Los
nombres masculinos más frecuentes, atendiendo a los documentos e inscripciones
hallados, solían abreviarse. Son por este orden: Caius (C), Cnacus (Cn), Marcus (M), Lucius (L), Publius (P), Titus (T), Tiberius (Ti), Quintus
(Q) y Sextus (Sx). Mucho más pobre
era la onomatología femenina. La hija única
llevaba por único nombre el del linaje del padre (Cornelia). Si había dos hijas se las llamaba Cornelia maior y Cornelia
minor, y si había más de dos eran Cornelia
tertia, Cornelia quarta, Cornelia quinta, etc…
Los
nombres de linaje eran adjetivos siempre terminados en us (Cornelius). Eran
hereditarios, lo mismo que los de familia o gentilicios (de gens). Por su nombre familiar o
gentilicio se distinguían los Cornelii
Escipiones de los Cornelii Syllae o
los Cornelii Lentuli. Esos nombres
familiares a menudo provenían de motes o apodos grotescos tales como Varus (cojo o patizambo), Cicero (garbanzo), Lentulo (lenteja)… y hasta ultrajantes como Asina, Bestia o Lamia. Tanto los nombres de linaje como
los de familia equivalían a los modernos apellidos, y contribuían al
reforzamiento de la conciencia aristocrática. Llamarse Cornelio Escipión,
Cecilio Metelo o Junio Bruto constituía de por sí una recomendación que abría
puertas y granjeaba aliados.


Según
Tácito, el joven era educado bajo la vigilancia de su madre, que cifraba su
gloria en guardar la casa y velar por sus hijos. Para ayudarla se escogía
alguna parienta de edad. Más tarde, la escuela compitió con la familia. Ya en
el periodo helenístico, los maestros, por lo general griegos, enseñaban en la
escuela según el método de Isócrates, la retórica griega, que comprendía
también una formación general. Sólo a partir del siglo I, aparecieron escuelas
de retórica latina, que la gente seria no terminaba de ver con buenos ojos.
Historia, literatura, derecho, idioma, seguían enseñándose en casa del padre,
pero eso sí, por maestros griegos esclavos o libertos. Así se forjó la imagen
prestigiosa que adquirió en Roma la cultura griega. Ya al final de la etapa
republicana, los nobles romanos comenzaron a mandar a sus hijos a estudiar
filosofía a Atenas, que se convirtió en la ciudad universitaria de la
Antigüedad.

En
los primeros tiempos el pater familias
era un amo todopoderoso autorizado a vender o a ajusticiar a esclavos, criados
y hasta a sus propios hijos. Ya a partir del siglo I a.C., la jurisprudencia
más humana impidió estos excesos. Se permitió a los esclavos poseer sus propios
bienes (peculium), y el amo estuvo
obligado a reconocer la legitimidad de sus matrimonios (contubernium). Se humanizaron las relaciones, animando a la
manumisión en virtud de la cual el antiguo esclavo se convertía en liberto, pasando a ser cliente de su patrón. Los grandes
patricios y nobles de las épocas tardorrepublicana e imperial gozaban de
numerosa clientela dentro y fuera de Roma. Personajes como Pompeyo o César se
jactaban de que algunas ciudades de Italia o de las colonias estaban pobladas
por sus clientes.
-Para
que luego digas que nunca ejerzo de padre. Hoy he ido a recoger a nuestro hijo
al cole.
-Tenemos
dos hijos.
-¡Caramba!,
eso explica lo del niño que corría llorando detrás del coche.
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