Si
nos atenemos al conocido postulado antropológico, la evolución del
pensamiento humano pasa por tres etapas: magia, religión y ciencia.
La medicina y el conjunto de lo que ahora llamamos ciencias
biológicas, no constituyen ninguna excepción en este sentido. En el
Periodo Clásico, el pensamiento mágico dejó lugar al religioso, se
produjo una paulatina sacralización
de la medicina, que alcanzaría su mayor apogeo en el Periodo
Helenístico y durante la romanización del mundo antiguo. Se
introdujo la religión de Apolo, que posteriormente iba a quedar
plenamente consolidada. Apolo (los sacerdotes de su culto) tomó la
medicina bajo su protección inmediata, proclamando a Asclepios, su
hijo, como el principal oficiante. Se trata de un hijo ya algo
crecido, puesto que desde al menos un milenio antes, era Asclepios la
divinidad aquea de los médicos. Los santuarios a él consagrados se
convirtieron en lugares de peregrinación, en templos de sanación
religiosa, llamada incubattos,
incubación.
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Quirón instruyendo a Apolo |
Los
peregrinos enfermos debían pasar la noche en asilos cercanos al
templo que se levantaron con esa finalidad. Los dolientes relataban
los sueños que habían tenido al sacerdote, quien, teniendo en
cuenta esos relatos, indicaba los medios de tratamiento, que
generalmente eran también de carácter religioso: plegarias,
donaciones, sacrificios... Sacrificios y dádivas de las que
naturalmente los sacerdotes y servidores del templo obtenían la
parte más sustanciosa. Se practicaban también lo que podríamos
llamar tratamientos directos, mediante la imposición de manos, con
ayuda de los oráculos (iatromantia,
iatromantia o adivinación curativa), o bien en la proximidad
de las tumbas de los héroes, a quienes se atribuía, entre otros
poderes milagrosos, una importante virtud curativa.
Se
comprende que en unas condiciones de higiene y salubridad tan
precarias como las que entonces imperaban, fueran frecuentes, y en
ocasiones terribles, las epidemias. Se suponía que era el propio
Apolo quien las enviaba. Los oficiantes de su culto siempre podían
encontrar un fallo que se hubiera cometido en el complicado ritual
del servicio al dios, con lo que se facilitaba enormemente el
diagnóstico: el rey o el arconte de turno no había puesto
suficiente celo en sus ofrendas, o acaso la última res sacrificada
tenía alguna pequeña imperfección. El resultado de tales
negligencias era la previsible cólera de Apolo y su consiguiente
venganza. Las plegarias públicas, con la masificación que puede
suponerse, incrementaban aun más el riesgo de contagio. Para hacer
cesar las epidemias no había otro camino que aplacar al dios, con lo
que se multiplicaban las ofrendas y sacrificios. Más ganancia para
el templo y sus servidores. Es esta una máxima que bien podría
trasladarse a las religiones “modernas” (si fuera lícito emplear
el adjetivo). Los insaciables dioses siempre exigen más de sus
devotos. Las religiones “cómodas” terminan fracasando.
Es
preciso pues, reconocer que este periodo de sacralización de la
medicina estorbó grandemente el progreso de la ciencia médica,
cuyos tímidos y remotos orígenes hay que buscar en el periodo
aqueo. Sin embargo, no sería justo considerar la sacralización como
completamente infructuosa. En primer lugar, mediante el tratamiento
religioso a menudo se obtenían curaciones o alivios importantes en
procesos de etiología psicosomática, cuando no directamente
neurótica, que siempre han sido muy numerosos. La acción psíquica
también da sus frutos. Por otra parte, junto a los remedios
místicos, se proporcionaban algunos más racionales, que el uso y la
tradición oral habían ido transmitiendo a lo largo del tiempo. Era
costumbre que peregrinos y residentes intercambiaran información
sobre tratamientos y sanaciones. También estuvo arraigada la
práctica de tenderse los enfermos en el camino, para que otros
viajeros, interesándose por su mal, aconsejaran remedios que
conocían por experiencia propia o ajena. En los santuarios de
Asclepio los peregrinos agradecidos al favor del dios, solían dejar
exvotos, y con la extensión de la escritura, alguna nota explicativa
con la descripción de la enfermedad y de la cura. De estas prácticas
se beneficiaron no pocos protomédicos que ansiaban instruirse.
Este
sería el germen de la medicina científica. En definitiva
Hipócrates, el padre de la ciencia médica, era un asclepiade,
asclepiade, un servidor del templo en su Cos natal. A partir
de su ejemplo y su enseñanza, aunque sin abandonar enteramente las
prácticas religiosas y las supersticiones, fue abriéndose paso el
racionalismo. Ya en pleno Helenismo y en la primera romanidad del
Mediterráneo, muchos médicos bebieron en las caudalosas fuentes de
la medicina (y sobre todo la cirugía) egipcia, que en muchos
aspectos aventajaba a la greco-romana. Ya sabéis que en Bigotini
somos unos fanáticos de la ciencia y evitamos cualquier práctica
mágica; no obstante, si algunos de nuestros fieles lectores están
empeñados en realizar algún sacrificio a la divinidad, sugerimos
como víctimas propiciatorias más adecuadas los billetes de 500 €.
Si juntamos un maletín lleno, podríamos preparar una bonita
hecatombe, hecatombe
en algún paraje montañoso, por ejemplo Suiza. Haced vuestros
donativos y nosotros nos encargaremos de todo.
Querido
Dios, por primera vez en mi vida las cosas marchan bien. Así que
este es el trato: tú déjalo todo tal como está y yo no te pediré
nada más. Si te parece bien, por favor, no me des ninguna señal...
Eso es, trato hecho. Homer Simpson.