La
familia romana, basada en la monogamia, tenía a la cabeza al pater familias, que como ciudadano
ostentaba tres nombres, el personal, el de linaje y el de familia, por ejemplo,
Publio Cornelio Escipión. Quienes se distinguían por alguna proeza bélica u
otras virtudes, añadían aun un cuarto nombre o epíteto: Publio Cornelio
Escipión Africano, en el caso de este famoso personaje, por sus victorias en
tierras de África.
Los
nombres masculinos más frecuentes, atendiendo a los documentos e inscripciones
hallados, solían abreviarse. Son por este orden: Caius (C), Cnacus (Cn), Marcus (M), Lucius (L), Publius (P), Titus (T), Tiberius (Ti), Quintus
(Q) y Sextus (Sx). Mucho más pobre
era la onomatología femenina. La hija única
llevaba por único nombre el del linaje del padre (Cornelia). Si había dos hijas se las llamaba Cornelia maior y Cornelia
minor, y si había más de dos eran Cornelia
tertia, Cornelia quarta, Cornelia quinta, etc…
Los
nombres de linaje eran adjetivos siempre terminados en us (Cornelius). Eran
hereditarios, lo mismo que los de familia o gentilicios (de gens). Por su nombre familiar o
gentilicio se distinguían los Cornelii
Escipiones de los Cornelii Syllae o
los Cornelii Lentuli. Esos nombres
familiares a menudo provenían de motes o apodos grotescos tales como Varus (cojo o patizambo), Cicero (garbanzo), Lentulo (lenteja)… y hasta ultrajantes como Asina, Bestia o Lamia. Tanto los nombres de linaje como
los de familia equivalían a los modernos apellidos, y contribuían al
reforzamiento de la conciencia aristocrática. Llamarse Cornelio Escipión,
Cecilio Metelo o Junio Bruto constituía de por sí una recomendación que abría
puertas y granjeaba aliados.
Para
que los matrimonios fueran legales era preciso que los cónyuges gozasen del
llamado connubium, reservado hasta
445 a.C. sólo a los patricios. Hasta esa fecha la unión entre plebeyos carecía
de sanción legal. Otra condición era el consentimiento de cada uno de los
padres de la pareja, y por último el de la pareja misma. El matrimonio forzoso
repugnaba al derecho romano. Los ritos de la boda (nuptiae) diferían según fuese o no deseable establecer el dominio o
autoridad (manus) del marido sobre la
mujer. Este rito de la confarreatio
consistía en ofrecer a la novia una hogaza de trigo (panis farreus), símbolo del domicilio fijo en las sociedades
agrarias. Se escenificaba que el marido sería el encargado de proveer la
despensa. Cuando la plebe fue admitida al connubium,
en lugar de la confarreatio se
practicaba la coemptia o compra
simbólica de la mujer. Ambas fórmulas conducían al manus o dominio masculino, y a finales del periodo republicano, las
dos se sustituyeron por otra formalidad que dejaba a la mujer siempre bajo la
autoridad de su padre, quien podía, en caso de que su yerno no le diese
satisfacción, romper el matrimonio, regresando la esposa a la casa paterna.
Esta práctica dio lugar en ese periodo a cierta facilidad para el divorcio, que
se prolongó a la etapa imperial, y junto al repudio por parte del marido,
terminó de dibujar la imagen divorcista que nos ha llegado a través de reseñas
históricas y literarias de la sociedad romana.
Por
eso la esposa que sostenía la unión hasta el fin (univira o de un solo varón) gozó de un aura de honorabilidad y
prestigio notables. La matrona o mater familias perteneciente al
patriciado tomaba parte en los festines y recibía con total libertad en su casa
a mujeres y hombres. Las matronas nobles ejercieron una importante influencia
política ya desde la República.
Según
Tácito, el joven era educado bajo la vigilancia de su madre, que cifraba su
gloria en guardar la casa y velar por sus hijos. Para ayudarla se escogía
alguna parienta de edad. Más tarde, la escuela compitió con la familia. Ya en
el periodo helenístico, los maestros, por lo general griegos, enseñaban en la
escuela según el método de Isócrates, la retórica griega, que comprendía
también una formación general. Sólo a partir del siglo I, aparecieron escuelas
de retórica latina, que la gente seria no terminaba de ver con buenos ojos.
Historia, literatura, derecho, idioma, seguían enseñándose en casa del padre,
pero eso sí, por maestros griegos esclavos o libertos. Así se forjó la imagen
prestigiosa que adquirió en Roma la cultura griega. Ya al final de la etapa
republicana, los nobles romanos comenzaron a mandar a sus hijos a estudiar
filosofía a Atenas, que se convirtió en la ciudad universitaria de la
Antigüedad.
Tanto
el matrimonio como sus hijos e hijas constituían la parte liberi de la familia. Eran hombres y mujeres libres. El resto lo
formaban los criados y los esclavos. La familia
urbana, constituida por los siervos dedicados a las ocupaciones domésticas
de la casa en la urbe, y la familia
rústica, empleada en los trabajos productivos en los pagos agrícolas. Esta
última domesticidad campesina sufría condiciones de vida mucho más duras que
las de los siervos de domesticidad urbana.
En
los primeros tiempos el pater familias
era un amo todopoderoso autorizado a vender o a ajusticiar a esclavos, criados
y hasta a sus propios hijos. Ya a partir del siglo I a.C., la jurisprudencia
más humana impidió estos excesos. Se permitió a los esclavos poseer sus propios
bienes (peculium), y el amo estuvo
obligado a reconocer la legitimidad de sus matrimonios (contubernium). Se humanizaron las relaciones, animando a la
manumisión en virtud de la cual el antiguo esclavo se convertía en liberto, pasando a ser cliente de su patrón. Los grandes
patricios y nobles de las épocas tardorrepublicana e imperial gozaban de
numerosa clientela dentro y fuera de Roma. Personajes como Pompeyo o César se
jactaban de que algunas ciudades de Italia o de las colonias estaban pobladas
por sus clientes.
-Para
que luego digas que nunca ejerzo de padre. Hoy he ido a recoger a nuestro hijo
al cole.
-Tenemos
dos hijos.
-¡Caramba!,
eso explica lo del niño que corría llorando detrás del coche.
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