La finalidad de la reproducción es
traer al mundo descendencia viable. Para ello todas las especies
de seres vivos pasadas y presentes (esperemos que también las futuras) procuran
hacerlo en las condiciones más idóneas y que más favorezcan esa finalidad.
Conviene recordar como preliminar que la vida se originó en el agua, y que es
precisamente el medio acuático el que reúne las características más favorables
para el desarrollo reproductivo. En el agua todo lo relacionado con la vida y
la reproducción resulta infinitamente más sencillo.
Los organismos unicelulares
generalmente flotan en medios donde la humedad es elevada. Para ellos no existe
el menor problema en este sentido. También los primeros seres pluricelulares
son habitantes del medio acuático. Los insectos y otros invertebrados que
abandonaron el agua, se las ingenian mediante diferentes métodos, para mantener
húmeda a su prole durante las fases de desarrollo embrionario. Moscas y
mosquitos buscan charcos donde depositar sus larvas. Los insectos sociales
construyen estructuras para mantener un grado suficiente de humedad. Incluso
algunos parásitos son capaces de inyectar a sus hijos en el interior del cuerpo
de alguna víctima inocente, para asegurarles calor, alimento y un medio líquido
en el que desarrollarse.
Los prolíficos peces, que fueron, no
lo olvidemos, los primeros vertebrados, realizan por regla general unas puestas
de huevos masivas, con la esperanza biológica puesta en que sobrevivan unos
pocos ejemplares entre los cientos de miles (a veces millones) de descendientes
abandonados a su suerte en océanos y cursos fluviales, y que en su mayoría
sirven de alimento a otras criaturas. No puede negarse que el método resulta algo
antieconómico.
Por eso otras especies escogen la
opción de limitar la cantidad de descendencia, a cambio de proporcionarles
mayor protección y seguridad, eso si, siguiendo siempre la regla de oro
reproductiva: los embriones
deben formarse en el medio acuático. La evolución nos ha legado
diferentes estrategias en este sentido, y por supuesto, todas ellas son
igualmente válidas y exitosas, puesto que han perdurado hasta el tiempo
presente. Hoy vamos a ocuparnos de tres de estas estrategias. Tres soluciones
para un mismo problema.
En el caso de los tiburones basta
con unos sacos vitelinos que
las hembras mantienen en su interior, repletos de nutrientes para proporcionar
proteínas y sustancias energéticas al embrión, que se desarrolla en el interior
de estas cápsulas transparentes con forma de saco, que los antiguos pescadores
llamaban poéticamente bolsas
de sirena. Los productos de desecho (orina y dióxido de carbono) pasan
por difusión a través de la permeable membrana de esos huevos singulares. Los
embriones de tiburón pronto están en condiciones de abandonar estas
estructuras protectoras y continuar su desarrollo en el exterior. Así pues, los
tiburones son vivíparos,
y desde hace siglos los buceadores más curiosos y atrevidos se asombraban al
ver a las hembras de tiburón parir literalmente a sus hijos.
En los reptiles y las aves, sus
inmediatas descendientes, el problema resulta algo más difícil, ya que han
optado por una vida totalmente terrestre en un entorno seco y hostil. En estos
casos el embrión necesita más tiempo para desarrollarse y nacer con posibilidad de sobrevivir a pesar
de la desecación y la cruel fuerza de
El embrión humano, como el del resto
de los mamíferos placentados, no se desarrolla en el interior de un huevo, sino
en la seguridad y el confort del útero
materno. Es la tercera de las soluciones que aporta
Desde que los primeros anfibios abandonaron el mar y se adentraron en la procelosa tierra han transcurrido unos 350 millones de años. A pesar de ello, nuestras crías continúan creciendo como pececillos mientras flotan en acuarios transportables.
Es
usted la mujer más hermosa que he visto en mi vida… lo cual no dice mucho en mi
favor.
Groucho Marx.
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