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viernes, 27 de enero de 2017

DOS MAÑOS Y TRES MAÑICAS EN LAS ISLAS BRITANICAS. PART TWO: ESCOCIA Y LAS HIGHLANDS


El viaje de Bigotini y sus alegres compañeros de Londres a Edimburgo, que se presumía plácido, dio comienzo con un trepidante tour de force. Se equivocaron de aeropuerto, así que ahí tenéis a los dos maños y las tres mañicas que se anuncian en el título, metidos en uno de esos taxis londinenses que circulaba a toda velocidad por atajos de las afueras y caminos de tierra, en un infructuoso intento del animoso taxista indostánico por llegar a tiempo al aeropuerto correcto. El prominente turbante del conductor le protegía de los golpes en el techo del vehículo producto de los numerosos baches. No tuvieron tanta suerte los profesores Crespovich y Bigotini, ni las tres bellezas que iban con ellos. Los cinco salieron del taxi tambaleándose.

Después tuvieron que esperar al siguiente vuelo disponible, por eso llegaron a Edimburgo ya avanzada la noche. Allí, muertos de hambre y cargados de maletas, se dieron de bruces con los célebres festivales de verano de la capital escocesa. Música y alegría por todas partes, incluído el ruidoso local que quedaba justo debajo de su alojamiento edimburgués, un pub para jóvenes viajeros continentales con mesas de billar y cervezas descomunales. Si no puedes vencerlo, ya se sabe... Lo mejor en estos casos es relajarse y disfrutar. El pollo frito a la deriva en un mar de cerveza australiana, tuvo la virtud de hacer que los cinco viajeros conciliaran el sueño como cinco bebés. Gracias sean dadas a la divina providencia.


La mañana siguiente, paseando por la ciudad soleada y endomingada, con un buen desayuno en el cuerpo, se olvidaron los pesares, y la vida se vio ya de otro color. Es Edimburgo una ciudad magnífica, con excelente arquitectura civil y religiosa. Un paisaje urbano de excepcional belleza. El grupo hizo sus acostumbradas fotos y se regaló con sus acostumbrados refrigerios. El clima dio por fin un respiro a los viajeros. En Escocia el clima es más fresquito. Un día fresco y soleado... No ahora se está nublando... A continuación llueve copiosamente... Un momento... parece que vuelve a brillar el sol... La conclusión es que aunque no te guste el clima escocés, no debes preocuparte nunca. Puedes estar seguro de que cambiará dentro de un rato. En definitiva, relájate y disfruta.



No debe dejar de visitarse en Edimburgo su céntrico cementerio victoriano. Es probablemente el más curioso cementerio europeo. A su puerta se yergue la tumba de Bobby, un perro singular que tras la muerte de su amo, permaneció junto a su tumba, hasta morir él mismo. Todo un ejemplo de cariño y fidelidad. Enternecedor. En cuanto al recinto funerario, es una extraña mezcla entre lo tétrico y lo bucólico. Es un claro exponente de su época, a caballo entre el tumultuoso romanticismo británico, quintaesenciado en el lirismo escocés, exagerado y sublime. Un paseo entre los cipreses, tumbas cubiertas de musgo y telarañas, extrañas marcas en los mausoleos que acaso evocan ecos de macabros ritos...
Concluyó el domingo en Edimburgo con una cena magnífica en una vieja biblioteca eduardiana reconvertida en restaurante de moda. Ni un solo turista. Todos los clientes a excepción de nuestro grupo, eran edimburgueses que entonaron viejos cánticos corales mientras trasegaban una cerveza tras otra. Bigotini se atrevió con algunas especialidades regionales: caldo de cordero con verduras y el célebre haggis (pastel de hígado), servido con puré de patata y colinabo.


La opípara cena tuvo alguna consecuencia. La habitación del St. Christopher Hostel que ocupan los viajeros, dispone de un solo baño que comparten los cinco (recuérdese que los alojamientos no abundan en plenos festivales). El caso es que la cena ocasionó pequeños efectos colaterales. La íntima convivencia pone a prueba hasta los más apasionados amores. No resiste Bigotini la tentación de obsequiarnos con unas coplillas de pie quebrado:

En este mundo caní
sin cagar nadie se escá.
Caga el pobre, caga el rí,
caga el obispo y el pá.

A quienes no puedan cá
yo les daré la recé:
un puré de coliná
y unas pintas de cervé.

¿Que exquisita delicadeza, verdad? En la estación de Edimburgo, muy cercana al albergue, el grupo alquiló un automóvil, y sin más dilación se puso en camino hacia la vieja y verde Escocia Septentrional. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a eso de circular por la izquierda, con el volante y el resto de los mandos en el lado contrario. Por suerte la naturaleza dotó a los felices viajeros de excepcional habilidad, y tras apenas unas decenas de pequeños sustos y divertidas peripecias para abandonar el centro urbano y el tráfico de Edimburgo, consiguieron por fin ponerse en carretera. El hecho de que también hubiera algún que otro peatón que salvó milagrosamente la vida, no debe empañar un ápice la pericia conductora de Bigotini y los suyos.


La primera parada se hizo en uno de esos coquetos salones de té de una de esas pequeñas poblaciones escocesas. La comida y el ambiente son típicos de la Gran Bretaña rural, exactamente como los ambientes descritos en las novelas de Agatha Christie. Un verdadero encanto, vaya.
Por carreteras estrechísimas y poco transitadas llegaron a Inverness. Allí cenaron (lo primero es lo primero). Cerdo asado, patatas rellenas, huevos escoceses, salmón, gambas... un festín. Vino después la ardua tarea de buscar alojamiento. Todo está ocupado, y no parece haber otra cosa en la pequeña Inverness que carteles de no vacancies. Para colmo llueve con insistencia. Tras un par de momentos de desesperación, por fin los dioses escuchan las súplicas del grupo, y dan con una casa estupenda, regentada por una escocesa la mar de simpática. Ocuparán una habitación del segundo piso y una buhardilla enorme, cálida y acogedora. Laura y Bigotini rien a mandíbula batiente, mientras dictan a Marisol el texto de las postales para sus amigas: Querida Inés, estamos en Inverness, y otras simplezas semejantes... Pili y Crespovich también están encantados con su habitación. De noche camas limpias y calientes, de día desayunos contundentes (huevos con tocino). ¿Se puede pedir más?


Sigue escribiendo Bigotini: una vez desayunados, nos aventuramos carretera adelante, siempre hacia el lejano Norte. Lluvia y frío nos acompañan sin darnos punto de reposo. Llevamos encima toda la ropa que hemos traído.
En un pueblecito vecino de un antiguo balneario, hacemos la primera parada y tomamos unas cervezas. Recorremos la costa nororiental. Viejos castillos en ruinas asomándose a los feroces acantilados. Cielos cubiertos de bruma. Marismas interminables... Paramos en una playa solitaria colonizada por unas algas fantásticas, extraterrestres... Vuelve la lluvia inmisericorde, y nos expulsa también de la playa. Iremos donde nos lleve el viento. Ya de vuelta en Inverness, cenamos en un restaurante armenio. Vuelve a hacerse plaza el buen humor. Nuestras risas se escuchan desde la orilla opuesta del lago.


El día siguiente desayunamos con las risas de la pasada noche corregidas y aumentadas. Asoma tímidamente el sol. Bordeando el lago Ness, llegamos hasta un pintoresco castillo edificado en un saliente junto a las oscuras aguas. Cruzamos luego las Highlands de este a oeste, hasta llegar a Skye, la mayor de las Hébridas del Norte. Hemos penetrado en el Círculo Polar Ártico. Atravesando un larguísimo puente que desafía las olas, accedemos a la isla. El espectáculo es extraordinario: Escocia en estado puro. Rebaños de ganado pastando en equilibrios imposibles en las laderas de las verdes colinas. Reflejos del desvahído sol en la hierba, y todas las gamas posibles del verde. Regresamos muy cansados a nuestra base de Invesness. Mesa y manteles bordados en el restaurante de un viejo hotel balneario de la orilla oeste del lago Ness. Alta cocina de aire continental, algo más cara, pero sin exagerar. En Londres cenar en un sitio así hubiera costado el triple, pero Escocia es mucho más asequible. Fritura de pescados, mejillones, calamares... Todo para chuparse los dedos. Esta noche disfrutaremos por última vez la calidez de nuestra acogedora buhardilla. Mañana debemos dejar atrás Inverness y los deliciosos huevos fritos con panceta del desayuno.


Bordeando siempre el lago Ness, llegamos a Port Augustus, enclave privilegiado de las Highlands, que es el puerto más septentrional de Escocia y constituye, como refleja su mismo nombre, el límite boreal de la romanización. Hemos almorzado en un paraje singular, al pie de la cordillera de los Grampianos y a la sombra de la montaña más alta de Gran Bretaña. Después carretera y manta (no vendría mal tener alguna). Llegamos a Tarbet, a orillas del lago Loch Lomond, el más extenso del país. Paisaje idílico con barcos surcando el lago y playas de verde y brillante césped salpicadas de arboledas frondosas y magníficas. Indagando en la oficina de información del pueblo, unas viejecitas nos dirigen a un hotel con encanto. Es una casita rústica con cómodas y espaciosas habitaciones. La regenta Jim, un tipo bonachón de nariz roja, que nos amenaza con un desayuno completo la mañana siguiente. Tras una vueltecita por la tranquila localidad y unas cervezas, las camas nos acogen con especial amor maternal.


El desayuno completo no defrauda las expectativas. Huevos, jamón, salchichas, judías, fruta fresca... No hay más remedio que hacerle unas fotos. Nos despedimos del simpático posadero, y partimos hacia el sur. Hay que ir pensando en volver.
Pasamos por Glasgow sin detenernos y vamos a comer a Lanark, una ciudad pequeña y provinciana que vivió su apogeo durante la era industrial. El principal reclamo para el visitante es una vetusta y monumental fábrica textil del XVIII. La recorremos a conciencia, empapándonos de maquinismo y de historia de los movimientos sociales británicos. Tomamos unas pintas en un acogedor pub tipo tasca de pueblo, en el que reinan la alegría y el buen humor entre los parroquianos desocupados y bromistas. El profesor Crespovich hace gala de su dominio del slam británico, pegando hebra con un tipo loco dueño de un perro grande como un pony. Al abandonar el local, descubrimos un cartel en el que se ruega no bailar encima de las mesas. ¡Vaya parroquia!


Después de comer seguimos viaje hacia el sur. La verde Escocia, agreste en las Highlands y más suave en esta región meridional, no deja de sorprender en cada recodo del camino. Cuando menos lo esperas aparece una gran colina con nubes en la cumbre, o una inmensa y desolada extensión de pastos donde pacen ovejas y vacas lanudas. Paramos en alguna destilería de Wisky. Las inevitables degustaciones convierten la conducción de nuestro auto con los mandos al revés en una trepidante aventura.
Mucho más al Sur, en Leeming, North Yorkshire, encontramos a última hora cena y alojamiento en un curioso hotel. Cenamos decentemente y dormimos tranquilos. Sin embargo, el desayuno comienza con sobresalto. La habitación que ocupan el viejo Crespovich y la doctora Martínez, queda justo encima del bar, y cuando bajan a desayunar se dispara la alarma y aparece la dueña en pie de guerra. Es una vieja bigotuda en camisón, armada con un rifle de abatir elefantes.


Pasado el susto y el desayuno, seguimos en dirección Londres. Tras algún que otro rodeo, llegamos a Takeley, una ciudad dormitorio o barrio residencial de las desproporcionadamente gigantescas afueras de Londres. Queda muy cerca del aeropuerto de Stanted, de donde partirá nuestro vuelo de regreso. El hotel es magnífico. Las habitaciones tienen salida a un jardín de media hectárea cubierto de verde césped. El pueblo es tranquilo y aburrido. Cenamos en un bar en que los parroquianos tienen la costumbre de hacer monólogos de humor. Hemos devuelto sano y salvo el vehículo disléxico en la agencia de alquiler. Nuestro viaje toca a su fin. La mañana siguiente un coche del hotel nos conduce al aeropuerto. No tardaremos en aterrizar en Zaragoza, donde el simpático grupo se despedirá hasta la próxima aventura. Prometemos contarla aquí.

El secreto de la felicidad es tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar, y algo nuevo que esperar. Thomas Chalmers.



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