Otro
importante héroe republicano fue Marco Furio
Camilo. Mientras Roma se defendía de volscos y ecuos, los
etruscos de Veyes preparaban un nuevo ataque desde el norte. La guerra se
prolongó durante años, endureciéndose tanto que otra vez los senadores se
vieron en la necesidad de nombrar otro dictador. El nombramiento recayó en
Camilo que había ganado justa fama de gran soldado y hombre de bien. Camilo
aportó a las legiones romanas la novedad del estipendio, sueldo, soldada o peculio, así llamado por el cordero (pecus) cuya figura ostentaban en aquel
tiempo los ases, la moneda más corriente. La tropa, que hasta entonces había
combatido gratis, acogió la innovación con gran entusiasmo, redobló su celo en
la lucha, y conquistó Veyes, haciendo prisioneros y reduciendo a la esclavitud
a los últimos etruscos levantiscos.
La
victoria supuso cuadruplicar el territorio romano, que se extendió más de dos
mil kilómetros cuadrados. Pero ya se sabe que el éxito también provoca envidias
y recelos. Muchos tildaron a Camilo de ambicioso, también corrieron rumores de
que se había quedado con parte del botín de guerra, así que el general, muy
digno, renunció al mando y se exilió voluntariamente en Árdea.
Así
hubiera terminado la historia de Camilo, de no ser porque al poco tiempo una
horda de salvajes galos al mando de su caudillo Brenno, llegaron desde el
lejano norte y en pocas jornadas se adueñaron de Chiusi, pusieron en fuga a las
legiones carentes de mando cerca del río Alia, y marcharon sobre Roma
dispuestos al saqueo. Cuenta la leyenda que cuando los galos intentaron escalar
el Capitolio, los gansos consagrados a Juno dieron la voz de alarma.
Despertaron a Manlio Capitolino que al frente de los defensores rechazó el
ataque. Mito o realidad, lo cierto es que los frustrados asaltantes del
Capitolio no eran sino una minúscula partida. Los restantes galos penetraron en
la ciudad por diferentes lugares, tomándola y saqueándola a su capricho. Muchos
ciudadanos habían huido a los montes circundantes. Quienes quedaron en Roma
dieron muestras de gran dignidad, sufriendo toda clase de vejaciones. Se dice
que Brenno exigió como rescate de la urbe una cantidad exorbitante de oro que
se pesó en una balanza trucada. Ante las protestas de los senadores, el galo
añadió al contrapeso su propia espada de hierro mientra pronunciaba la famosa
sentencia: vae victis (¡ay de los
vencidos!).
Quiere
la tradición que en aquel momento preciso regresara a Roma Marco Furio Camilo,
el héroe difamado, que declamó orgulloso: Non
auro sedferro recuperada est patria (la patria se restaura con hierro, no
con oro). Acto seguido, siempre según la tradición, Camilo expulsó a los
invasores al frente de un ejército que nadie es capaz de explicar de dónde
salió.
Leyendas
aparte, lo cierto e histórico es que los galos saquearon Roma a su antojo, y
cuando se cansaron de violar y escarnecer, regresaron a su tierra con el botín,
pues no eran más que bandoleros carentes de la menor aspiración política.
Volvió
Camilo a aceptar el título de dictador. Los mismos que le habían tildado de
ambicioso y ladrón, le dieron el epíteto de segundo
fundador de Roma. Camilo se aplicó en la reparación de los daños y en la
reorganización del ejército. Si aquellos salvajes galos hubieran intuido la
venganza que más tarde Roma se iba a cobrar de la humillación sufrida, no
habrían dejado piedra sobre piedra.
-Paco,
nunca me escuchas cuando te hablo.
-Cualquier
cosa, Montse, una tortilla o algo ligerito.
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