Pues
sí, como muy a menudo solemos decir, todo tiene sus luces y sus sombras. De
estos claroscuros no se libran ni siquiera algunos eminentes científicos.
Fijémonos a título de ejemplo en dos personajes casi contemporáneos. Seguimos
para ello a Bill Bryson, que relata ambos casos en su libro El cuerpo humano.
Una guía para ocupantes, RBA, Barcelona 2022.
En
1929 el doctor Werner Forssmann era un médico joven que trabajaba en un
hospital berlinés. Sintió curiosidad por saber si era posible acceder al
corazón por medio de un catéter. Sin calcular cuáles podrían ser las
consecuencias de su proceder, Forssmann se introdujo un catéter en una arteria
de su brazo izquierdo, y lo fue empujando lentamente primero hacia la axila y
luego hacia el interior del tórax, hasta llegar al corazón. Se alegró al
descubrir que seguía vivo y que su corazón seguía latiendo. Como necesitaba
probar lo que había hecho, el joven médico caminó hasta el departamento de
radiología de su hospital que estaba en la planta baja, y allí se realizó una
radiografía que mostraba la impactante y difusa imagen de su sonda alojada en
el corazón a través de su brazo y de su axila. Forssmann publicó su
descubrimiento en una revista médica de escasa importancia, y aquello paso
desapercibido.
Años
después, dos académicos de la neoyorquina Universidad de Columbia, Cournand y
Richards, cuyo exitoso y esta vez muy difundido trabajo se había basado en el
descubrimiento de Forssmann, lo localizaron en Alemania con gran dificultad,
pues aquel pionero del cateterismo cardiaco se hallaba prácticamente escondido
ejerciendo de médico rural en una aldea perdida de la Selva Negra. La razón de
su huida del mundo no hay que achacarla a una repentina vocación de búsqueda de
paz interior. Lo cierto es que en los años treinta Forssmann había sido uno de
los primeros y más entusiastas miembros del partido nazi, responsable en su
parcela de la purga de judíos en busca de la pureza racial, la superioridad
aria y todas esas zarandajas que, aun careciendo de fundamento, causaron el
sufrimiento y la muerte de millones de personas. Bueno, pues en 1956 Richards,
Cournand y Forssmann recibieron el Premio Nobel de Medicina y Fisiología. Saque
conclusiones quien quiera sacarlas sobre la investigación médica, el nacismo o
el comité de los Nobel, que de las tres cosas podría hablarse en profundidad.
El
segundo caso que también recoge Bryson, es el del cirujano de Mineápolis Walton
Lillehei, que en los años sesenta fue pionero de la técnica de cirugía cardiaca
con circulación cruzada, en la que se conectaba al paciente a un donante
temporal de sangre, generalmente un pariente cercano, cuya sangre pasaba a
circular por el cuerpo del paciente durante la intervención. La técnica
funcionó tan bien, que Lillehei sería ampliamente conocido como el padre de la
cirugía a corazón abierto, y disfrutaría de gran reconocimiento y de éxito
financiero. El doctor Lillehei se hizo rico. Desgraciadamente, como sucede
muchas veces a los ricos, se apoderó de él la avaricia, y comenzó a evadir
impuestos. En 1973 fue condenado por cinco cargos de evasión fiscal. Además, no
sólo pecó de avaricia, sino al parecer también de lujuria, pues intentó
deducirse varias facturas por pago a prostitutas. Sea porque ya en los setenta
el comité del Nobel miraba más según qué cosas, o sea por lo que fuere, el
rijoso doctor Lillehei se quedó sin el prestigioso galardón.
El profe Bigotini alberga la secreta esperanza de que algún día se instaure el Premio Nobel a la mayor nariz. Como parece improbable, se consuela con cualquier tontería, el pobre.
-¿Y
tú, a tu edad, todavía tienes deseos carnales?
-Pues
claro que sí. Ahora mismo me comería un chuletón.