Nacido
en Edimburgo en 1859, Arthur Ignatius Doyle, cuyas extraordinarias dotes de
fabulación, se manifestaron desde muy joven añadiendo a su firma el apellido
Conan, fue hijo de una familia numerosa, escocesa y católica. El alcoholismo de
su padre, funcionario de obras públicas y notable dibujante, llevó a la familia
a la miseria. Arthur y sus hermanos crecieron repartidos en diversas
instituciones de beneficencia. Gracias a la ayuda de sus tíos, estudió con los
jesuitas, primero en su ciudad natal y más tarde en Austria. A los dieciocho
años ingresó en la facultad de medicina de Edimburgo, donde conoció al profesor
Bell, médico forense que al parecer le inspiró la personalidad de Sherlock
Holmes, el personaje que le haría mundialmente célebre.
En
su etapa juvenil destacó en los deportes del rugby y el boxeo. Ejerció la
medicina en Birminghan y Sheffield, y en 1880 embarcó como cirujano en un
ballenero que recorrió el Ártico. Cambió después de latitudes, enrolándose en
el buque SS Mayumba, viajando a las costas de África Occidental. A la vuelta de
sus viajes se estableció como médico en la ciudad portuaria de Portsmouth,
donde ante la alarmante falta de pacientes, se dedicó a los deportes,
practicando profesionalmente el fútbol, el golf y el cricket, destacando en
todos como el sportman que era.
También tuvo tiempo de escribir, y se estrenó con cuentos y relatos breves que
consiguió publicar en algunas revistas. En esa época conoció a varios
personajes de la mejor sociedad, como el escritor escocés James M. Barrie,
autor de Peter Pan. También conoció y enamoró a Louise Hawkins, su querida
Touie, que le dio dos hijos y murió prematuramente de tuberculosis.
Se
trasladó a Londres para ejercer la oftalmología, pero tampoco tuvo suerte en su
nueva clínica, por lo que sobrado de tiempo, se dedicó con mayor interés a la
escritura, creando en aquel tiempo al famoso detective que sería su personaje
más importante, Sherlock Holmes, y a su amigo el doctor Watson, alter ego del
propio escritor. Firmando sus relatos como Arthur Conan
Doyle, este médico frustrado, deportista irredento y
extraordinario narrador, se hizo un nombre en las letras universales. Sus
historias se vendieron con gran éxito primero en Gran Bretaña y Estados Unidos,
y poco después en el resto del mundo, convenientemente traducidas. Entabló
amistad con Rudyard Kipling, y a sugerencia suya escribió un largo tratado
sobre la guerra de los Bóers justificando la intervención del Reino Unido, lo
que probablemente sirvió de excusa para su nombramiento como caballero de la
Orden del Imperio Británico, honor para el que su fama como creador del popular
Sherlock Holmes, habría resultado acaso insuficiente.
Al
estallar la Gran Guerra en 1914, intentó alistarse como soldado raso a los
cincuenta y cinco años. No fue aceptado, pero desplegó toda su energía como
propagandista de la causa británica. Precisamente una neumonía contraída en las
trincheras fue causa de la muerte de su hijo Kingley. A raíz de esa pérdida se
acercó al espiritismo, a cuya divulgación se consagró el resto de su vida.
Tras
veinte años de amor platónico por correspondencia, volvió a casarse con Jean
Leckie, con la que tuvo otros tres hijos. La personalidad extravertida y
arrolladora de Conan Doyle le convirtió en un personaje popular en Europa y
América. Se le han atribuido diversos sucesos apócrifos, unos con escaso
fundamento como el supuesto plagio de las aventuras de su detective o hasta la
autoría de los crímenes de Jack el destripador. Otros con bastantes visos de
verosimilitud, como la falsificación del famoso cráneo de Piltdown, una broma
de estudiantes que, fraguada junto a Charles Dawson, llegó demasiado lejos. Se
trató de la mezcla de parte de una bóveda craneana humana y una mandíbula de
orangután. Dado a conocer en 1912 como el “eslabón perdido”, el engaño no fue
descubierto hasta 1953.
Desde
el punto de vista literario, el resto de las obras de Doyle, El
mundo perdido, diversas novelas históricas, etc., quedan eclipsadas por
las Aventuras de Sherlock Holmes, personaje
que llegó a aburrir a su autor hasta el punto de hacerlo morir en una de ellas.
Se lo reprocharon sus lectores de todo el mundo, su propia madre incluida, y
hasta recibió amenazas, de manera que se vio obligado a falsificar la fecha de El
sabueso de los Baskerville, y a resucitarlo en El regreso de Sherlock Holmes.
En
Bigotini somos declarados fans de Doyle y de Holmes. Os ofrecemos hoy el enlace
(clic en la portada) con la versión digital
de Estudio en escarlata, que fue la primera y
una de las más brillantes aventuras del genial detective. Disfrutad de su intriga
y su magia.
-Doctor,
creo que soy alérgico al vino.
-¿A
qué vino?
-A
una consulta médica. Doctor, céntrese un poquito, por favor.
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