Tras
el enorme hallazgo del big Bang, quedó establecido que nuestro
universo tuvo un principio. La pregunta que surgió inmediatamente
fue: ¿cómo terminará? A partir del gran desarrollo de la
cosmología en los años setenta, fue haciéndose patente que en el
universo había mucho más de lo que puede verse a simple vista. A
esta conclusión se llegó mediante la observación de los grandes
cúmulos de gas y agrupaciones de galaxias en el límite del alcance
de los telescopios. Y quien realizó una mayor contribución a tales
observaciones fue sin duda la astrónoma estadounidense Vera
Rubin, a la que desde nuestro modesto foro queremos
reconocer precisamente este 11 de febrero en que se conmemora el día
de la mujer científica (www.11defebrero.org).
Su
condición femenina hizo que Vera no tuviera las cosas fáciles. Se
doctoró en Georgetown asistiendo a las clases nocturnas, mientras su
marido, también astrofísico, la esperaba en el coche. Por ser mujer
la Universidad de Princeton no la aceptó en su programa de astromía
hasta 1975. Era un selecto club en el que no
se admitían mujeres. Y fue esta mujer admirable quien
se propuso la colosal tarea de medir nada menos que la velocidad de
rotación de nuestra galaxia. Mediante la observación de las
estrellas y el gas caliente situados a enormes distancias del centro
de nuestra galaxia, Vera Rubin descubrió que estas regiones se
movían a una velocidad increíblemente superior a la que les
corrrespondería si la fuerza gravitacional que impulsaba su
movimiento respondiera a la masa de todos los objetos observados.
Gracias a su trabajo, los cosmólogos comprendieron con el tiempo que
la única forma de explicar este movimiento era que en realidad en
nuestra galaxia (y por extensión, en el conjunto del universo)
existe mucha más masa que la resultante de la simple suma de las
masas de todas las estrellas, el gas y el resto de los objetos. Aun
más, la relación entre la masa de la llamada materia
oscura y el resto de los objetos visibles y/o
detectables, no se limita al simple 2 a 1 que habían predicho los
cosmólogos, sino que se sitúa en una increíble pero cierta
relación de 10 a 1. Vera Rubin recibió la medalla de oro de la Real
Sociedad Astronómica, pero nunca obtuvo el codiciado Nobel con el
que fueron premiados la mayoría de sus colegas varones. Y eso a
pesar de que estuvo propuesta prácticamente año tras año desde los
ochenta. Esta mujer extraordinaria ha fallecido recientemente, el
pasado diciembre de 2016, sin obtener en vida el merecido
reconocimiento a su gran labor.
En
nuestro artículo anterior glosamos la figura de JaneFranklin Mecom, mujer de singular inteligencia cuya
condición femenina unida a la difícil época que le toco vivir,
hizo que jamás pudiera desarrollar la menor labor científica o
investigadora. Reflexionemos ahora sobre Vera Rubin, una mujer de
nuestro tiempo en una de las sociedades más avanzadas del mundo
desarrollado. A pesar de las evidentes diferencias entre ambas, el
resultado sigue siendo parecido, lo que sin duda nos obliga a
plantearnos que aun queda un largo camino por recorrer en la senda
plagada de obstáculos, de la emancipación femenina.
Detrás
de cada gran mujer siempre hay un idiota. John Lenon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario