Nacido
en Wilmington, Delaware, en 1853, Howard Pyle fue uno de los más
importantes ilustradores gráficos de todos los tiempos. No estamos
simplemente ante un gran dibujante. Pyle era todo un intelectual. Su
infancia y su adolescencia estuvo marcada por su afición a la
pintura, la lectura de los grandes clásicos literarios europeos, y
la inclinación a la mitología escandinava que le inculcó su madre,
Margaret Churchman Pyle, una persona que resultó decisiva en su
educación y en su futura carrera artística.
Su
padre tenía un negocio de pieles en el que Howard trabajó
brevemente, hasta que comenzó a vender sus dibujos a diversas
publicaciones. Sin embargo, su educación cuáquera y su innata
seriedad chocaron muy pronto con el ambiente periodístico
finisecular, bastante bohemio, aventurero y algo extravagante. A Pyle
le gustaba trabajar en casa, sobre todo después de contraer
matrimonio, así que se reinventó a sí mismo, haciéndose editor de
su propia obra que ilustró grandes clásicos literarios readaptados
por él mismo. Algunos de sus libros más exitosos fueron Las
aventuras de Robin Hood, Aladino, Los caballeros del rey Arturo, La
historia de los piratas o El Santo Grial. También ejerció
la docencia privadamente y se convirtió en crítico de arte.
Howard
Pyle falleció tempranamente, cuando viajó con su familia a Italia
en 1910. Lo hizo ilusionado por descubrir in situ la gran
pintura renacentista. Por desgracia, un cólico nefrítico lo condujo
a la tumba en Florencia, aquella luminosa Florencia con la que había
soñado durante toda su vida. Os dejamos aquí una breve pero jugosa
selección de algunas de sus ilustraciones más representativas.
Disfrutadlas.
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