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Tours |
Bigotini
y sus chicas comenzaron su ruta por la que acaso sea la región más
hermosa de Europa, la del Loira, en la nobilísima y antigua ciudad
de Tours, capital de la Turena, que lo fue de toda Francia bajo el
reinado de Luis XI. Tours, una ciudad provinciana y sensatamente
urbanizada, guarda tesoros como su bien conservado casco histórico,
su plaza medieval o su magnífica catedral, que aunque está
consagrada a San Gaciano, reserva abundante iconografía a San Martín
de Tours, el centurión romano que dividió su capa para vestir al
desnudo. Tours es parada obligada en el Camino de Santiago
centroeuropeo y por propios méritos, lugar de peregrinación desde
los remotos tiempos medievales. Especialmente recomendable es su
museo histórico, concebido sobre todo para visitas escolares, que
además de ilustrar sobre la Historia de la Turena, proporciona un
rato de sano esparcimiento al visitante con sus dioramas a tamaño
natural y su teatral puesta en escena.
Los
viajeros que estrenaban un nuevo automóvil, tuvieron que alojarse en
un hotelito de las afueras de la población, al no encontrar vacantes
en el centro. Este pequeño inconveniente hizo que encontraran las
cocinas de los restaurantes ya cerradas, así que tuvieron que entrar
a tomar un bocado en el típico bar de pueblo donde un puñado de
lugareños con boina miraban en el televisor el final de la etapa del
tour, todo un clásico en Francia y en julio. La tabernera se
disculpó: excusez-moi, mais la cuisine est fermée. La buena
mujer improvisó cualquier cosa sobre la marcha, y “cualquier cosa”
consistió en unas sopas de cebolla, unos jugosos bistecs y un paté
de campaña casero con sus pepinillos y su mostaza de Dijon para
entretener la breve espera. Fresas de postre y un vinillo alsaciano
para refrescar el gaznate. O sea, todo un festín. Y es que en
Francia (con la excepción de París, que ya hemos comentado otras
veces) se come de maravilla.
En
Villandry, lo más impresionante de su famoso castillo son los
magníficos jardines. En el más puro estilo francés-versallesco de
jardinería, ofrecen al visitante un variado mosaico de setos
artísticamente recortados e hileras de fragantes flores. A escasa
distancia del castillo, siguiendo la ruta carretera, Villandry
obsequia al asombrado turista con las asombrosas grottes
pétrifiantes de Savonnières, un recorrido troglodítico por
galerías plagadas de estalagmitas que gotean concreciones calcáreas
sobre cualquier objeto que se deposite bajo aquella lluvia milagrosa.
También en Savonnières, en la misma carretera, casi frente a la
entrada a las grutas, puede disfrutarse de uno de los entrecots más
tiernos y sabrosos de Francia. Recomendado queda.
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Villandry |
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Amboise |
Los
castillos de Amboise y Chenonceau están tan próximos que pueden
visitarse en un solo día. Ambos adquirieron su magnificencia en una
misma época, la del mayor esplendor renacentista francés. El de
Amboise, más sobrio que su vecino, tiene un inconfundible aire
militar. Armaduras, lanzas, caballos acorazados... Pesadas cadenas y
puentes levadizos: c'est la guerre, mon ami. Chenonceau es más
cortesano, como corresponde al nido de amor que fue. Levantado como
una de tantas fortificaciones feudales sobre el cauce del río Cher,
sirvió después a Enrique II para establecer en él la residencia de
su amante, Diana de Poitiers. Ella fue quien ordenó la construcción
del puente que une el castillo con la margen derecha del río. Poco
más tarde, tras el fallecimiento prematuro del rey, Catalina de
Médicis desalojó del castillo a Diana, su rival, y edificó sobre
el puente la espléndida galería fluvial que confiere a Chenonceau
su encantadora e inconfundible silueta. Se trata nada menos que del
edificio histórico más visitado de Francia. Siempre ha deslumbrado
a sus visitantes. Uno de los más ilustres, el compositor Claude
Debussy, quedó prendado de Chenonceau. A Bigotini y sus chicas les
sucedió otro tanto.
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Chenonceau |
El
formidable castillo de Blois preside y domina la ciudad del mismo
nombre. Es puro Renacimiento y fue residencia de Francisco I, que
trasladó allí su Corte desde Amboise. En su capilla había rezado
años atrás Juana de Arco. Si el viajero posee suficiente
sensibilidad, podrá dejarse penetrar por el espíritu de la doncella
de Orleans.
En
Blois se dan cita diferentes estilos arquitectónicos, desde el
gótico al neoclásico, pasando por el renacentista de inspiración
italiana, que domina la mayor parte del conjunto. A destacar la
monumental escalera exterior, la fachada de las Logias o la
formidable estatua ecuestre del soberano. El edificio sufrió un
enorme deterioro durante el periodo revolucionario, siendo restaurado
posteriormente hasta volver a alcanzar su antiguo esplendor. Fue
declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. Actualmente es
propiedad del municipio de Blois.
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Blois |
Descendiendo
a la ciudad pueden hallarse rincones interesantes y algún que otro
templo gastronómico. Si Santa Juana se postró frente al altar, el
turista hambriento y sediento bien puede inclinarse por unas
deliciosas costillitas de cordero, y acompañarlas con algún vino de
la región. El restaurante se abandona con la contradictoria
sensación de plenitud sensorial y vacío monetario, tan
característica de los establecimientos hosteleros de nuestro país
vecino.
Siguiente
parada: Chambord, cien por cien Renacimiento francés. Chambord es
grande, muy grande. Es una enorme locura de nuestro amiguito
Francisco I, que mientras residió en Amboise y en Blois, utilizó
esta descomunal construcción como pabellón de caza. También está
declarado patrimonio de la humanidad, como por otra parte lo está
toda la región y sus castillos, así que resulta ocioso repetirlo.
Parece que Leonardo de Vinci, que fue protegido de Francisco,
participó en el diseño de algunas de sus dependencias. Sus ocho
torres inmensas, sus casi quinientas habitaciones y sus innumerables
escaleras convierten a Chambord en un monstruo imposible de visitar
por completo. El turista sensato hará bien en dosificar el esfuerzo,
limitarse a las partes más interesantes, y reservar fuerzas para
siguientes jornadas y más encomiables empresas. Lo que no puede uno
perderse es la monumental escalera central, que se ha convertido en
el más célebre paradigma de la arquitectura renacentista francesa.
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Chambord |
No
puede abandonarse la región sin visitar el monumental château de
Valençay. En él residió el príncipe de Talleyrand, y durante
nuestra guerra de Independencia sirvió de refugio a la familia de
Carlos IV, incluido el infame Fernandito. Unas décadas más tarde,
durante el Romanticismo, sus espléndidos jardines enamoraron a la
muy romántica y enamoradiza George Sand. Los suntuosos salones,
repletos de muebles estilo Imperio, constituyen un recorrido
extenuante. Pero en fin, merece la pena, y si París bien vale una
misa, Valençay bien vale una caminata. Si al extenuado turista le
quedan fuerzas suficientes, puede pasarse por la mansión-museo en
que habitó Leonardo de Vinci. Allí se exponen las reproducciones de
algunas de sus máquinas móviles y otras fantásticas invenciones.
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Valençay |
En
última instancia, podrá reponer fuerzas en cualquiera de los
establecimientos de la zona. El valle del Loira es uno de esos
lugares en los que en cualquier sitio (desde los que exhiben
estrellas, hasta los bares más humildes) se puede comer como un
príncipe. ¡Cómo irse de allí sin probar un delicioso confit de
canard o un micuit aux fruits du bois! Mención aparte
merecen las omnipresentes omelettes, tortillas rellenas de los
más variopintos ingredientes, y siempre exquisitas.
En
fin, de vuelta en casa, nos consolaremos de haber engordado un poco,
con el seguro adelgazamiento de la billetera o la flaccidez de la
pobre tarjeta de crédito. Claro, que eso no es ningún consuelo,
¿verdad? Pues, ¡qué le vamos a hacer!
Para
conseguir un préstamo debes demostrar al banco que no lo necesitas.
Enrique Jardiel Poncela.