eoffrey Chaucer
nació probablemente en Londres, y probablemente en 1343, aunque ninguna de las
dos cosas puede asegurarse. Sus orígenes fueron muy humildes. Su padre y su
abuelo eran bodegueros, y su mismo apellido, Chaucer, parece derivar del
normando chausseur, con el
significado de zapatero. En aquel tiempo los apellidos que designaban oficios
eran propios de villanos y gentes rústicas. Sin embargo, al parecer en el
momento de su nacimiento, la familia se encontraba en buena posición, pues unos
pocos años antes está documentado el cobro de una indemnización de 250 libras por parte de
su padre, debido a que fue víctima de un rapto para obligarle a casarse. Una
historia muy rocambolesca, pero sin duda real, a la luz de los documentos que
recogen la sentencia. La inesperada fortuna de John Chaucer, sumada a un
ventajoso matrimonio con la hija de un importante funcionario de la casa de la
moneda en la Torre
de Londres (el hombre debía ser todo un seductor), y añadida a una herencia
posterior, le convirtieron en un burgués rico, y en 1349 se sabe que era ya
propietario de al menos veinticuatro comercios en la capital inglesa.
Así
que el pequeño Geoffrey, a pesar de su humilde cuna, se crió como un príncipe.
En 1357 era paje de la condesa del Ulster. Él, al igual que su padre, fue un
joven apreciado, como lo prueba el dato de que al ser hecho prisionero de los
franceses en la Guerra
de los Cien Años, el mismo rey inglés Eduardo III, se rascó el bolsillo,
pagando 16 libras
por su rescate ante los ruegos de la condesa y de su marido, Leonel de Amberes.
Geoffrey
ejerció como funcionario y hombre de confianza de la corona en diversos
cometidos, unas veces llevando embajadas entre príncipes, y otras atendiendo
acaso a negocios menos confesables. Se sabe que viajó por Francia, Flandes y
España, siendo muy probable que hiciera el Camino de Santiago como peregrino.
Se
casó con Phillippa Roet, dama de compañía de la reina. Su cuñada Catalina
contrajo matrimonio con Juan de Gante. Un hijo de Chaucer, Thomas, fue
Mayordomo mayor de cuatro reyes, y presidió la Cámara de los Comunes. Una
hija, Alice, se casó con Guillermo de la Pole , y en definitiva, como le gustaría decir a
Groucho Marx, sus descendientes
ascendieron mucho, hasta el punto de que uno de sus tataranietos, llegó a
ser designado heredero al trono por Ricardo III. Si recordáis el famoso drama
de Shakespeare, al rey Ricardo se le torcieron un poco las cosas, no encontró
ni siquiera caballo para cambiar por él su reino, y consecuentemente, ese
descendiente de Geoffrey Chaucer nunca llegó a ocupar trono alguno, pero le
faltó muy poco.
Pero,
familias aparte, y volviendo a nuestro protagonista, Chaucer estudió leyes,
sirvió al rey Eduardo, viajó mucho, conoció mundo y alternó con príncipes y
también con grandes poetas como Jean Froissart o como Francesco Petrarca, a
quien conoció en Milán cuando asistió a la segunda boda de su cuñado Leonel de
Amberes con Violante Visconti. Viajó por Picardía y visitó Génova y Florencia,
donde conoció y trató a Boccaccio. Todos esos contactos le introdujeron en la
lírica italiana, convirtiéndole en el primer poeta y literato en lengua inglesa
que puede calificarse propiamente como renacentista.
Chaucer
fue nombrado contralor de las aduanas
del puerto de Londres, una bicoca muy bien pagada. Fue miembro del Parlamento
por Kent, maestro de obras del rey, guardián de la posada real y comisario
guardabosques. No tenemos seguridad de hasta qué punto todos estos cargos
estaban retribuidos o eran meramente honoríficos, pero lo cierto es que se
forró con ellos, lo que explicaría el éxito de sus hijos y descendientes. Todo
indica que falleció en octubre de 1400, siendo enterrado en la Abadía de Westminster.
En
cuanto a su obra literaria, su primera conocida fue El libro de la duquesa, una elegía a la difunta Blanca de
Lancaster, aunque es muy posible la existencia de obras anteriores hoy
desaparecidas, como parece indicar el hecho de que Eduardo III le concedió un
galón de vino diario durante el resto de su vida, el tipo de recompensa que
solía reservarse a los artistas y poetas.
Otras
obras tempranas fueron Anelida y Alcite,
La casa de la fama, Parlamento de las aves y La leyenda de las buenas mujeres. Troilo y Crésida es quizá su obra poética en la que mejor se
aprecia la influencia italiana. También destacó como traductor, siendo célebres
sus versiones de la Consolación de la filosofía, de Boecio, y del Roman de la rose, de Guillaume de
Lloris. Estas obras eran ya ampliamente conocidas del público culto inglés. Sin
embargo, otro puñado de traducciones realizadas por Chaucer de obras menos
célebres, es posible que tuvieran la torcida intención de hacerlas pasar por
suyas. No juzguemos esto con demasiada severidad. En su época y hasta en los
siglos siguientes, la imitación e incluso el plagio, no se miraban con la
óptica de nuestros días. Muchos autores insignes recurrían a versionar trabajos
de otros, embelleciéndolos con añadidos que los hacían más gratos a sus
lectores.
Pero
sin duda la obra más célebre y emblemática de Geoffrey Chaucer son los Cuentos de Canterbury, una colección de
relatos que van refiriendo los viajeros que peregrinan a la famosa catedral. En
ellos se aprecia una clara influencia de Boccaccio y su Decamerón, mezclada con
rasgos más puramente ingleses, muy originales y en alguna medida, precursores
del teatro isabelino y de la gran poesía renacentista en lengua inglesa. Los
cuentos, que Biblioteca Bigotini quiere poneros hoy al alcance de un clic (hacedlo en la
ilustración) son muy desiguales. Los hay cargados de profundas
reflexiones religiosas, y los hay también satíricos, con situaciones cómicas y
en ocasiones no carentes de cierto erotismo un tanto brutal, eso sí, y bien
alejados de la sutileza de un Boccaccio. No obstante, los Cuentos son por
derecho propio la obra si no cumbre, al menos inaugural del Renacimiento
literario anglosajón. Tienen también la virtud de fijar en buena medida el
lenguaje, lo que llamarían los lingüistas el inglés estándar. Es motivo suficiente por el que Geoffrey Chaucer
merece figurar en el frontispicio de la literatura europea.
Disfrutad
con esta versión digital que os proponemos.
¡Con
qué facilidad invade la piedad los corazones nobles! Geoffrey Chaucer.
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