miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA CARRERA POLÍTICA EN LA ROMA REPUBLICANA


Los jóvenes ciudadanos romanos de las clases elevadas (patricios y équites), a los dieciséis años, cuando apenas habían comenzado a afeitarse, tenían que cumplir un servicio militar de diez largos años. Quienes sobrevivían a ese periodo, a los latigazos de los oficiales, al hambre y las enfermedades, tenían por delante dos caminos: permanecer en la milicia con crecientes responsabilidades de mando, o regresar a la vida civil, bien para dedicarse a sus actividades privadas, o bien para emprender una carrera política. El primer peldaño era el de cuestor, una especie de auxiliar de los magistrados para la justicia o las finanzas. Los cuestores, de los que había varias decenas, ayudaban a controlar los gastos del Estado y colaboraban en la investigación de los delitos. Eran elegidos por la Asamblea Centuriada, y la duración de su mandato era de un año.

Si el cuestor no había ejercido su cargo a satisfacción, se le suspendía por diez años, periodo en el que no podía volver a presentarse para ningún otro cargo. Por el contrario, quienes lo desempeñaban bien optaban a ser elegidos ediles, de los que en la primera época republicana existían cuatro. El edil cuidaba del urbanismo. Edificios, teatros, acueductos, carreteras, y todos los lugares públicos, incluidas las casas de lenocinio o lupanares, eran de su incumbencia. Disturbios en los baños públicos o incidentes en los meretricios podían ser causa de descrédito del edil correspondiente. Existen casos bien documentados en este capítulo.



Si el edil se había aplicado en su tarea, podía optar, siempre por el mismo método electivo y por periodo de un año, al puesto de pretor, un cargo civil y militar que en los primeros tiempos habían desempeñado generales, y que más tarde se abrió al resto de ciudadanos de alto rango. Había también cuatro pretores. Actuaban como presidentes de tribunales e intérpretes de las leyes, pero en caso de guerra, tomaban el mando de unidades militares a las órdenes de los cónsules. Los diez largos años de servicio militar prestados estaban grabados a fuego en la memoria y en el ánimo de los romanos, de tal manera que no debía costarles mucho esfuerzo incorporarse a las campañas. Los pretores alcanzaban el llamado cursus honorum o carrera de honores. Llegados a este punto, sobre todo si se habían distinguido en acciones de guerra, podían aspirar al escalón superior.

Podían aspirar a uno de los dos puestos de censor, cargo que se elegía para cinco años, porque cada cinco años se revisaba el censo de ciudadanos. Y el principal cometido del censor era precisamente ese, el de elaborar el censo, y basándose en la correspondiente indagación, establecer para el quinquenio lo que cada ciudadano debía pagar de impuestos y cuánto tiempo debía servir en el ejército. El censor indagaba también los antecedentes de cualquier aspirante a ocupar cargos y empleos públicos. Vigilaba la honestidad de las matronas, la adecuada educación de los hijos, el trato dado a los esclavos… Tenían en definitiva los censores carta blanca para husmear en la privacidad de los ciudadanos. Durante la época republicana parece que en general todos ellos se mostraron a la altura. Se tiene noticia de que incluso algún senador fue expulsado del Senado con motivo de la investigación de los censores.


Finalmente, en la cúspide de los cargos políticos se encontraban los dos cónsules, jefes del poder ejecutivo y verdaderos gobernantes de la Roma republicana. A partir de la institución de los tribunos de la plebe, en teoría uno de los dos cónsules debía ser de origen plebeyo. Sin embargo, en la práctica esto no se cumplió casi nunca, ya que al parecer los mismos plebeyos preferían proponer a un patricio, pues sólo hombres de elevada educación y larga experiencia les ofrecían garantía de saber gobernar en tiempos difíciles. Tal es el argumento que esgrimen algunos historiadores de la época. Cabe sin embargo, sospechar algún fraude en la elección, pues la noche anterior a los Comicios Centuriados el magistrado observaba las estrellas para descubrir qué candidatos eran personae gratae a los dioses y quienes no lo eran. De esta forma el Senado, verdadero órgano de gobierno, se aseguraba de que fueran elegidos cónsules los que resultaban más convenientes a los intereses de la aristocracia senatorial dominante. Así que quienes aspiraban al consulado se cuidaban muy mucho de contrariar al Senado.

Los candidatos se presentaban vestidos con una toga blanca sin el menor adorno, mostrando sencillez y austeridad. Muchos solían levantar un pico de la toga para exhibir viejas heridas de guerra. El mandato de los cónsules comenzaba el 15 de marzo, se prolongaba un año salvo reelección, y al concluir, el Senado los acogía como miembros vitalicios.

Concluyo yo aquí porque el profe Bigotini, que acaba de salir del baño, se quita el albornoz para mostrar a la vecina del ático su cicatriz de la apendicectomía. Temo que si no intervengo, acabe enseñándole las marcas de las vacunas.

-Adoro los mensajes de voz.

-Yo los detesto.

-Sí, los de texto también molan.


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