La
exhibición de los genitales resulta en nuestra sociedad occidental y en la
mayor parte de las consideradas civilizadas,
impúdica y contraria al decoro. En determinadas circunstancias, si se realiza
en espacios públicos, en presencia de menores, etc., puede llegar a constituir
un delito tipificado en los códigos penales de la mayoría de los países. Hace
no mucho tiempo se puso de moda una forma de protesta consistente en desnudarse
en público. En los estadios deportivos se convirtió casi en una costumbre. Otra
modalidad común es el exhibicionismo en internet, selfies de desnudos totales o
parciales circulan con asiduidad por las redes sociales.
Sin
embargo en muchos pueblos de los que llamamos primitivos es habitual, particularmente en las regiones cálidas,
que tanto hombres como mujeres muestren sus atributos sin el menor embarazo. Es
uso común en la Amazonía
y en muchos otros lugares de Centro y Suramérica. En numerosos pueblos
africanos las mujeres muestran los pechos. Los varones bosquimanos exhiben el
pene, así como los aborígenes australianos y multitud de nativos de Melanesia,
Micronesia y la Polinesia. En
ciertas tribus papúes, los hombres no sólo descubren su pene, sino que incluso
lo visten con fundas especiales y adornos de plumas o hueso que le confieren
mayor realce.
Muchos
mamíferos exhiben los genitales sobre todo en época de celo, periodo en que
cambian de color y a menudo de tamaño, para hacerse más visibles. De forma
especial, los grandes simios realizan grandes alardes exhibicionistas. Los
mandriles sexualmente maduros colorean su rostro de rojo, blanco y azul,
imitando a la perfección la coloración genital. De esa forma duplican el efecto
llamada a la cópula. Los cambios de tamaño y coloración se producen también en
las hembras de chimpancé, que en los días de estro presentan vulvas hinchadas y enrojecidas. Idéntico o parecido
comportamiento afecta a muchos carnívoros y herbívoros, que muchas veces
acompañan la exhibición de sus genitales con secreciones hormonales
convenientemente perfumadas, danzas y reclamos amorosos de todo tipo.
Hay
evolucionistas que afirman que los pechos femeninos constituyen en nuestra
especie también un reclamo sexual. La postura erguida que adoptaron nuestros
remotos antepasados probablemente ya desde los australopitecinos, impide ver la vulva, que a diferencia de los
cuadrúpedos, queda recogida entre los muslos. Las hembras de chimpancé tienen
pechos poco vistosos, pero las de nuestra especie los tienen voluminosos, y la
coloración, bien oscura o bien rosada, de los pezones los convierte en señales
sexuales muy eficaces. Modernamente también se colorean de forma intensa los
labios, una práctica ya conocida desde el antiguo Egipto o la Creta minóica.
Hablamos
pues de rasgos comunes y hasta habituales en la mayor parte de las especies
animales. No obstante, como ya creo que hemos señalado aquí en otras ocasiones,
la excusa de que también los seres humanos somos animales, no puede de ninguna
manera servir de coartada para actos socialmente reprobables. Animales sí, pero
animales sociales, estamos obligados a respetar el conjunto de leyes y normas
que han establecido a lo largo de la Historia nuestras sociedades avanzadas. Lo cierto
es pues, que entre seres humanos el sexo puede presentar una enorme variedad de
juegos y variantes. Tantas como dicte la imaginación, y siempre que sean
libremente consentidas por las partes intervinientes. La clave radica por
supuesto, en el adverbio libremente.
Si se pretende imponer cualquier práctica no consentida o se fuerza la voluntad
de otras personas, hablamos de abusos, de agresiones…, en definitiva de
delitos.
Pero
si hablamos de exhibicionismo, resulta imprescindible hacer también referencia
a su complemento, el voyeurismo. Los mirones son el público que los
exhibicionistas necesitan, y en ocasiones, de forma furtiva y prescindiendo del
conocimiento de sus víctimas, se dedican a espiar a personas o a parejas,
violando su derecho a la intimidad. Tanto de exhibicionismo como de voyeurismo
encontramos abundantes ejemplos en la literatura, en el arte, y hasta en el
cine. El agujero en la pared, la mirilla o el visillo son otros tantos hitos de
muchas representaciones de un mismo fenómeno. Alfred Hitchcock, reconocido
voyeur y fetichista, acudió a la imagen en La
ventana indiscreta y en el agujero tras el cuadro de Psicosis. Salvador Dalí, que se autoproclamaba el gran masturbador, tampoco ocultaba su afición al voyeurismo.
Mientras
el exhibicionismo puede en ocasiones presentar un carácter grupal (en muchos
clubes y espacios dedicados al nudismo está latente esta pulsión), el
voyeurismo sin embargo suele ser un vicio solitario que por cierto ha
proliferado en las últimas décadas paralelamente al auge que ha cobrado la
pornografía en determinados medios y muy espacialmente en internet. La
curiosidad por las imágenes erotizantes, sobre todo por la visión de los
genitales, es común a todos los miembros de la especie humana, ya desde la
infancia, un periodo por cierto en que los niños resultan particularmente
vulnerables, por lo que deberían ser objeto de especial cuidado y protección
por parte de padres, maestros y educadores.
En
la etapa infantil se forjan las estructuras mentales que terminarán dando lugar
a preferencias y gustos en el individuo adulto. También por supuesto, en
materia de sexo. La pornografía, al menos tal como se presenta actualmente en
los medios, puede resultar muy peligrosa porque salvo muy raras excepciones,
presenta arquetipos y tópicos de humillación, dominación, abuso y otros modelos
intolerables en el ámbito de los derechos y libertades especialmente de la
mujer.
El
profe Bigotini sabe todas estas cosas, no porque le interesen de forma
especial, sino porque como científico que es, se debe a la ciencia y está
obligado a observar cualquier fenómeno. Por eso se fija en las muchachas
jóvenes, estudia sus atuendos y sus movimientos, las ve reír alegremente y
alejarse, mientras acaricia pensativo su tremenda narizota y evoca viejos
poemas: juventud, divino tesoro, te vas
para no volver…
-Vamos
a ver, oro, incienso… ¿y tú, que traes ahí?
-Mirra.
-¡Aggg,
tápate eso, asqueroso!
-Joderr,
pues no mirres.
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