Publicado en nuestro anterior blog en mayo de 2013
Dimitri Mendeleyev |
Cuenta Bill Bryson en Una breve historia de casi todo que
Dimitri Mendeleyev nació en la población siberiana de
Tobolsk en 1834. Era el hijo menor de una extensa familia (catorce o diecisiete
hermanos, según distintas versiones). Su padre, maestro de escuela, quedó
ciego, y su madre tuvo que sacar a la familia adelante. Aquella mujer admirable
estaba decidida a que su hijo Dimitri estudiase una carrera, así que lo tomó de
la mano, y sin dinero ni medio de locomoción alguno, recorrió los más de 6.000 kilómetros que separaban su pueblo de San
Petersburgo. Lo dejó a cargo de los responsables de un instituto, y agotada por
completo, murió poco después.
El joven Mendeleyev no podía
defraudar las esperanzas que su heroica madre había puesto en él, y terminó
brillantemente sus estudios, consiguiendo poco después un puesto en la
universidad. Desoyendo los consejos de sus profesores, se inclinó por la
Química, que en aquel tiempo era una ciencia bastante caótica y carente por
completo de rigor científico. Los químicos de la primera mitad del siglo XIX
eran en el mejor de los casos alquimistas bienintencionados, y en el peor,
vulgares charlatanes. Utilizaban una desconcertante variedad de símbolos y
abreviaturas, y era común que cada uno inventase las suyas, con lo que no había
forma de atar cabos.
Amedeo Avogadro |
Unas décadas antes, en la época
napoleónica, un soberbio noble italiano, el conde de Quarequa y Cerreto, cuyo
nombre completo era Lorenzo Romano Amedeo Carlo Avogadro, había tenido la feliz
idea de agrupar los elementos en función de su peso atómico. Algunos químicos
seguían este sistema, pero otros preferían clasificarlos por sus propiedades
(metales, gases, etc.). Mendeleyev se dio cuenta de que ambas cosas podían
combinarse en una sola tabla. Dice la leyenda científica que aquel siberiano
barbudo se inspiró en el clásico solitario en el que las cartas se ordenan
horizontalmente por el palo y verticalmente por el número. Ateniéndose a este
principio, Mendeleyev dispuso los elementos en filas horizontales llamadas periodos (de ahí lo de tabla periódica),
y en columnas verticales llamadas grupos.
Utilizó también las valencias
electrónicas, y compuso con ello una tabla que muestra un conjunto de
relaciones cuando se lee de arriba abajo, y otro cuando se hace de lado a lado.
Las columnas verticales agrupan sustancias con propiedades similares. Así el
cobre queda encima de la plata, y la plata encima del oro, por sus afinidades
químicas como metales, mientras que el helio, el neón y el argón están en otra
columna compuesta por gases. Las filas horizontales disponen los elementos en
orden ascendente según el número de protones de sus núcleos, es lo que se
conoce como número atómico.
En palabras de Robert
Krebs, la tabla
periódica de los elementos químicos es el cuadro organizativo más elegante que
se ha inventado jamás. En la época en que Medeleyev expuso su idea, sólo se
conocían 63 elementos, pero su tabla predijo con una exactitud matemática, dónde
encajarían los nuevos elementos cuando se hallasen. En aquel momento ni
siquiera se conocía el helio, que es el segundo elemento más abundante del
universo, y ocupa tras el hidrógeno, ese mismo puesto en la tabla periódica.
Hoy en día hay 92 elementos que aparecen en la naturaleza, y un par de docenas
más, de vida muy efímera por su inestabilidad, que han sido creados en el
laboratorio. Nadie sabe con exactitud hasta dónde podría llegar la tabla,
aunque todo lo que supere el peso atómico de 168 se considera puramente
especulativo. Pero de lo que podemos estar bien seguros es de que todo lo que
se encuentre encajará limpiamente en la tabla del genial Mendeleyev.
Las cataratas del Niágara son la
segunda gran decepción de las recién casadas. Oscar Wilde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario