En
el núcleo de todas y cada una de las células de todos los organismos vivos hay
un número determinado de cromosomas agrupados por parejas. Como nosotros no
somos una excepción, en el interior de nuestras células hay concretamente 46
cromosomas. De ellas, 22 parejas son los llamados cromosomas autosómicos y una
pareja son los cromosomas sexuales, XX en el caso de las mujeres y XY en el
caso de los varones.
Pero
esto no ocurre en todas las células. Excepcionalmente los gametos (óvulos en
las hembras y espermatozoides en los machos) contienen sólo la mitad de
cromosomas, 23. De ellos 22 son autosomas y hay un único cromosoma sexual que
en el óvulo siempre será el cromosoma X, y en el espermatozoide podrá ser X o
Y. En función de cuál sea el espermatozoide que consiga fertilizar el óvulo, el
hijo que resulte de la unión será XY o XX, macho o hembra, niño o niña en
nuestra especie, con una probabilidad del 50%
Los
genes contenidos en los cromosomas son quienes poseen las instrucciones para
construir al nuevo ser vivo, y esto es igualmente válido para producir la
diferenciación sexual durante el desarrollo tanto embrionario como posterior.
Pero atención, porque quienes en última instancia dirigirán la diferenciación
sexual van a ser las hormonas, responsables definitivas de las órdenes químicas
necesarias para producir los cambios. Si durante los primeros días de la
gestación a un embrión de rata hembra (XX) se le inyecta testosterona, la rata nacerá
con genitales ambiguos y comportamiento masculino. Si la inyección de
testosterona se produce más avanzada la gestación, nacerá hembra pero intentará
montar a otras hembras. Finalmente, si se inyecta testosterona a una rata
adulta, su comportamiento se hará más agresivo, pero continuará siendo hembra y
no modificará sus preferencias sexuales.
Durante
el desarrollo embrionario, hacia la cuarta semana de embarazo en la región
anogenital se forma el orificio de la cloaca, con un tubérculo genital arriba,
la uretra por dentro y una especie de hinchazón alrededor. A las seis semanas
se cierra una zona en el centro de la cloaca, separando dos orificios que darán
lugar al ano y a los genitales. Dentro de la zona genital hay dos conductos
conectados a las gónadas que se convertirán en ovarios o en testículos. Pero
hasta ese momento (véase la ilustración), la estructura es exactamente la misma
para futuros niños o niñas.
La
verdadera diferenciación comienza en este punto, a partir de la sexta semana. El
gen SRY contenido en el cromosoma Y, induce la liberación de una hormona, la
hormona antimulleriana o AMH, asi llamada porque impide la formación de los
conductos de Muller femeninos, forzando que las gónadas se conviertan en
testículos. Si el embrión es XX no hay liberación de AMH, y las gónadas y los
conductos se desarrollarán como ovarios y trompas de Falopio.
El
verdadero inicio de la masculinización del embrión XY comienza en la octava
semana, cuando los testículos que aun no han descendido, inician la segregación
de testosterona. Eso hace que desciendan a la vez que aumentan su tamaño, y se
sitúan en la zona inflamada alrededor de la cloaca, que se convierte en
escroto. En caso de que no haya testosterona (XX), esa misma piel formará los
labios vaginales.
Otro
efecto de la testosterona será que el tubérculo genital situado encima de la
cloaca, crecerá hacia fuera, cerrando la cloaca y llevándose la uretra hasta
formar un pene con su glande en el extremo y sus dos cuerpos cavernosos a los
lados que en el futuro al llenarse de sangre, producirán la erección. En caso
de XX, no habrá liberación de testosterona; ocurrirá lo mismo pero con menor
tamaño y sin proyección al exterior. La cloaca se mantendrá abierta, formando
la vagina y el útero, y el “pene interno” sólo dejará asomar al exterior su
pequeño glande, que se convertirá en clítoris. Los dos brazos laterales del
clítoris quedarán en forma de V a los lados de la vagina, hinchándose con
sangre en el momento de la excitación.
Véase
pues que en realidad los genitales externos de hombres y mujeres son muy
parecidos y tienen idéntico origen embrionario. El clítoris es idéntico al
pene. El glande masculino es la cabeza del clítoris femenino, y posee las
mismas muy numerosas terminaciones nerviosas sensitivas, sólo que en el caso
femenino se encuentran concentradas en un espacio mucho más reducido. Algunos
sexólogos consideran que los orgasmos vaginales son en realidad clitoridianos,
porque lo que logra la penetración es estimular las estructuras internas del
clítoris. Dicho de forma simple, la estimulación clitoridiana sería como si al
hombre le acariciaran solo el glande, y la vaginal equivaldría a estimular el
cuerpo del pene.
Aparte
de esta innegable identidad genital, conviene resaltar que en los humanos, lo
mismo que en el resto de los mamíferos y en buena parte de las aves, los
embriones, todos los embriones, son por defecto hembras. El agente de la
masculinización a partir de la sexta semana en nuestro caso, es la testosterona
que pone en marcha y desencadena los cambios que acabamos de describir.
-Cariño,
estoy en la ducha. Por favor, tráeme champú.
-Pero
Manolo, si lo tienes allí.
-Sí,
pero no sirve. Pone que es para cabello seco, y yo lo tengo mojado.