,
por la que los monarcas hispanos se obligaron a abrir hospitales a lo largo del
Camino, y se tomaron disposiciones para garantizar la vida y las propiedades de
peregrinos y romeros. Las cinco esposas que tuvo Alfonso VI fueron todas
extranjeras, cuatro francesas y una italiana. Sus hijas se casaron con
príncipes borgoñones.
La
culminación de aquel proceso de apertura a Europa tuvo lugar en 1080, con la
celebración del Concilio de Burgos, al que asistieron obispos de toda la Europa
cristiana. En él se acordó la introducción del rito romano que sustituyó al
anterior rito mozárabe en Castilla y León, así como el derecho canónico
gregoriano y la letra carolina, que desplazaron a los usos visigodos. Penetró
en los reinos peninsulares la regla benedictina, y con ella el arte románico.
En definitiva, el Camino de Santiago resultó ser el cordón umbilical que unió
la España cristiana al resto de Europa.
Señores, yo sé bien lo que es trabajar. Se lo he visto hacer a
otros muchas veces. Groucho Marx.