Australopithecus
afarensis es
hasta ahora el primer homínido conocido en cuanto a datación. Sus
fósiles más antiguos datan de mediados del Plioceno,
hace unos 3,5 millones de años. El nombre científico significa
simio meridional de Afar,
por haber sido hallados sus restos en esa región del norte de
Etiopía. Los restos se corresponden con hallazgos anteriores de
pisadas que quedaron impresas en un suelo de cenizas volcánicas de
Laetoli (Tanzania). Los descubridores del primer esqueleto parcial en
1974, bautizaron a la hembra a quien pertenecieron los huesos con el
nombre de Lucy, por la célebre canción de los Beatles. Se trata de
criaturas livianas con estaturas que podrían oscilar entre 110 y 140
cm., y marcado dimorfismo sexual. Lucy era una adulta que apenas
sobrepasaría a un niño actual de seis o siete años.
El
cráneo y la cara, más semejantes a los de un chimpancé que a los
de los humanos, estaban coronados por una moderada cresta sagital
donde se insertarían los músculos masticadores. Su cerebro, de unos
400 cm3,
no era mucho mayor que el de los chimpancés modernos. Los dientes,
astillados en la parte anterior, debieron usarse para sujetar. Pero
el hallazgo más sorprendente fueron los cuartos traseros. La
conformación tanto de la pelvis, como de las caderas y el resto de
las extremidades inferiores, así como las huellas de los pies
desnudos, no dejan lugar a dudas sobre su locomoción.
Australopithecus afarensis
era una criatura bípeda que caminaba perfectamente erguida.
Las
adaptaciones de estos primeros australopitecinos
resultan pues inequívocamente humanas. Además de la postura y la
locomoción llaman la atención el pie completamente moderno, la
mayor longitud de las extremidades inferiores (un hecho absolutamente
nuevo en la historia evolutiva de simios y hominoideos), las
mandíbulas y dientes más pequeños, la capa de esmalte más gruesa,
el rostro más plano, la atenuación o desaparición del recio
reborde óseo periorbitario… Si a todo esto unimos el agrandamiento
relativo de la pelvis (primer paso hacia un mayor índice de
encefalización), el alargamiento de los pulgares y consiguiente
mayor precisión para hacer pinza y manejar objetos con delicadeza,
nos encontramos ante monos cuya estructura física los acercan más a
los seres humanos que a los demás simios.
Aunque,
dada la escasez y precariedad del registro fósil, siempre a expensas
de nuevos hallazgos, resulte arriesgada cualquier afirmación
categórica en este sentido, existen muchos indicios que nos llevan a
pensar en Australopithecus
afarensis como nuestro
posible antepasado. Cierto que hay muchos rasgos que, a diferencia de
los huesos, no fosilizan. La disposición de determinados yacimientos
invita a pensar en A.
afarensis como una
criatura social que se desplazaba y procuraba el sustento en grupos
familiares. Pero ya hemos dicho que los desarrollos culturales como
un rudimentario lenguaje o una estructura social, no fosilizan.
Debemos conformarnos con la mera especulación.
Todo
indica que Lucy y sus congéneres se extinguieron hace unos 2,5
millones de años, para dar paso quien sabe si a otros
australopitecinos
posteriores o al género homo
al que pertenecemos. En cualquier caso, A.
afarensis no parece la
especie indefensa de monitos erguidos que se nos ha hecho creer por
algunos autores. Esta visión a nuestro juicio equivocada, los
muestra siempre furtivos, a merced de sus depredadores y del medio
hostil en que se desenvolvían. Entendemos que unas criaturas
medrosas y faltas de recursos no hubieran sido capaces de sobrevivir,
reproducirse y prosperar durante nada menos que un millón de años.
No, la especie de Lucy estaba tan perfectamente adaptada a su medio
como lo están todas las demás especies que existen o han existido
en el pasado. Pensar que las criaturas extinguidas eran seres
imperfectos o defectuosos, y que por eso se extinguieron, es una
forma de pensar no sólo antropocéntrica, sino sobre todo y
fundamentalmente errónea.
-Querida,
¿te has puesto la crema reafirmante?
-Si,
si, si, si, si, si, siiiiiiiii…
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