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miércoles, 29 de agosto de 2018

INGRID BERGMAN. EL MITO HECHO MUJER




Ingrid Bergman llegó a Hollywood cuando aun no se habían extinguido los ecos de la Garbo, la primera gran estrella sueca en La Meca del cine. Bergman fue la segunda, y si bien hay que admitir que no pudo emular a su antecesora en cuanto a sex appeal, la superó ampliamente en lo relativo a dotes interpretativas. Su Juana de Arco resultó sencillamente sublime, sus trabajos para Alfred Hitchcock en Recuerda, Atormentada y Encadenados fueron insuperables, lo mismo que su inolvidable papel de Ilsa, la enamorada de Bogart en Casablanca.
De la mano de la Bergman (tócala una vez más, Sam), siempre nos quedará París y su recuerdo atravesando los estrechos callejones de aquella aldea remota, perdida en el Mediterráneo, en la extraordinaria interpretación de Stromboli, que realizó para su querido Roberto Rosellinni, que la redescubrió como actriz y la descubrió como mujer madura y sensual.
En Bigotini os hemos preparado el enlace (clic en la carátula) para visionar una magnífica versión de Stromboli, filme magnífico de Roberto Rosellini, realizado en 1950, y durante cuyo rodaje la estrella se enamoró del director para escándalo universal. Disfrutad de la peli y de la Bergman.


Próxima entrega: Casablanca





jueves, 23 de agosto de 2018

MARTIROLOGIO DE SAN PEDRO ARBUÉS


Septiembre de 1485. Pedro Arbués caminaba ya de anochecida por los angostos callizos de aquella Zaragoza desmesurada y renacentista de espléndidos palacios y patios sobrecogedores, donde pululaban celestinas, melibeas y calistos, pármenos y elicias, sempronios, y areusas, en un continuo e incesante ir y venir anhelos y pasiones encendidas. ¡Quién me iba a decir, -pensaba-, que acabaría siendo nada menos que inquisidor general! Si me parece que fue ayer cuando dejé Épila para marchar a estudiar a Bolonia…

La de Pedro fue una carrera meteórica. ¡Qué talento!, -se admiraban sus paisanos epilenses-. Un año antes, en 1484, Fray Tomás de Torquemada le había elevado a su nueva dignidad, Inquisidor General de Aragón. Eso si, con un encargo muy concreto, hacer escombra, como solía decirse entonces. En otras palabras: limpieza. Torquemada, igual que sus señores Fernando e Isabel, estaba obsesionado con la depuración. Querían inaugurar una España libre de herejes y de judíos, católica y descontaminada. En la Castilla de Enrique el impotente, el desdichado hermano de Isabel, habían campado a sus anchas los judíos, medrando en la corte y manejando a su antojo la gobernación del reino y al propio rey. En el Aragón de Juan II, y en la Zaragoza prefernandina, los conversos dominaban las finanzas y el comercio. Los impulsores de la nueva España, aquilina, yugoflechista y plusultrista, se habían propuesto acabar con aquella chusma, quedándose de paso con la pasta, que el oro nunca mancha (madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado). La Castilla de Torquemada ardía ya en hogueras, se consumía en cadalsos y bullía en autos de fe. La ola fundamentalista llegaba a Aragón con algún retraso, pero era no menos rampante y terrible que la castellana.


Las principales familias de conversos aragoneses estaban inquietas. Y con razón. Los Santángel, los Montesa, los Sánchez, los Durango, los Santafé, los Caballería, los Paternoy… andaban con la barba en el hombro, mirando al soslayo y viendo en cada sombra un enemigo, en cada sayón un sambenito, en cada soga un tormento, en cada borrica un paseo, en cada tabla un patíbulo, y en cada rostro de cristiano viejo, la amenaza voraz de la amarga, huesuda y desdentada segadora de afilada guadaña.
De la inquietud pasaron al terror, y de éste a la conspiración. Otra vez se afilaron los cuchillos a orillas del Ebro, río vertebral y totémico de la Iberia sagrada, si, pero también torrente sangriento de una España parricida, que desde su nacimiento codicia ya el bocado de su hermano, y se lo arrebata a dentelladas, como en un despiadado aquelarre de hienas. Vaciados los filos y prietas las filas, los hijos de Israel se conjuraron para acabar con Arbués.


Septiembre de 1485. 14 de septiembre por la tarde. Las luces se apagan. Los asesinos se perfilan como gárgolas vivas en las sombras góticas de la oscura catedral. Penumbra de muerte. Preludio de muerte. Pedro Arbués, el inquisidor, se arrodilla pesadamente ante el altar mayor. Corta el aire el baile lascivo de los cuchillos, de las hojas desnudas, de los fríos puñales. Helados fragmentos de plateada luna. Pedro Arbués, el inquisidor, se postra frente al altar, con el rostro sobre las frías losas y los brazos en cruz. Murmullo asmático de rezos. Llanto moribundo de negra profecía. Barrunto inminente de la parca que galopando, se acerca y reclama a gritos lo que es suyo…

…A continuación se desata la orgía sangrienta. Una puñalada, dos, cinco, diez puñaladas, doce… Doce rosas de pasión. Se escapa la vida del inquisidor por doce surtidores como los caños de la fonteta de la puyadica. Corren también sus asesinos a refugiarse en las sombras de las que salieron. Huyen a la carrera por las callejas en penumbra. En el corral de Pabostria, junto al arco del deán, dos menestrales detienen a uno, pero se les escurre de entre los dedos como un pez.
-Igual de frío estaba, -declararán después-. Tenía sangre en las manos, y en las entrañas el frío de la muerte. Les escupió el odio en la cara y corrió hacia la Maestranza más ligero que el viento. Su nombre no lo saben. Su rostro no lo vieron. Su condición: ¡judío!


Y al grito de ¡judío!, se alza en armas la vieja Zaragoza de los cristianos viejos. Si eres de Ponzano, no serás cristiano. ¿Te llamas Hervás?, judío serás. Los escolares del estudio de la Magdalena se arremangan el manteo, los labradores de san Pablo, feroces broqueleros de piel de pergamino, esgrimen sus adargas y broqueles, los hidalgos del coso empuñan antiguas espadas polvorientas. Clamores de venganza rasgan el clamoroso silencio de la noche y enturbian el turbio amanecer de los terrores. En los siguientes días y en los meses siguientes, Zaragoza arderá desde la puerta de Sancho a la del Sol, y desde la del Ángel a la Cinegia. Serán elviras y vivarramblas aragonesas que tocarán a rebato contra el perro y el marrano. La cólera y la furia desatadas, si, pero también la infame delación, la calumnia cobarde. Graznan los cuervos voces de muerte. A muerto doblan las campanas en los campanarios, y en los corazones redoblan a muerto.


Murió el inquisidor tres días más tarde, el 17 de septiembre de 1485. Sus últimas palabras fueron: -muero por Jesucristo, ¡alabado sea su Santo Nombre! Entre junio y diciembre del año siguiente, fueron detenidos y juzgados en varios autos de fe sus matadores. Zurita recoge en su crónica que los homicidas materiales fueron ocho, que hubo nueve ejecutados en persona, dos suicidios, cuatro condenados por complicidad, y trece a los que nunca pudieron echar mano, y fueron quemados en efigie, como era costumbre en esos casos. Después el nuevo inquisidor, Gaspar Juglar, persiguió a las principales familias conversas, sin que les sirviera de nada invocar los antiguos fueros del reino.
Pedro Arbués, San Pedro Arbués, fue beatificado por Alejandro VII el 17 de abril de 1662, y canonizado por Pío IX en 1867. Es el patrón de su Épila natal, y sus restos pueden venerarse en la capilla de su nombre de la Seo zaragozana, obra de admirable fábrica renacentista que se atribuye a Gil Morlanes. Según sus hagiógrafos, inmensa muchedumbre acompañó al santo mártir en su funeral, y después en su sepulcro se consiguieron muchos favores de Dios muy admirables.

Bueno, pues amén, pero menudo baño de sangre a cuenta del inquisidor. Aunque, bien mirado, si no hubiera sido por esto, hubiera sido por cualquier otra cosa. Los españoles necesitamos muy poca excusa para degollarnos los unos a los otros como a gorrinos. Aquí en la piel de toro, sabemos por experiencia que cualquier día puede ser nuestro san martín. En España, amigo mío, si llaman a la puerta de madrugada, nunca es el lechero.

Afortunado el que nada espera porque nunca será defraudado. Alexander Pope.




lunes, 20 de agosto de 2018

PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA. LA APOTEOSIS DEL BARROCO



Nacido en Madrid en enero de 1600, Pedro Calderón de la Barca representa la culminación de la dramaturgia barroca española y, junto a Lope de Vega, ocupa la cima de nuestro teatro del Siglo de Oro.
Era uno de los hijos menores de una familia noble con raíces montañesas, cuyo padre ejerció, como era frecuente en aquel tiempo, un cargo heredado de funcionario de alto nivel en las cortes de Felipe II y Felipe III. Pasó su primera infancia en Valladolid, y a los siete u ocho años, al trasladarse la corte a Madrid, prosiguió sus estudios con los jesuitas. Inició a los quince su etapa universitaria primero en Alcalá y luego en Salamanca donde ya destacó como prometedor poeta, pero el joven Pedro no tenía entonces la menor vocación eclesiástica, así que se decidió por abrazar el ejercicio de las armas. Estuvo al servicio del duque de Frías y del Condestable de Castilla, guerreando en Flandes y en el norte de Italia. Según su biógrafo Tassis, entre batalla y batalla tuvo tiempo de escribir la que pasa por ser su primera obra teatral, Amor, honor y poder, que se representó en la corte con gran éxito con motivo de la visita del príncipe de Gales, que entonces se llamaba también Carlos, como el actual.

No parece acreditado que participara como soldado en el sitio de Fuenterrabía, pero sí es seguro que se distinguió en diversos episodios militares de las revueltas de Cataluña. En Vilaseca, durante la toma de Cambrils, fue herido en una mano. Estuvo más tarde en otros episodios de armas en Tarragona, Martorell, Barcelona y Lérida. Durante esta etapa en la milicia no perdió la ocasión de seguir componiendo diversas piezas teatrales como La gran Zenobia, El sitio de Breda, El alcalde de sí mismo o La cisma de Ingalaterra, que se representaron con gran éxito en la corte, lo que le valió el aprecio de Felipe IV quien al decir de muchos tenía más afición a estos pasatiempos que a los asuntos del gobierno. Entre 1644 y 1649 hubo un periodo en que los moralistas y algunos clérigos cortesanos ferozmente contrarreformistas consiguieron la prohibición de representar comedias. En 1646, acaso coincidiendo con el nacimiento de Pedro José, su hijo natural, Calderón sufrió una crisis de conciencia o más probablemente un episodio depresivo, que le llevó a replantearse su vida y a ordenarse sacerdote. Obtuvo una capellanía, y de esta época datan sus autos sacramentales, obras de elevada inspiración religiosa.


Pasada esa que podríamos llamar etapa de reflexión moral, volvió a diversificar los temas de sus obras, siendo este el periodo en que escribió lo más importante de su producción dramática. Siendo capellán mayor de Carlos II, recibió alguna velada crítica por parte de los moralistas, que le afearon muchos de los temas de sus comedias y dramas que consideraron impropios de un sacerdote. Calderón les replicó altivo: “O esto es bueno o es malo; si es bueno, no se me censure, y si es malo no se me encargue”.
En sus últimos años se endeudó y parece que pasó por estrecheces económicas. Compuso su última comedia en 1680 y falleció en mayo de 1681. Como por entonces ochenta y un años era una edad desusadamente avanzada, habían fallecido ya hacía tiempo la mayor parte de sus amigos, valedores y protectores en la corte, de manera que tuvo un funeral muy austero. Lo enterraron en el fosal de la capilla de San José, en la madrileña iglesia de San Salvador. No quedándole ya ningún familiar vivo, legó sus escasos bienes a la Congregación de sacerdotes de Madrid.

En cuanto a la obra de Calderón, que como sabéis, es lo que nos interesa, cabe decir que representa en el teatro español algo así como un paso más allá en la dramaturgia barroca, cuyo principal representante es naturalmente Félix Lope de Vega. Aunque según Tassis ambos tuvieron algún roce en la etapa juvenil de Calderón, lo cierto es que después los dos se admiraron mutuamente, de lo que existen diversas pruebas documentales. A nuestro juicio, si bien Lope supera ampliamente a Calderón en lirismo, Calderón supera a Lope en recursos teatrales. En otros términos, Lope fue mejor poeta y Calderón mejor dramaturgo. Las comedias de Lope pueden disfrutarse simplemente leyéndolas, las de Calderón alcanzan la excelencia cuando se las representa en un escenario. Las obras de Calderón tienen por lo general menos personajes. En ellas se destaca muy por encima de los demás el papel del protagonista. Personajes como el Segismundo de La vida es sueño, o Pedro Crespo y Don Lope de Figueroa, antagonistas en El alcalde de Zalamea, son claros ejemplos de ello. También Calderón supera a Lope en escenografía. Las comedias calderonianas son de mayor lucimiento escénico. Concedió además gran importancia a la música. Colaboró con escenógrafos italianos como Cosme Lotti, y con músicos como Giovanni Maria Pagliardi, Alessandro Scarlatti, Tomás de Torrejón o Giacomo Facco entre otros, que compusieron óperas basadas en obras de Calderón. Fue inspirador de otros dramaturgos españoles (Rojas Zorrilla, Agustín Moreto, Solís, Diamante, Salazar, Monroy, Cubillo, Bances Candamo o Sor Juana Inés de la Cruz, todos ellos considerados miembros de la escuela dramática calderoniana) y extranjeros como Corneille o Goethe, que se inspiró claramente en El mágico prodigioso para su inmortal Fausto. Si hemos de ponerle alguna pega, digamos que los personajes femeninos de Calderón son mucho más planos y menos acabados que los de Lope, a quien debe reconocerse su mejor conocimiento del alma femenina.

Aunque no tanto como Lope de Vega, que batió de largo todos los registros conocidos en este terreno, Calderón fue un autor prolífico. Se le atribuyen más de un centenar de títulos entre comedias (La dama duende, Casa de dos puertas mala es de guardar, El galán fantasma, No hay burlas con el amor...), obras dramáticas (El alcalde de Zalamea, El mágico prodigioso, El médico de su honra, El príncipe constante...), autos sacramentales (El gran teatro del mundo, A Dios por razón de Estado, Andrómeda y Perseo, El gran duque de Gandía...), entremeses, jácaras y mojigangas.
Hoy en nuestra biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceos (haced clic en la portada) una magnífica versión digital de La vida es sueño, que seguramente es la obra más emblemática y representada de Calderón. Pasajes como el monólogo del príncipe Segismundo, que comienza: ¡Ay mísero de mí, ay infelice!..., o como la conocida fábula “Cuentan de un sabio que un día...”, han llegado a trascender lo puramente literario, para formar parte de la cultura popular española. Disfrutad los extraordinarios versos de Pedro Calderón de la Barca, la culminación dramática de nuestro barroco.

¿Qué es la vida? Un frenesí
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.





miércoles, 15 de agosto de 2018

ABRAHAM, SU HIJO Y UN CARNERO QUE PASABA POR ALLÍ


Andrea del Sarto. Sacrificio de Isaac. Prado

Hace diez mil años la viagra todavía no estaba comercializada, pero se ve que a pesar de eso el viejo Abraham se las arreglaba bastante bien con el sexo. ¡Vaya tío!, diría un castizo. Siendo ya madurito, con barriga, canas y luciendo cartón en lo alto, tuvo un hijo con Agar, la esclava que su mujer, Saray, le cedió para uso concupiscente. ¡Mira que comprensiva y que moderna! Parece que estos hebreos del Antiguo Testamento más que campamentos, tenían comunas hippies. Pero claro, este hijo de la esclava (Ismael se llamaba el muchacho) no era más que un bastardo. Fue, según la tradición, el ancestro de los árabes o agarenos (por Agar). El bueno de Abraham no estaba contento. Necesitaba un hijo de verdad, un hijo de Saray, su mujer legítima, o sea, un hijo hebreo de raza pura, porque esto de la pureza racial, el pueblo hebreo se lo toma muy a pecho.

Mathias Stomer. Saray ofreciendo a Agar. Gemäldegalerie. Berlín

El problema es que si Abraham era un viejo chocho, su esposa Saray se llevaba muy poco con él. Dicen las Escrituras que la mujer había cumplido ya los noventa. El nuncio ya no la visitaba, como solían decir las señoras educadas para expresar que la regla se había retirado. En el caso de Saray, no es que se hubiera retirado recientemente; es que no la tenía desde el siglo anterior, vamos. Así que cuando en sueños se le apareció un ángel del Señor, y le dijo que se acostara con Abraham y quedaría preñada, le dio la risa floja acompañada de la incontinencia urinaria propia de la edad. Con las risas Abraham se despertó, y al conocer el sueño de su mujer, rompió también a reír. Tanto rieron los dos, y tan a gusto, que se les subió el pavo, se achucharon un poquito y ¡zas!, copularon. Es lo que tienen estas cosas, que se empieza tonteando y ya se sabe.

El caso es que a los nueve meses cabales, para asombro y pasmo de propios y extraños, nació aquel hijo anunciado por Yahveh. Lo llamaron Isaac, y Saray pasó desde entonces a llamarse Sara. Se ve que la y griega del final era la causa de su esterilidad (y es que nada bueno puede venirnos de Grecia, decían los hebreos de la época). El patriarca ya tenía heredero y estaba exultante de orgullo. No lo llevaba los domingos al fútbol porque aun no se habían inventado ni el fútbol ni los domingos. No obstante, cuando paseaba con él por el desierto del Sinaí, que es igual de ancho que la quinta avenida, pero con menos escaparates, le decían los amorreos, los caldeos y los cananeos: ¡qué nieto tan guapo, abuelo! Abraham contestaba muy ofendido que el pequeño no era su nieto, sino su hijo, y luego les insultaba llamándoles perros gentiles e idólatras. Algunos estuvieron tentados de darle un sopapo, sobre todo los amorreos, que tienen muy mal pronto, pero se contenían pensando que no valía la pena enemistarse con los hebreos que por un quítame allá esas pajas tenían costumbre de quemarles las cosechas y degollar a sus primogénitos.

Conforme iba creciendo Isaac se hacía más listo y más buen mozo. Desde muy niño acompañaba siempre a su padre e iba tomando nota de cómo se comporta un patriarca hebreo. Una vez Abraham reconvino a Abimelech a causa de un pozo de agua, que los siervos de Abimelech le habían quitado. Y respondió Abimelech: No sé quién haya hecho esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta hoy. Y tomó Abraham ovejas y vacas, y fue a Abimelech; e hicieron ambos alianza. Y puso Abraham siete corderas del rebaño aparte. Y dijo Abimelech a Abraham: ¿Qué significan esas siete corderas que has puesto aparte? Y él respondió: Que estas siete corderas tomarás de mi mano, para que me sean en testimonio de que yo cavé este pozo. Por esto llamó a aquel lugar Beer-seba; porque allí juraron ambos… (Génesis 21, vs 25 a 31). Isaac observaba muy atento y no salía de su asombro. A la mañana siguiente lo sorprendía el sol sin haber pegado ojo y preguntándose todavía: ¿siete corderas? ¿Beer-seba? ¡Pero qué mierda de negocios hace el viejo!

Otro día Yahveh, que después de la creación se había tomado unos miles de millones de años sabáticos y estaba algo aburrido, quiso probar a Abraham. Le dijo más o menos: mañana temprano coges a tu chico, lo llevas a la tierra de Moriah (igualito que en El Señor de los Anillos), y me lo sacrificas en el monte, ¿estamos? El pobre Abraham estuvo a punto de protestar, pero el Señor repitió: ¿estamos? en un tono apremiante estilo Belén Esteban, y Abraham sólo acertó a balbucir tímidamente: vale, vale, mañana temprano… Y es que como ya sospechaba Isaac desde lo del pozo de Abimelech, Abraham era un calzonazos de tomo y lomo.

Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos mozos suyos, y a Isaac su hijo: y cortó leña para el holocausto, y levantóse, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus mozos: Esperaos aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó Abraham la leña del holocausto, y púsola sobre Isaac su hijo: y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Y como llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y púsole en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano, y tomó el cuchillo, para degollar a su hijo. (Génesis, 22, vs 3 al 10).


Llegados a este punto fatídico, se alzó en el aire una voz grave, hueca y cavernosa, la voz de Yahveh Dios, que dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo unigénito. (Génesis, 22, v 12). Abraham, sollozando de emoción desató a Isaac, al tiempo que reparó en un carnero cuyos cuernos se habían enredado en una zarza, y serviría para sustituir al muchacho en el sacrificio. ¡Mira que bien, chaval, ya tenemos costillas para el almuerzo!, dijo Abraham, pero el muchacho ya no podía oírle. En cuanto se vio libre de las ligaduras, Isaac había echado a correr y sólo se veía de él una nube de polvo en la lejanía.

Aquella mañana Abraham almorzó solo. Se decía: ¡Qué suerte has tenido hijo mío. Yahveh en su infinita misericordia, te ha perdonado! Isaac, sin parar de correr, pensaba a su vez: ¡Anda que si no se me ocurre imitar la voz de Yahveh, hoy el viejo me rebaña el pescuezo!
Bueno, pues así es como se salvó Isaac, hijo de Abraham y Sara, famoso velocista y secretamente aficionado a la ventriloquia.

-Oye, vosotros los jedis ¿dónde compráis las espadas láser?
-Aparque en el arcén, por favor. Vamos a soplar un poco.





lunes, 13 de agosto de 2018

ROQUE JOAQUÍN DE ALCUBIERRE. UNA INJUSTICIA HISTÓRICA


Roque Joaquín de Alcubierre fue un aragonés nacido en Zaragoza en 1702. Creció y estudió en su ciudad natal, y al alcanzar la edad reglamentaria ingresó como voluntario en el ejército, pasando a formar parte del recién creado cuerpo de ingenieros militares. Contó para ello con el apoyo y la protección del conde de Bureta. Su primer destino como militar le llevó a Cataluña, y en Gerona se distinguió colaborando eficazmente en la construcción de fortificaciones militares en la que entonces era una incierta frontera. Ganó con ello la confianza y el aplauso de sus superiores, siendo reconocidos sus méritos. Fue destinado después sucesivamente a Barcelona, Madrid e Italia, a donde llegó ya con el grado de capitán.

Por encargo del rey de Nápoles, Carlos de Borbón, destinado a ser más tarde Carlos III de España, inició los trabajos de prospección del palazzo Portici, y allí, de manera accidental dio con los primeros restos de lo que luego se supo ser la villa de Herculano, sepultada en la erupción del Vesubio del año 73 de nuestra era. Solicitó consentimiento al rey para seguir adelante con las tareas arqueológicas, donde comenzaban a hallarse pinturas murales, gran cantidad de objetos, restos humanos y el gran teatro de Herculano. Prosiguió Alcubierre los trabajos contando con medios materiales y humanos muy escasos, lo que convierte su labor en mucho más meritoria.
Diez años más tarde, en 1748, a punto de ser ascendido a teniente coronel, inició los trabajos en la gran villa de Pompeya, una ciudad importante de la Italia meridional en tiempo de los romanos, sepultada también por la misma erupción del Vesubio. Los trabajos en Pompeya se convirtieron muy pronto en una sucesión de apasionantes descubrimientos arqueológicos. Aparte de las diferentes edificaciones, estadio, circo, templos y villas, se hallaron un gran número de cuerpos humanos que quedaron cubiertos por las cenizas volcánicas, y en muchos casos en postura sedente o yacente, ya que la erupción se produjo mientras los habitantes de Pompeya dormían plácidamente.


Aparte de los innumerables tesoros arqueológicos que albergaban las ruinas de ambas ciudades, Pompeya y Herculano representan un tesoro mucho mayor aun, por cuanto nos enseñan acerca de las costumbres y la vida cotidiana de las gentes en esos tiempos. Roque Joaquín de Alcubierre dirigió también excavaciones en las villas de Asinio Pollio (Sorrento), Cumas, Pozzuoli y Capri. Alcanzó en el ejército el grado de mariscal de campo y falleció en Nápoles en marzo de 1780.
Hasta aquí la vida y los hechos como militar y como arqueólogo de este aragonés inquieto, laborioso y viajero que fue Alcubierre. Pero en el título nos referimos a una injusticia histórica. En efecto, Alcubierre mantuvo agrias disputas primero con Karl Jakob Weber, que comenzó siendo uno de sus subalternos, y después con Johann Joachim Winckelmann, quién finalmente terminó tomando el mando de las excavaciones, y en la mayor parte de las fuentes que pueden consultarse, pasa por ser el principal artífice de los trabajos arqueológicos en Pompeya y Herculano, e incluso se le atribuye la paternidad de la arqueología moderna.


Alcubierre fue acusado injustamente de poco cuidadoso en los trabajos de excavación. Él era ingeniero de minas, y a medida que progresaba en los hallazgos, tuvo que ir adaptando las técnicas prospectivas, por lo que en gran medida fue Alcubierre el verdadero pionero de la arqueología moderna, las técnicas de excavación por estratos y el levantamiento de planos y bocetos que situaban los diferentes hallazgos en el lugar donde se habían encontrado. Otro de los reproches que se le han hecho, ya en época contemporánea, es que los objetos artísticos que se iban desenterrando, pasaban inmediatamente a engrosar las colecciones de los príncipes de turno, en el caso que nos ocupa, las de Carlos de Borbón, que patrocinaba los trabajos. Pues bien, diremos que sus sucesores en las obras hicieron exactamente lo mismo, esencialmente porque en aquel tiempo no se concebía otra cosa distinta.
Desde la perspectiva que nos otorga el paso del tiempo, debemos reivindicar la figura científica y el trabajo arqueológico de Roque Joaquín de Alcubierre, que, con todos los errores que se puedan atribuir, más a los medios precarios con los que se contaba en su época, que a él mismo, fue un gran hombre de ciencia y sin duda el verdadero pionero de la arqueología tal como la entendemos modernamente.


Si ocurre algo bueno bebes para celebrarlo, si ocurre algo malo bebes para olvidarlo, y si no ocurre nada bebes para que ocurra algo. Charles Bukowsky.



sábado, 11 de agosto de 2018

PIONEROS ITALIANOS. LOS FUMETTI



Los primeros cómic italianos nacieron, como en el resto de Europa, en el cambio de siglo XIX a XX. Cuando comenzaron a prescindir del texto a pie de viñeta, para situar los diálogos dentro de lo que aquí llamamos bocadillos, el público de Italia empezó a llamarlos fumetti (humitos), porque los bocadillos recuerdan a una nube de humo.
Ya a comienzos del pasado siglo el diario Il corriere de la sera, publicó un semanario dirigido al público infantil, que tituló Il Corriere dei piccoli, donde presentaron sus trabajos los pioneros entre los dibujantes italianos. A la vez, aparecieron los primeros cómics o fumetti al estilo americano, traduciendo en los bocadillos del inglés, series tan importantes y populares como Popeye de Segar, El hombre enmascarado (L'uomo mascherato) o las aventuras de los intrépidos exploradores Cino e Franco, que en España se llamaron Jorge y Fernando.

Pero lo que de las importaciones del extranjero, causó verdadero furor entre los niños de Italia y gran parte de los adultos, fueron los cómics de Walt Disney. Las aventuras de Mickey y Donald, al principio simplemente se imprimieron traducidas al italiano, sobre todo los extraordinarios trabajos de Floyd Gottfredson. Pero con el tiempo, los personajes de Disney contaron en Italia con creadores geniales como Luciano Gatto, un gran artista, y sobre todo gran guionista, que llegó incluso a superar las tramas policiacas y de misterio del maestro Gottfredson. En Italia Mickey fue Topolino, Donald era Paperino, Goofy se llamó Pippo, y el tío Gilito se rebautizó como zío Paperone. Los álbumes de Topolino se han vendido en los kioscos italianos por millares, y se siguen vendiendo todavía, como tendrá ocasión de comprobar cualquiera que visite Italia.

Capítulo aparte merecen los fumetti de propaganda política que se editaron y vendieron en el periodo fascista. Jóvenes héroes de camisa negra y niñas ejemplares, aparecieron en publicaciones como La piccola italiana (settimanale della gioventu italiana del Littorio). Faltaban aun varias décadas para que llegara la época dorada del cómic italiano para adultos, con gigantes de la ilustración tan imprescindibles como Manara, Crepax y compañía. Esos ya son otros tiempos y otras historias que prometemos contar aquí. Por ahora nos quedaremos con los pioneros italianos del fumetti, de los que os dejamos unas cuantas muestras para que juzguéis vosotros mismos.