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sábado, 11 de febrero de 2017

VERA RUBIN. NO SE ADMITEN MUJERES


Tras el enorme hallazgo del big Bang, quedó establecido que nuestro universo tuvo un principio. La pregunta que surgió inmediatamente fue: ¿cómo terminará? A partir del gran desarrollo de la cosmología en los años setenta, fue haciéndose patente que en el universo había mucho más de lo que puede verse a simple vista. A esta conclusión se llegó mediante la observación de los grandes cúmulos de gas y agrupaciones de galaxias en el límite del alcance de los telescopios. Y quien realizó una mayor contribución a tales observaciones fue sin duda la astrónoma estadounidense Vera Rubin, a la que desde nuestro modesto foro queremos reconocer precisamente este 11 de febrero en que se conmemora el día de la mujer científica (www.11defebrero.org).

Su condición femenina hizo que Vera no tuviera las cosas fáciles. Se doctoró en Georgetown asistiendo a las clases nocturnas, mientras su marido, también astrofísico, la esperaba en el coche. Por ser mujer la Universidad de Princeton no la aceptó en su programa de astromía hasta 1975. Era un selecto club en el que no se admitían mujeres. Y fue esta mujer admirable quien se propuso la colosal tarea de medir nada menos que la velocidad de rotación de nuestra galaxia. Mediante la observación de las estrellas y el gas caliente situados a enormes distancias del centro de nuestra galaxia, Vera Rubin descubrió que estas regiones se movían a una velocidad increíblemente superior a la que les corrrespondería si la fuerza gravitacional que impulsaba su movimiento respondiera a la masa de todos los objetos observados. Gracias a su trabajo, los cosmólogos comprendieron con el tiempo que la única forma de explicar este movimiento era que en realidad en nuestra galaxia (y por extensión, en el conjunto del universo) existe mucha más masa que la resultante de la simple suma de las masas de todas las estrellas, el gas y el resto de los objetos. Aun más, la relación entre la masa de la llamada materia oscura y el resto de los objetos visibles y/o detectables, no se limita al simple 2 a 1 que habían predicho los cosmólogos, sino que se sitúa en una increíble pero cierta relación de 10 a 1. Vera Rubin recibió la medalla de oro de la Real Sociedad Astronómica, pero nunca obtuvo el codiciado Nobel con el que fueron premiados la mayoría de sus colegas varones. Y eso a pesar de que estuvo propuesta prácticamente año tras año desde los ochenta. Esta mujer extraordinaria ha fallecido recientemente, el pasado diciembre de 2016, sin obtener en vida el merecido reconocimiento a su gran labor.


En nuestro artículo anterior glosamos la figura de JaneFranklin Mecom, mujer de singular inteligencia cuya condición femenina unida a la difícil época que le toco vivir, hizo que jamás pudiera desarrollar la menor labor científica o investigadora. Reflexionemos ahora sobre Vera Rubin, una mujer de nuestro tiempo en una de las sociedades más avanzadas del mundo desarrollado. A pesar de las evidentes diferencias entre ambas, el resultado sigue siendo parecido, lo que sin duda nos obliga a plantearnos que aun queda un largo camino por recorrer en la senda plagada de obstáculos, de la emancipación femenina.

Detrás de cada gran mujer siempre hay un idiota. John Lenon.



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