Eso
del sexo a distancia me recuerda los viejos chistes de novias o esposas que
quedan embarazadas cuando sus parejas están en la cárcel, en la guerra o dando
la vuelta al mundo en un barco mercante. La disculpa tradicional solía
remitirse a cartas muy apasionadas. Para nosotros, y para muchos de los
animales más cercanos genéticamente a nosotros, el resto de los mamíferos, las
aves y los reptiles, los tetrápodos terrestres en general, el contacto sexual
es condición sine qua non para la
procreación. Sin embargo, la biología ofrece a los seres vivos otras
alternativas. Obviamente en el reino vegetal lo usual es que no exista contacto
directo. La cópula tampoco es practicada por algunos invertebrados, ciertos
insectos, muchos peces, y hasta por un puñado de anfibios.
En
efecto, en el medio acuático es frecuente la fórmula del telesexo. Muchas hembras de peces realizan su puesta de huevos, los
machos frezan (ese es el término)
sobre ellos, fertilizándolos con su esperma, y después los huevos fertilizados
o bien se dispersan en el agua dejándolos a su suerte, o bien son estrechamente
vigilados en las guarderías acuáticas, por la hembra unas veces, por el macho
otras, o por ambos, según las diferentes especies. Iguales o parecidas
prácticas se dan entre ciertos moluscos, insectos, crustáceos y un largo
etcétera de animales. Aunque no existe una regla fija, podría decirse que el
medio acuático se presta más a la modalidad a distancia. En estos casos las
corrientes marinas o fluviales cumplen un papel similar al que realiza el
viento en el mundo de las plantas. En contraposición, el medio terrestre, la
vida en el suelo, en general ha favorecido y potenciado el contacto íntimo
entre machos y hembras. La cópula se practica mayoritariamente en tierra firme.
Capítulo
aparte merecen los anfibios, que al ocupar un hábitat intermedio entre el agua
y la tierra, parecen estar a caballo entre uno y otro medio. También en lo
relativo a las prácticas sexuales.
Particular
interés por lo llamativo, es el caso de la variedad británica de salamandra
común europea. Este curioso anfibio que habita los estanques, las lagunas y los
remansos, acaso debido al aislamiento que conlleva la insularidad, ha
desarrollado un poderoso instinto de territorialidad que afecta por igual a
ambos sexos, y se manifiesta por medio de una agresividad notable hacia
cualquier competidor por el territorio y el alimento. Su singular reproducción
sin contacto la inicia el macho depositando sobre el fango de la orilla o sobre
alguna hoja húmeda, un paquete de esperma que recibe el nombre de espermatóforo. Estos curiosos
envoltorios no son ni mucho menos privativos de las salamandras. Por caminos
diferentes la evolución ha convergido en la fabricación de espermatóforos en seres tan distintos como insectos o pulpos, por
ejemplo.
Pero
volvamos con nuestro Romeo del mundo salamandril. Su valioso paquete de
espermatozoides está impregnado de potentes feromonas, a cuyo olor acudirá la
hembra. El orgulloso macho aprovechará el momento para exhibirse un rato,
realizando movimientos, giros y balanceos sin otra finalidad que la de
demostrar que es un macho sano, fuerte y digno de convertirse en padre de una
numerosa prole. Tendrá, eso sí, mucho cuidado para no acercarse tanto que invada
el territorio de la hembra y provoque su justa ira.
Mientras
el macho monta el número, la hembra permanecerá atenta a la jugada, y si por
fin se decide a aceptarlo, simplemente pasará por encima del espermatóforo, absorbiéndolo por su
cloaca de una forma tan rápida que ni las cámaras más sofisticadas de los
documentalistas de la naturaleza serán capaces de filmarlo como es debido.
Recientes investigaciones han concluido que en el instante, la fracción de
segundo en que la hembra aproxima su cloaca a uno de los extremos del espermatóforo, son los propios
espermatozoides quienes se ponen en movimiento desde la zona distal, empujando
a sus compañeros situados delante. Así que a la vez que la hembra absorbe el
paquete, es el propio paquete el que se introduce velozmente en el conducto. De
ahí la inusitada rapidez del fenómeno.
Y
después nada más. Cada uno por su lado, aquí paz y después gloria. El viejo
profe Bigotini me mira, suspira resignado e inicia la retirada a sus aposentos.
Le imagino allí desempolvando esas viejas cartas de amor que guarda atadas con
cintas de colores.
-¿Muchacho,
eres ventrílocuo?
-¿Quién,
yo? Nooo.
-Pues
quítame la mano del culo inmediatamente.
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