Los
jóvenes ciudadanos romanos de las clases elevadas (patricios y équites), a los dieciséis años, cuando apenas habían
comenzado a afeitarse, tenían que cumplir un servicio militar de diez largos
años. Quienes sobrevivían a ese periodo, a los latigazos de los oficiales, al
hambre y las enfermedades, tenían por delante dos caminos: permanecer en la
milicia con crecientes responsabilidades de mando, o regresar a la vida civil,
bien para dedicarse a sus actividades privadas, o bien para emprender una
carrera política. El primer peldaño era el de cuestor,
una especie de auxiliar de los magistrados para la justicia o las finanzas. Los
cuestores, de los que había varias decenas, ayudaban a controlar los gastos del
Estado y colaboraban en la investigación de los delitos. Eran elegidos por la Asamblea Centuriada, y la duración de su
mandato era de un año.
Si el cuestor no había ejercido su cargo a satisfacción, se le suspendía por diez años, periodo en el que no podía volver a presentarse para ningún otro cargo. Por el contrario, quienes lo desempeñaban bien optaban a ser elegidos ediles, de los que en la primera época republicana existían cuatro. El edil cuidaba del urbanismo. Edificios, teatros, acueductos, carreteras, y todos los lugares públicos, incluidas las casas de lenocinio o lupanares, eran de su incumbencia. Disturbios en los baños públicos o incidentes en los meretricios podían ser causa de descrédito del edil correspondiente. Existen casos bien documentados en este capítulo.
Si
el edil se había aplicado en su tarea, podía optar, siempre por el mismo método
electivo y por periodo de un año, al puesto de pretor,
un cargo civil y militar que en los primeros tiempos habían desempeñado
generales, y que más tarde se abrió al resto de ciudadanos de alto rango. Había
también cuatro pretores. Actuaban como presidentes de tribunales e intérpretes
de las leyes, pero en caso de guerra, tomaban el mando de unidades militares a
las órdenes de los cónsules. Los diez largos años de servicio militar prestados
estaban grabados a fuego en la memoria y en el ánimo de los romanos, de tal
manera que no debía costarles mucho esfuerzo incorporarse a las campañas. Los
pretores alcanzaban el llamado cursus honorum o carrera de honores. Llegados a este punto,
sobre todo si se habían distinguido en acciones de guerra, podían aspirar al
escalón superior.
Podían aspirar a uno de los dos puestos de censor, cargo que se elegía para cinco años, porque cada cinco años se revisaba el censo de ciudadanos. Y el principal cometido del censor era precisamente ese, el de elaborar el censo, y basándose en la correspondiente indagación, establecer para el quinquenio lo que cada ciudadano debía pagar de impuestos y cuánto tiempo debía servir en el ejército. El censor indagaba también los antecedentes de cualquier aspirante a ocupar cargos y empleos públicos. Vigilaba la honestidad de las matronas, la adecuada educación de los hijos, el trato dado a los esclavos… Tenían en definitiva los censores carta blanca para husmear en la privacidad de los ciudadanos. Durante la época republicana parece que en general todos ellos se mostraron a la altura. Se tiene noticia de que incluso algún senador fue expulsado del Senado con motivo de la investigación de los censores.
Los candidatos se presentaban vestidos con una toga blanca sin el menor adorno, mostrando sencillez y austeridad. Muchos solían levantar un pico de la toga para exhibir viejas heridas de guerra. El mandato de los cónsules comenzaba el 15 de marzo, se prolongaba un año salvo reelección, y al concluir, el Senado los acogía como miembros vitalicios.
Concluyo
yo aquí porque el profe Bigotini, que acaba de salir del baño, se quita el
albornoz para mostrar a la vecina del ático su cicatriz de la apendicectomía.
Temo que si no intervengo, acabe enseñándole las marcas de las vacunas.
-Adoro los mensajes de voz.
-Yo
los detesto.
-Sí,
los de texto también molan.
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