Salvo
que hayáis nacido ayer, tenéis que recordar al simpático e ingenuo canario
Twitty (Piolín en España), eternamente acechado y perseguido por el gato
Silvestre, siempre empeñado en zampárselo. Silvestre, alter ego del famélico Coyote,
perseguidor del Correcaminos, jamás llegaba a conseguir su propósito. Sin
embargo, en la vida real, a diferencia de los cortos de animación, los gatos
suelen tener un gran éxito en la caza, porque son excelentes cazadores.
El
gato
doméstico disputa al perro el liderazgo entre las mascotas preferidas
de los humanos. Su nombre científico (felis
silvestris catus) lo delata. Ya en el antiguo Egipto encontramos al gato
como animal de compañía, y a pesar de ello, a pesar de tantos siglos de
domesticidad, el gato conserva intacta su condición de criatura silvestris. El engañoso y ambivalente
gato, sabe conquistarnos con su ronroneo y sus ocasionales caricias, para
obtener un refugio seguro junto a los humanos, un plato de leche y otras
comodidades dignas de un príncipe, tales como por ejemplo, el lugar de
privilegio en el mejor sofá de la casa (quiénes tienen gatos saben
perfectamente que no exagero ni un ápice). Pero al mismo tiempo los gatos son
animales independientes que desaparecen por la gatera a veces durante horas,
para satisfacer su instinto depredador.
En
el post dedicado a la extinción del dodo os contaba que, junto a los marineros
occidentales, contribuyeron a ella ciertos pasajeros o polizones que también
viajaban en los barcos: perros, cerdos, ratas… y naturalmente gatos. Pues bien,
la misma historia se ha repetido infinidad de veces en otros tantos lugares.
Concretamente en América y en Australia, lugares ambos a los que los
occidentales llegaron en época relativamente reciente, los gatos encontraron
amplios territorios vírgenes rebosantes de presas que ni en sus peores
pesadillas soñaron tener que vérselas con unos cazadores tan astutos y voraces.
En
el viejo continente eurasiático existen desde hace millones de años los gatos
monteses (felis silvestris a
secas). Por eso los pájaros y los pequeños mamíferos de bosques y llanuras
descubiertas han aprendido durante una larguísima sucesión de generaciones, a
temerlos y a evitarlos. En América no ocurre lo mismo. Antes de la llegada de
los europeos, el nuevo continente albergaba felinos grandes como el jaguar o el
puma, que se ceñían a su nicho ecológico y capturaban presas acordes a su
tamaño. El gato doméstico llegó después para ocupar el lugar correspondiente a
sus características y habilidades. Las consecuencias no han podido ser más
devastadoras para la fauna autóctona de aves, reptiles, anfibios, roedores y
otros pequeños mamíferos.
Alan
Weisman nos da cuenta en El mundo sin nosotros de la estimación
aproximada de víctimas de los gatos en América. Un dato estremecedor: se
calcula que en la Wisconsin rural hay alrededor de dos millones de gatos
domésticos que cada año matan a un mínimo de 7,8 millones de aves. Ciertos
autores como Temple y Coleman, afirman que la cifra de aves muertas podría
ascender a 219 millones anuales. Y eso sólo en la Wisconsin rural. Imaginad la
magnitud de la tragedia. Ocurre que, al igual que los cazadores de Clovis
(véase el post de la extinción de la megafauna americana),
los gatos no cazan exclusivamente para alimentarse. Nuestros amorosos y lindos
gatitos, aunque estén perfectamente bien alimentados en sus hogares de acogida,
matan sencillamente por el placer de matar. Deben hacerlo para seguir su
instinto.
Alguien
dijo que un gato nunca nos acaricia. Lo que hace es acariciarse contra
nosotros. En alguna ocasión hemos afirmado aquí que el hombre es el principal
depredador de los últimos quince o veinte mil años. Pues bien, el lindo gatito
que duerme la siesta acostado en su regazo, no le va a la zaga.
Probablemente
el animal que da más vueltas después de muerto es el pollo asado. Woody
Allen.
Muchas gracias por la informacion acerca del gato egipcio, es precisamente un poco de la historia que necesitaba
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