Publicado en nuestro anterior blog en octubre de 2012.
Pocas trayectorias como la de los
équidos han quedado marcadas en el registro fósil con tanto detalle y profusión
de hallazgos. Gracias a esta abundancia de pruebas, hoy somos capaces de trazar
una línea evolutiva que han seguido y glosado todos los paleontólogos
especialistas en vertebrados. El punto de partida, el ejemplar más antiguo de
la serie de que se tiene noticia fue el Hyracotherium o Eohippus, un pequeño
mamífero herbívoro del tamaño de un perro mediano que vivió durante el Eoceno,
hace unos 50 o 55 millones de años, en las zonas de sotobosque de América del
Norte. Era un pequeño y huidizo habitante de los pastos y los matorrales, con
una altura que oscilaba entre los 20 y 40
cm. Tenía cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las
posteriores. En realidad tenía cinco dedos en cada extremidad, como todos los
tetrápodos (véase el post que con el título cinco lobitos, dedicamos
a este tema), solo que parte de ellos ya se habían atrofiado para entonces.
Cada uno de esos cuatro dedos delanteros y tres dedos traseros terminaba en una
uña más parecida a la de los carnívoros que a la de los actuales ungulados.
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Hyracotherium |
Este era el pequeño Hyracotherium.
Por lo que sabemos en la actualidad, puede considerarse el fundador del género,
el antecesor común de todos los équidos actuales y extinguidos. Le sucedieron
diversas especies en Norteamérica y Eurasia, todas también desaparecidas. Hubo
ejemplares monodáctilos, es decir, de un solo dedo, y poco más de un metro de
altura. Hubo otros tridáctilos de diferentes tamaños… Todo indica que las
especies euroasiáticas desaparecieron sin dejar descendencia, sin embargo, las
especies americanas dieron lugar durante el Oligoceno al género Mesohippus, unos
herbívoros del tamaño aproximado, y parecidas costumbres a las de una gacela,
que tenía sólo tres dedos en las patas delanteras, pero que, ¡atención!,
presentaba ya pies con forma de casco.
Más tarde, en el Mioceno, a Mesohippus
le sucedieron Hypohippus y
Anchitherium. Se cree que ambas especies colonizaron nuevamente
Eurasia desde América del Norte (téngase en cuenta que entonces se hallaban
todavía unidas). Hubo otros descendientes de Mesohippus, como Miohippus y Merychippus,
género que precisamente desarrolló unos dientes con las coronas muy altas, que
le permitían ramonear y alimentarse de los brotes tiernos y las ramas de
árboles y arbustos. Entre los descendientes de este adaptado Merychippus figura Hiparión, que durante el
Plioceno se expandió notablemente a juzgar por la abundancia de su registro
fósil, desplazándose también hacia Eurasia. También de Merychippus desciende Pliohippus, el primer
antepasado de un solo dedo, y de éste último, Pleshippus,
de mayor corpulencia, al que todos los especialistas parecen de acuerdo en
señalar como el antepasado más inmediato del moderno género Equus, que apareció hace
sólo unos 5 millones de años, y probablemente tuvo su cuna en las praderas
norteamericanas.
Aquellos “antiguos” caballos
modernos se extinguieron en América hace unos diez mil años por causas
desconocidas. Algunos han señalado con dedo acusador a la acción del hombre
(fijaos en que los primitivos pobladores americanos llegaron al continente
cruzando desde Asia por el puente helado de Bering hace precisamente unos diez
mil años o poco más). En esa misma época el caballo era quizá el mamífero más
abundante y extendido en Europa, como lo indican los hallazgos de huesos y
esqueletos en el interior y las proximidades de las cuevas que habitaron los
cazadores paleolíticos, y las propias pinturas rupestres.
Después el avance de los bosques en
el Neolítico disminuyó notablemente el tamaño de las manadas. Pero para
entonces ya se había consumado el principal acontecimiento en la historia
evolutiva de los équidos. Me refiero a la domesticación. Para nuestra especie la domesticación del
caballo resultó al menos tan decisiva como lo fue para los propios caballos.
Actualmente sobreviven ocho especies del género Equus. Dos domesticadas: el
caballo y el asno domésticos; y seis salvajes: el asno salvaje africano, el
caballo de Przewalski, el onagro, la cebra de Grevy, la cebra común y la cebra
de montaña. De las dos especies domesticadas se han obtenido cientos de
variedades.
Paradójicamente de la mano del
hombre el caballo volvió a introducirse en América tras el Descubrimiento.
Nuestro compatriota Coronado soltó en su expedición unas decenas de ejemplares
de las que descienden los garañones que repoblaron de nuevo las praderas norteamericanas.
Y es que a partir de la llegada del homo
sapiens a la escena
evolutiva ya prácticamente ningún suceso natural ha vuelto a ser espontáneo.
Aun somos escasamente conscientes de ello, pero debemos acostumbrarnos a vivir
(y ojalá a dejar vivir) con esa pesada carga. Los caballos ya viven soportando
la suya.
Cásate conmigo y nunca más miraré a
otro caballo. Groucho Marx.