Con
guión de Frank Nugent, El hombre
tranquilo, The quiet man,
era una apuesta personal de John Ford por presentar los valores que a su
entender caracterizaban el espíritu de las gentes de Irlanda, su país de
origen. A pesar de su ya consolidada reputación como gran cineasta, Ford no
encontró apoyo ni financiación para el rodaje del proyecto entre las grandes
productoras, así que tuvo que recurrir a un sello independiente, Republic Pictures, en el que participaba
él mismo junto a su amigo y actor talismán John Wayne.
La
acción en tono de comedia, transcurre en el pequeño pueblo norirlandés de Innisfree
y sus alrededores. Una campiña eternamente verde de extensas praderas cubiertas
de trébol. Curiosamente Ford, el indiscutible maestro del western, no obtuvo
ningún premio Oscar con su género favorito. Los cuatro Oscar al mejor director
que jalonan su brillante palmarés los ganó con cuatro historias que se
apartaban del salvaje oeste: El delator,
Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle! y por supuesto, El hombre tranquilo, por la que fue
premiado en 1952, el año de su estreno.
También estaba nominado a mejor actor por esta película su protagonista, John Wayne, y a fe que bordó el papel en la que fue probablemente la mejor actuación de su carrera encarnando a Sean Thornton, un ex boxeador que regresa a su terruño de Irlanda después de triunfar en América, habiéndose prometido a sí mismo no volver a boxear jamás, arrepentido por un golpe fatídico que había causado la muerte a uno de sus rivales deportivos. Wayne tuvo que esperar a ser viejo para obtener la codiciada estatuilla por su papel del comisario tuerto Rooster Cogburn en Valor de ley. “Debí haberme puesto un parche en el ojo hace treinta años”, declaró el actor en su discurso de agradecimiento.
Al
lado de Wayne, Ford puso a su otra estrella favorita, Maureen O’Hara, la
pelirroja que ya había brillado con Wayne dos años antes en Río Grande, y que después protagonizó
otro puñado de filmes con los dos John. En El hombre
tranquilo, O’Hara fue Mary Kate Danaher, todo un carácter de
mujer, a la vez que absolutamente encantadora. Por cierto que Maureen se
emocionó al conocer el nombre de su personaje, porque Mary Kate era el que su
padre había querido imponerle en la pila bautismal.
Y junto a Wayne y O’Hara, un coro extraordinario de secundarios todos habituales en los filmes de Ford: Victor MacLaglen, el formidable gigantón Danaher, hermano de Mary Kate; Barry Fizgerald, el gracioso casamentero borrachín; Ward Bond, el cura católico que hace de narrador de la historia… Todos contribuyen a la entrañable comicidad de las situaciones y a la idealización de un paisaje humano en el que conviven pacíficamente anglicanos y católicos alrededor de unas pintas de cerveza en la taberna, mientras escuchan las baladas que entonan los muchachos del IRA, tan tiernos y bonachones que parecen alegres chicos de instituto. Una idílica estampa que aun siendo completamente falsa, seduce y conmueve al espectador.
De nuestra improvisada filmoteca traemos (clic sobre el enlace) la magnífica escena de la pelea “homérica” que protagonizan John Wayne y Victor MacLaglen, dos cuñados enfrentados por la modesta dote de la novia, un símbolo de las viejas tradiciones.
https://www.youtube.com/watch?v=lgsxrwVYyRk
Próxima entrega: El cine europeo
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