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sábado, 30 de mayo de 2020

JAMES WATT, EL INGENIERO QUE SE EMPEÑÓ EN SER CIENTÍFICO



James Watt nació en Greenock, Escocia, en 1736, y en el seno de una familia presbiteriana. Su padre era armador naval, y su abuelo, Thomas Watt, fue profesor de matemáticas y magistrado. Se encargó de educarle su madre, una distinguida dama de la mejor sociedad escocesa. Poco interesado en las humanidades, el joven James prestó más atención a las ciencias, sobre todo a las matemáticas, y desde muy niño demostró tener gran habilidad manual y talento para fabricar toda clase de objetos. Viajó a Londres a los dieciocho años, para trabajar como aprendiz de un importante fabricante de instrumentos. En aquella incipiente era industrial en que la tecnología cobró gran protagonismo, se produjo una fuerte demanda de instrumentos de precisión, tales como reglas, compases, barómetros, telescopios… A partir de su fabricación, Watt, joven inquieto y deseoso de aprender, se interesó por las diferentes funciones a que se destinaban sus instrumentos, convirtiéndose así en una especie de científico autodidacta.


En Glasgow se estableció por su cuenta en el negocio, y poco más tarde le ofrecieron abrir un taller para fabricar instrumental, en la Universidad. Su meticuloso trabajo le convirtió en pieza imprescindible de la vida universitaria, y le granjeó la amistad de figuras tan eminentes como Joseph Black o Adam Smith. En aquel taller y en otros que abrió sucesivamente con diferentes socios, transcurrió su vida profesional. En sus últimos años amasó una fortuna considerable. Se casó dos veces y tuvo siete hijos de los que sobrevivieron al menos tres. Uno de ellos, Gregory Watt, llegó a ser un notable geólogo.
James Watt falleció en 1819, cuando contaba 83 años. Fue miembro de la Royal Society y de la Academia de Ciencias francesa, la Universidad de Glasgow le concedió un doctorado honorífico, y en su memoria fueron bautizados con su nombre un cráter lunar y un asteroide. Sin embargo, rehusó un título nobiliario, poniendo así de manifiesto sus profundas convicciones presbiterianas.


En cuanto a su contribución a la ciencia y la tecnología, la más importante fue la máquina de vapor, invención que generalmente se le atribuye, a pesar de que en realidad su labor se centró en las mejoras que practicó sobre la primitiva máquina de Newcomen. En efecto, esta última desperdiciaba gran cantidad de energía enfriando y calentando sucesivamente el pistón. Se empleaba únicamente para bombear agua. Watt se propuso sacar todo el rendimiento posible a la máquina, dotándola de movimiento paralelo y desarrollando una cámara de condensación que incrementó notablemente su eficiencia. Fue el creador de la unidad caballo de vapor, que todavía se usa no sólo en máquinas de vapor, sino en automoción en general. La unidad de potencia eléctrica lleva en su honor el nombre de vatio.
También desde Bigotini queremos honrar la memoria de James Watt, ingeniero y científico hecho a sí mismo a base de tesón y de trabajo infatigable. Y como a pesar del loable ejemplo del escocés, el profe se fatiga bastante, os dejo en este punto no sin antes aconsejaos con el mayor encarecimiento, que estudiéis. Para quienes nacemos pobres, el estudio es el único camino capaz de cambiar nuestro mundo y el de quienes nos rodean. El conocimiento es la mejor herramienta de precisión para romper las cadenas de la ignorancia y de la esclavitud, lacras ambas que, bien mirado, vienen a ser una misma cosa.

-Por favor, póngame una hamburguesa.
-Lo siento mucho señor, pero acabamos de limpiar la plancha.
-Vaya, pues ya volveré otro rato, cuando la tengan llena de mierda.



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