Publicado en nuestro anterior blog en marzo de 2012
¿Por qué no acepté a aquel
pretendiente millonario?, se pregunta Maribel. Nunca debí abandonar los
estudios, se lamenta Manolo… Es indudable que en la vida existen ciertos momentos
cruciales que marcan el destino futuro. Cada cual según su carácter o sus
intereses, se inclinará por un acontecimiento u otro. Así, la colegiala soñará
con su primer beso; el deportista guardará como reliquias sagradas la camiseta
de la selección o el balón de aquel partido inolvidable; acaso el asesino
acariciará la culata de su revólver recién engrasado… Cuando Neil Armstrong
pisó la luna, cuando me casé, cuando enviudé, cuando Harry encontró a Sally…
Quienes
tenéis el hábito (y, por qué no decirlo, el buen gusto) de leer las tonterías
que escribo, habréis detectado cierta inclinación a lo excéntrico y a lo
intelectualmente alternativo, que quizá alguno con errado criterio, calificaría
de chifladura, cuando no es otra cosa que minucioso rigor científico. No os
sorprenderá pues, que a bocajarro os suelte lo siguiente: el momento clave en el desarrollo
de cualquier miembro del reino animal es la
gastrulación. Así, ¡con un par!
Dejad
que os explique en qué consiste. Tras la fecundación, o sea, tras la unión de
ambas células germinales (óvulo y espermatozoide), la resultante es una célula
única llamada zigoto,
dotada con la mezcla del material genético de ambos progenitores. El zigoto
comienza a crecer mediante sucesivas divisiones celulares, hasta dar lugar a
una especie de pelotón de células idénticas que por su forma, que recuerda al
fruto de la morera, recibe el nombre de mórula.
Posteriormente las células de la mórula se disponen de tal manera que forman
algo así como una esfera hueca a la que se llama blástula.
Bien.
Imaginad por un momento que esta esfera hueca, blandita y elástica, que por
ahora sigue siendo de tamaño microscópico, creciera hasta llenar la palma de
nuestra mano. Si la presionamos con un dedo sin romperla, se formará una
especie de invaginación hacia el interior de la esfera, de forma que
obtendremos otra esfera hueca muy parecida, pero ¡atención!, con una pared
formada de una capa doble de células, y un orificio, por donde introdujimos el
dedo. ¿Lo imagináis? Aquí está:
Así
se forma la gástrula,
término derivado de la raíz griega que designa al estómago, porque eso es lo
que parece, y de alguna manera, eso es lo que realmente es, una especie de
primitivo estómago que dará lugar, entre otras estructuras, al tracto
digestivo. Vamos a ver la secuencia completa:
Pero,
¿qué tiene de especial la gastrulación para ser un momento tan decisivo en el
destino del animal? Pues veréis, fijaos en el poro, en esa especie de agujero
que tiene la gástrula (por cierto, se llama blastóporo).
Con esa apariencia tan inocente, el destino del blastóporo, marcará el del
individuo completo. Porque aquí se decide nada menos si el embrión acabará
convirtiéndose en un invertebrado, por ejemplo un mejillón, o en un vertebrado,
por ejemplo un empleado de banca. En los invertebrados (gusanos, insectos,
arácnidos, medusas, esponjas...) el orificio será la futura boca; en el resto
(ambulacrarios, tunicados, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, y por
supuesto, nosotros mismos) el orificio acabará siendo el ano. En la
gastrulación el individuo se juega su futuro a cara o cruz. Aunque en honor a
la verdad, no puede negarse que se trata de un juego ciertamente ventajista:
desde el mismo momento de la fecundación, en el ADN del nuevo individuo se
incluyen los planos para abordar y terminar la construcción. Así que al final,
como decían los fatalistas en la mitología clásica y en el Antiguo Testamento, todo está escrito. ¿Todo?
Bueno, puede que no. A veces hay mutaciones, otras veces hay errores en la
replicación, y en última instancia...
...En
última instancia hay algo que se llama azar, algo que se llama voluntad, libre
albedrío. Hay algo que se llama libertad.
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la
electricidad o la energía atómica: la voluntad. Albert Einstein.
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