Por
su frecuencia reproductiva, los biólogos distinguen dos grupos de organismos: semélparos e iteróparos.
Los organismos semélparos se
reproducen una sola vez o en un periodo reproductivo breve. Este tipo de
reproducción se conoce también con el nombre de gran
estallido.
Por el contrario, los seres vivos iteróparos, como la gran mayoría de vertebrados, e incluso nosotros mismos, nos reproducimos a lo largo de un periodo mucho más extendido. Algunos organismos durante toda su vida adulta, otros como es nuestro caso, a lo largo del llamado periodo fértil, que puede abarcar años y hasta decenios. Nuestra especie representa un caso extremo de iteroparidad, puesto que la edad fértil de las mujeres se extiende desde la menarquia a la menopausia, cerca de cuatro décadas, y la de los varones puede prolongarse prácticamente toda la vida. Además, a diferencia de la inmensa mayoría de los mamíferos, incluidos algunos primates parientes cercanos nuestros, en la especie humana los momentos fértiles no se limitan a unos periodos de celo o estro de las hembras, sino que tanto las cópulas como la fecundación pueden producirse en cualquier instante.
Por el contrario, los seres vivos iteróparos, como la gran mayoría de vertebrados, e incluso nosotros mismos, nos reproducimos a lo largo de un periodo mucho más extendido. Algunos organismos durante toda su vida adulta, otros como es nuestro caso, a lo largo del llamado periodo fértil, que puede abarcar años y hasta decenios. Nuestra especie representa un caso extremo de iteroparidad, puesto que la edad fértil de las mujeres se extiende desde la menarquia a la menopausia, cerca de cuatro décadas, y la de los varones puede prolongarse prácticamente toda la vida. Además, a diferencia de la inmensa mayoría de los mamíferos, incluidos algunos primates parientes cercanos nuestros, en la especie humana los momentos fértiles no se limitan a unos periodos de celo o estro de las hembras, sino que tanto las cópulas como la fecundación pueden producirse en cualquier instante.
Sin
embargo, y sin salir del reino animal, algunas especies de peces y, sobre todo,
un gran número de invertebrados, han optado por la estrategia de la semelparidad, que en algún caso se
convierte en una verdadera tragedia tal como enunciamos en el título, puesto
que a la reproducción sigue la muerte del individuo de forma inevitable.
Es
el caso de multitud de insectos, cuya vida transcurre en su mayor parte en fase
larvaria, alcanzan la madurez orgánica que incluye también la sexual, buscan
pareja del sexo opuesto para aparearse, y finalmente fallecen a las pocas horas
de depositar su puesta, legado de descendencia a la posteridad. Ciertos
insectos llegan al extremo de carecer en su forma adulta de boca y aparato
digestivo. No lo necesitan. Sólo requieren alas, patas o ambas para desplazarse
en busca de pareja, y aparato reproductor. Constituyen literalmente gónadas
voladoras o corredoras, cuya única misión en el resto de su efímera vida es la
reproducción.
Es
bien conocido el caso de los salmones que anualmente remontan de forma
trabajosa e infatigable los ríos donde nacieron como alevines, para alcanzar su
cabecera, poner los huevos, fertilizarlos y morir a continuación. Como nos
describe Peter Godfrey-Smith en su obra Otras mentes, las hembras de pulpo
son también un caso extremo de semelparidad.
Mueren después de una única gravidez. Una hembra de pulpo puede aparearse con
varios machos, pero, cuando llega el momento de poner los huevos, se instala de
forma permanente dentro de un cubil. Allí la hembra pondrá los huevos, los
aventará y los cuidará mientras se desarrollan. Esta única puesta puede
contener muchos miles de huevos. La incubación puede durar un mes o algo más en
función de la especie y las condiciones ambientales (todo discurre más
lentamente en aguas frías). Cuando los huevos hacen eclosión, las larvas se
dejan arrastrar por el agua. Finalmente, la hembra muere.
Como
puede verse, y como ya hemos comentado en otros artículos, se trata también de
diferentes tipos de apuesta. Las diferentes especies han elegido ya desde sus
remotos orígenes bien cantidad o bien calidad reproductiva. Estos organismos semélparos han apostado por la cantidad.
Determinadas hembras de invertebrados son capaces de realizar puestas de miles
e incluso de millones de descendientes. Semejante esfuerzo biológico concluye
de forma inevitable con la muerte. En el polo opuesto, quienes apuestan por un
número reducido de descendientes, optan por la calidad. Las madres mamíferas,
muchas aves, reptiles e incluso algunos peces nidícolas, cuidarán de su
reducida prole con esmero para asegurar a sus hijos el crecimiento y el futuro.
Resulta obvio que ambas estrategias funcionan, puesto que han traído, nos han
traído, hasta el presente a quienes formamos parte de unas y otras especies.
Una vez más, amigos, el mundo del sexo y la reproducción sigue asombrándonos.
Los
sordomudos regalan a sus novias braguitas transparentes…
…lo
hacen para poder leer los labios.