William
Oughtred,
nació en la localidad inglesa de Eton en 1574. Profesó como
eclesiástico, siendo uno de los primeros ministros de la entonces
todavía incipiente Iglesia Anglicana. Pero la verdadera pasión de
Oughtred fue la ciencia. Curiosamente la Historia nos demuestra que
ni mucho menos fue un caso único. Ya en el siglo XVI se inauguró
una tradición muy inglesa por la cual muchos segundones de familias
nobles se dedicaban al ministerio eclesiástico. En sus parroquias y
vicarías llevaban una vida tranquila. Tanto que, tratándose
generalmente de hombres cultos, gozando de una posición desahogada,
y disponiendo de mucho tiempo libre, pudieron entregarse a sus
aficiones. En no pocos casos esas aficiones eran científicas, de lo
que se benefició el progreso del conocimiento humano de forma
singular.
En
el caso concreto de William Oughtred, se interesó por la astronomía
y la gnomónica, pero sobre todo sobresalió en el campo de la
matemática, disciplina que llegó a dominar hasta convertirse en uno
de los matemáticos más importantes de su tiempo. Entre sus obras
cabe destacar Clavis
Mathematicae (1631),
Circles of Proportion and
the Horizontal Instrument (1632)
y Trigonometria with
Canones Sinuum (1657),
publicada esta última poco antes de su muerte acaecida en 1660.
Entre sus aportaciones sobresale el empleo de la letra griega ,
con valor de 3,1416, como símbolo para expresar el cociente entre la
longitud de la circunferencia y su diámetro, a pesar de que fue
Leonhard Euler, el célebre matemático suizo, quien popularizó su
uso. Se atribuye también a Oughtred el uso del signo x
para la multiplicación, y las abreviaturas sin
y cos
para las funciones trigonométricas del seno y el coseno.
Pero
sobre todo William Oughtred es conocido y ha pasado a la Historia de
la ciencia por la invención del instrumento que conocemos como regla
de cálculo.
Basándose en el trabajo de John Napier sobre los logaritmos, el
clérigo construyó una regla con varias escalas numéricas, que
facilita la realización rápida de operaciones aritméticas. Los que
peinamos canas y vivimos la era preinformática, no disponíamos de
calculadoras. Las humildes reglas de cálculo constituyeron una
herramienta preciosa. Hacia 1980 dejaron de fabricarse en grandes
cantidades, aunque aun actualmente siguen usándose en trabajos
industriales muy específicos, en navegación marítima y aérea. Si
los más jóvenes queréis tener una regla de cálculo en vuestras
manos, temo que solo podréis hallarla en la vitrina de algún
coleccionista.
La
juventud es un defecto que se cura con el tiempo.
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