Actualmente
los mamíferos son (somos) los vertebrados vivos más variados y prósperos. Pero
no siempre fue así. Hace unos 300 millones de años, a finales del periodo Carbonífero,
aparecieron en los bosques tropicales del entonces mucho más cálido Hemisferio
Norte, unos reptiles que en un principio no parecían demasiado prometedores. La
denominación de reptiles semejantes a mamíferos,
siendo quizá demasiado optimista, nos ofrece una idea del camino evolutivo que
estaban emprendiendo. Prácticamente el único rasgo que les diferenciaba de los
demás reptiles consistía en un par de aberturas en el cráneo por detrás de cada
cuenca ocular. Esta misma estructura de tipo sinápsido, aparece con un
diseño modificado en todos los mamíferos actuales. Pioneros entre los sinápsidos fueron los edafosaurios,
concretamente los pelicosaurios, que además de
su incipiente cráneo protomamiferoide, poseían una aparatosa cresta en la
región dorsal que seguramente les permitía regular su temperatura corporal. Un
primer paso, modesto si se quiere, pero importante, hacia la termorregulación
que caracteriza a los animales de sangre caliente.
Consecuencia
directa de la evolución del cráneo, fue la mayor movilidad y versatilidad del hueso
dentario, que pasó a convertirse en una mandíbula fuerte, con gran capacidad
para abrirse, y sobre todo, para cerrarse con fuerza. Paralelamente las piezas
dentales se diversificaron y especializaron en diferentes cometidos, como
cortar, rasgar o masticar. Los poseedores de semejantes mandíbulas se
convirtieron en excelentes cazadores, adquiriendo capacidad hasta para triturar
los huesos de sus presas. Al mismo tiempo que las mandíbulas y los dientes, se
fueron modificando las extremidades, para conseguir mayor eficacia y movilidad.
Si el pesado Pelicosaurio se movía igual que un reptil, con las extremidades
desparramadas y abiertas y el abdomen rozando el suelo, criaturas más modernas,
como Dimetrodon, que vivió a comienzos del Pérmico,
habían desarrollado unas patas de orientación más vertical, lo que permitía la
flexión de la columna y un tipo de locomoción mucho más eficaz.
Criaturas
rápidas, con el metabolismo acelerado de los carnívoros, quizá mejor adaptadas
a la actividad nocturna, y capaces de resistir mejor las bajas temperaturas,
necesitaban perfeccionar su termorregulación mediante el aislamiento de la
piel. Nuestros antepasados pérmicos debieron cubrirse de pelaje para
sobrevivir. También se hizo necesaria una importante mejora de la respiración
pulmonar. La drástica disminución de la longitud de las costillas que aparece
en criaturas como Thrinaxodon, indica que la
caja torácica que alberga los pulmones y el corazón, se había cerrado por medio
de una lámina móvil de tejido muscular: el diafragma.
Todo
indica que los terápsidos, un grupo muy
evolucionado de reptiles semejantes a mamíferos, dominaron una amplia variedad
de nichos ecológicos desde mediados del Pérmico hasta bien entrado el Triásico,
diversificándose en múltiples especies de diferentes tamaños y formas de vida y
alimentación: ágiles carnívoros, pesados herbívoros o diminutos insectívoros,
poblaron la Tierra de polo a polo. Lamentablemente para ellos, sobrevinieron
tiempos difíciles, porque precisamente a mitad del periodo Triásico, se produjo la
inusitada y exitosa evolución de los reptiles terrestres, que conocemos como la
era de los dinosaurios. En efecto, los dinosaurios estaban destinados a dominar
el planeta durante casi 200 millones de años, algo sin precedentes en la historia
biológica. Arrollados por el empuje de los lagartos terribles, los terápsidos
comenzaron su lenta decadencia que culminó 55 millones de años después de su
aparición, en el periodo Jurásico, con la extinción de su
último grupo, los cinodontos tritilodontos.
No
obstante, el final no podía ser tan trágico (en caso contrario no estaríamos
aquí para contarlo). Porque antes de extinguirse, los terápsidos habían dado
lugar a los primeros mamíferos.
Eran unas criaturas insignificantes, de aspecto similar a los actuales ratones
y musarañas. Permanecieron temblando en sus madrigueras y saliendo a
hurtadillas de noche para alimentarse de insectos. Tuvieron que esperar durante
más de 150 millones de años. La espera paciente mereció la pena. Cuando los
dinosaurios se extinguieron a fines del Cretácico, aquellos insignificantes
mamíferos heredaron la Tierra, adoptando toda la diversidad de formas
específicas que hoy conocemos, y que nos incluye a nosotros mismos. Nuestro
querido profe Bigotini, acurrucado en su viejo y destartalado sillón, ronronea
como un gato persa el triunfo de la clase mammalia,
mientras acaricia los pelos de su bigotazo envuelto en cálidas mantas. Frente a
él, un humeante tazón de leche recuerda el rasgo que ha dado nombre a nuestra
característica estirpe durante quién sabe cuántos millones de años.
Todos
los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros. George
Orwell. Manifiesto de Rebelión en la granja.