El
que fue el más grande astrónomo de la era pretecnológica nació en
1546 en Escania, que actualmente se encuentra en Suecia, pero
entonces pertenecía a Dinamarca. Un danés de familia noble muy
ligada a la casa real. Se crió con su tío Joergen, que le
proporcionó una sólida educación. Mientras estudiaba en la
Universidad de Copenhague, el joven Tycho fue testigo de un eclipse
solar, lo que le produjo una extraordinaria impresión, y dirigió su
interés hacia la astronomía. Tycho
Brahe marchó después a la Universidad de Leipzig,
donde en 1563 volvió a presenciar un acontecimiento astronómico
singular, la conjunción de Júpiter y Saturno. El joven astrónomo
se propuso entonces mejorar las previsiones acerca del movimiento de
los astros, que por aquel entonces resultaban no demasiado fiables.
Tras un paréntesis en que regresó a Dinamarca para participar en la
guerra que libró su país contra sus vecinos suecos, amplió sus
estudios en las universidades de Wittenberg y Rostock. Su familia se
oponía a su pasión por la astronomía, no obstante, tras la muerte
de su tío Joergen, Tycho heredó una considerable fortuna que le
garantizó la independencia suficiente para dedicarse en cuerpo y
alma a su vocación, sin reparar en medios.
Y
llegamos al curioso episodio en el que Tycho Brahe perdió su nariz.
Ya se sabe que los astrónomos de tiempos pretéritos tenían
tendencia a mezclar sus observaciones científicas con la afición
por esa pseudociencia llamada astrología. El caso es que a nuestro
hombre no se le ocurrió otra cosa que predecir el fallecimiento del
sultán Solimán el Magnífico, que en esa época era el enemigo
público número uno de la cristiandad. Ahora bien, como entonces no
había noticiarios televisivos ni nada parecido, resulta que cuando
Brahe anunció orgulloso su pronóstico, hacía ya varios días que
el sultán otomano había muerto. El consiguiente choteo que siguió
a semejante chasco, fue aumentando hasta llegar al insulto personal,
y Tycho Brahe que era de temperamento fogoso, llegó a las manos con
un noble danés. En el combate pugilístico perdió la nariz, y tuvo
que hacerse fabricar una prótesis de oro según unas versiones o de
plata dorada según otras. En algunos retratos se representa al
astrónomo con esa nariz postiza. Para colmo de males, según ciertos
biógrafos, a Tycho le quedó un ojo algo deformado de tanto mirar a
través del objetivo del telescopio. Si a todo ello unimos esos
bigotes tan pintorescos que lucía, la verdad es que la imagen del
excelso científico no podía ser más estrafalaria.
Brahe
continuó sus observaciones en Basilea y Augsburgo. Construyó un
magnífico observatorio en Uraniborg, que dotó de un gigantesco
cuadrante de seis metros. Edificó otro observatorio en la isla de
Hven, donde realizó nuevos descubrimientos. También se dotó de una
imprenta y una fábrica de papel propias, para asegurar la
publicación de sus trabajos. La lista de aportaciones que hizo Tycho
Brahe a la astronomía resultaría interminable. Midió las
posiciones de los planetas del sistema solar con asombrosa precisión,
e incorporó los cálculos matemáticos y trigonométricos a la
astronomía. Llegó a completar un catálogo de un millar de
estrellas desconocidas hasta entonces, y precisó la posición
celeste de estrellas y constelaciones ya conocidas.
Pero
lo bueno no podía durar eternamente. A la muerte del rey danés
Federico II, gran amigo y protector de Brahe, sucedió el reinado de
Cristián IV, que no le tenía demasiado aprecio. En sus últimos
años tuvo que exiliarse en Praga, donde bajo la protección de
Rodolfo II de Habsburgo, colaboró estrechamente con su colega
Johannes Kepler. Entre los dos recopilaron unas nuevas y muy precisas
tablas de posiciones estelares, que conocemos con el nombre de Tablas
rudolfinas. La breve etapa de colaboración con Kepler
resultó enormemente fructífera. Desgraciadamente, en 1601
terminaron los trabajos de Tycho Brahe y terminó su vida. Si hemos
de creer la versión de algún biógrafo y la de su socio Kepler,
nuestro protagonista fue víctima de lo que podríamos llamar la
buena educación. Parece ser que durante un banquete de cierta
etiqueta, Brahe evitó abandonar la mesa para acudir a sus
necesidades para no desairar a sus invitados. El caso es que sufrió
una uremia, algo así como una intoxicación producida por su propia
orina, falleciendo a los pocos días. Antes encomendó a su amigo
Johannes Kepler completar la tarea iniciada con las Tablas
rudolfinas. Los restos de Tycho Brahe reposan en la iglesia praguense
de Nuestra Señora de Tyn. El profe Bigotini que muestra siempre gran
simpatía por quienes lucen narices estrambóticas, no puede menos
que venerar la memoria del astrónomo de las narices de oro.
La
amistad es como la mayonesa. Cuesta un huevo y hay que tratar de que
no se corte. Woody Allen
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