Publicado en nuestro anterior blog el 21 de enero de 2013
¿Qué
probabilidades hay de que no estemos solos en el universo? Esta
pregunta, tantas veces formulada y repetida, no tiene ciertamente una
respuesta fácil. Aquí os ofrezco una bastante clásica y desde
luego nada comprometida: depende.
En
la ilustración de más abajo aparecen de manera esquemática los
grandes pasos de la evolución de la vida sobre nuestro planeta. A
partir de los primitivos organismos pluricelulares el camino no puede
estar más claro. Cierto que todavía existen importantes lagunas en
el registro fósil. Naturalmente cuando se carece de esqueleto, de
concha o de caparazón, es muy difícil dejar algún resto para la
posteridad. Si alguna vez se arrastraron sobre la tierra gusanos de
diez metros de largo y una tonelada de peso, es algo que
probablemente nunca sabremos, porque no habrá quedado ni rastro de
ellos. Sin embargo, y salvo ligeras variaciones que puedan introducir
nuevos hallazgos y descubrimientos, el árbol genealógico de los
diferentes seres vivos que poblamos la Tierra está trazado en sus
líneas principales.
Sabemos
además, que la línea evolutiva obedece a unas reglas biológicas
concretas. En función del nicho ecológico que cada especie animal o
vegetal habita, existen determinadas necesidades que hay que cubrir
(visión, alimentación, movimiento, defensa, procreación…), y las
estrategias se repiten de forma sistemática. Ojos, patas, dientes,
cuernos, caparazones, frutos envenenados, aromas atractivos, colores
disuasorios, escamas, plumas, flores, camuflajes o aguijones, son
algunas de las armas evolutivas que una y otra vez, vemos aparecer en
especies y géneros a menudo muy distanciados, tanto en la geografía
como en la genética.
Los
especialistas en exobiología aplican
estas reglas para
imaginar o proponer hipotéticos seres en planetas distantes. Allá
donde las temperaturas sean gélidas habrá criaturas cubiertas por
gruesas pieles; si la gravedad del planeta es sensiblemente menor a
la terrestre, las criaturas tenderán al gigantismo; en cambio, si la
gravedad es mucho mayor, es probable que los E.T. sean muy bajitos o
vivan en el agua, donde podrán moverse sin verse aplastados por su
propio peso. Reglas.
En varias entradas de este blog hemos hablado de ellas más
extensamente.
También
hemos tratado en el post de los mixocelos el
paso 4 del esquema, que lleva a los organismos unicelulares a
asociarse en su mutuo beneficio, para constituirse en sociedades
biológicas donde cada elemento individual (célula o estirpe
celular) tiene un cometido y realiza una función concreta. El paso
3, aun ofreciendo muchas incertidumbres, resulta indiscutible desde
el punto de vista biológico. Lo principal ya estaba conseguido: el
ADN. Una estructura capaz de autoreplicarse, de reproducirse. Al
menos en esencia, un auténtico ser
vivo,
por lo tanto. En cuanto al paso 1, ya vimos en la entrada dedicada
al origen
de la vida que
es posible experimentalmente conseguir moléculas complejas,
nucleótidos, aminoácidos, conglomerados proteicos, recreando en el
laboratorio las condiciones ambientales que se adjudican
supuestamente a la Tierra prebiológica.
Entonces,
¿qué queda por demostrar? ¿Ya no hay dudas? Bueno, lamentablemente
las hay. Fijaos en el paso 2. En este salto gigantesco desde las
moléculas complejas que podríamos llamar protobiológicas hasta
las estructuras
vivas simples con
capacidad de copiarse a si mismas, hay una especie de abismo que
nadie ha podido salvar de momento. ¿Y qué tiene esto que ver con la
existencia de vida extraterrestre? Mucho. Veréis, la cuestión es
que en un caldo prebiológico en el que flotaban toneladas de
agregados globulosos de moléculas orgánicas hace unos 4.000
millones de años, tuvieron que producirse de
forma casual una
serie de combinaciones de una complejidad extraordinaria para formar
el primer ser vivo. ¿Cómo de extraordinaria es esa complejidad?
Para daros una idea digamos que sería como desencuadernar por
completo un ejemplar de El Quijote de dos mil páginas, lanzarlas al
aire, y esperar que de
forma casual las
páginas quedaran perfectamente ordenadas. Como veis es algo que
vulnera gravemente la segunda
ley de la termódinámica.
Digamos
que en este punto las opiniones están divididas. Hay quienes piensan
que se trató de puro azar. Es cuestión de lanzar el libro
desencuadernado muchos millones de veces a lo largo de muchos
millones de años, y esperar tener una suerte excepcional. Según
esta visión, el milagro se
produjo hace unos 4.000 millones de años, pero perfectamente podría
no haberse producido. Siguiendo este razonamiento, como la
posibilidad de ocurrencia de semejante milagro es
tan remota, es muy posible que estemos solos en el universo.
Otra
visión diferente es la de los que creen (yo me incluyo, creemos) que
el hecho, si bien fue afortunado, no fue tan milagroso, porque puesto
que existen reglas para
que las moléculas simples formen moléculas complejas, y
existen reglas para
que a partir del primer organismo vivo se derivaran todas las demás
criaturas, asimismo deben
existir reglas bioquímicas para que los conglomerados moleculares
prebiológicos sorteen la tendencia a la entropía y se organicen de
manera eficiente.
La única “pequeña” objeción a esta visión es que hoy por hoy
desconocemos cuáles son esas reglas.
Pero el caso es que si, como esperamos, existen, funcionarán con
idéntica eficiencia en cualquier lugar del universo. Admitido esto,
será probable que en planetas con condiciones ambientales parecidas
a las de la Tierra (que, según los cálculos más conservadores,
podrían ser varios millones), el milagro de
la vida se habrá producido, se estará produciendo o se producirá
cumpliendo las reglas,
y se desarrollará siguiendo esas mismas reglas.
¿Hay esperanza, pues? Hay esperanza.
-¿Sabes
cómo murió Sócrates?
-Es
posible que muriera de hambre. Sólo sé que no cenaba.
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