Nacida
en la localidad mexicana de San Miguel Nepantla en fecha incierta entre 1648 y
1651, Juana Inés de Asuaje y Ramírez de Santillana, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, su nombre de
profesa, pertenecía a una noble familia asentada en la floreciente Nueva
España. Fue la segunda hija de las tres nacidas de la unión nunca sacramentada
de Pedro de Asuaje, hidalgo guipuzcoano, e Isabel Ramírez, joven perteneciente
a una reputada familia criolla. El carácter no eclesiástico de tal unión, cabe
explicarse por el ambiente de laxitud imperante en la América colonial. En
cualquier caso, este extremo se conoce a través de las minuciosas
investigaciones biográficas, y jamás fue mencionado ni por Juana Inés, ni por
ninguno de sus allegados. Su infancia discurrió en la misma Nepantla y en
Arameca, donde su abuelo poseía una hacienda. Con solo tres años y a escondidas
de su madre, aprendió a leer tomando lecciones de su hermana mayor.
Sus
lenguas maternas fueron el español y el náhuatl, y con los libros de su abuelo
se aficionó también al latín y al griego. A los ocho años obtuvo un premio por
escribir una breve loa poética al Santísimo Sacramento, y a los trece o catorce
se trasladó a la ciudad de México, habitando en la casa de su tía María Ramírez.
Hacia 1665 ingresó en la corte virreinal con el patrocinio de la virreina,
Leonor de Carreto, que se convirtió en su amiga y protectora. El palacio del
virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, era por entonces, junto
con la Real y Pontificia Universidad de México, un paraíso de cultura y
refinamiento en medio de la general barbarie reinante en la colonia. Allí Juana
asistió a las tertulias de poetas y teólogos, destacando muy pronto por su
aguda inteligencia. Burlando las normas, asistió a la universidad disfrazada de
hombre. Influida por el padre Núñez de Miranda, confesor de la virreina, hizo
voto de castidad y se decidió por abrazar la vida religiosa. Tras un intento en
el Carmelo, recién establecido en el Nuevo Mundo, se decidió por ingresar en la
orden de San Jerónimo, de disciplina mucho más relajada. Allí pudo disfrutar de
un espacio mayor, criadas que la sirvieran y libertad para recibir visitas y
asistir a tertulias literarias.
En 1674 falleció doña Leonor, su gran amiga y protectora. Sucedieron varios virreyes, Enríquez de Rivera, Tomás de la Cerda, el marqués de la Laguna…, y Juana gozó siempre de su amistad y confianza, hasta el punto de que su confesor Núñez de Miranda le reprochó en ocasiones su demasiada atención a los asuntos mundanos. Hacia 1690 se enredó en una disputa literaria con el obispo de Puebla que le censuraba su labor intelectual más propia de hombres que de mujeres. Juana contestó en un escrito en el que hizo una encendida defensa de los derechos de la mujer a la educación, y que pasa por ser uno de los primeros alegatos feministas de que se tiene constancia documental. En los años sucesivos, no obstante, parece producirse una especie de retirada de la vida pública, y en 1695 falleció Juana con poco más de cuarenta años, víctima de la terrible epidemia de peste que azotó por entonces el virreinato de la Nueva España. Sus restos se depositaron en el convento de las jerónimas, hasta que en 1978 se trasladaron al Centro Histórico de México, donde reposan hasta el presente.
En
cuanto a su obra, Sor Juana Inés de la Cruz es sin duda la principal
representante del barroco literario hispanoamericano. En la poesía de sus
primeros años se aprecian marcadas influencias petrarquistas. En el resto de su
producción poética y dramática están presentes las corrientes culteranista y
conceptista, tan características de la literatura española de su época.
En
su lírica destacan los sonetos, poemas amorosos, loas, villancicos y el
hallazgo literario del tocotín, una especie de copla que
intercala versos en idiomas indígenas. También es destacable su correspondencia
con una sociedad de monjas portuguesas llamada Casa del placer, cuyos manuscritos fueron descubiertos en fecha tan
reciente como 1968.
De su producción dramática cabe citar comedias, algunas inspiradas en obras de Lope, Calderón o Guillén de Castro, entre otros. Los empeños de una casa y Amor es más laberinto son acaso sus títulos más sobresalientes. Compuso también Juana tres autos sacramentales destinados a representarse en la corte de Madrid: El mártir del sacramento, El cetro de José y El divino Narciso. Esta última es precisamente la obra que en biblioteca Bigotini ponemos hoy a disposición de nuestros fieles lectores. Haced clic en el enlace de aquí abajo y recrearos con la lectura de esta magnífica versión digital. Sirva como recordatorio de su autora, principal representante del barroco español en tierras americanas.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=El+Divino+Narciso.pdf
Hombres
necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo
mismo que culpáis. Sor Juana Inés de la Cruz.
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