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miércoles, 4 de septiembre de 2019

METEORITOS, ASTEROIDES Y CRÁTERES. LAS HUELLAS DEL TIEMPO


Existen más probabilidades de recibir el impacto de un meteorito que de ganar el primer premio de la lotería. Seguramente habéis escuchado esta frase u otras parecidas en muchas ocasiones. Sin entrar en el cálculo aproximado de la probabilidad de ocurrencia de uno y otro suceso, a nadie se le oculta que en ambos casos es extraordinariamente remota. Hace apenas unos años asistimos a la caída de un bólido, que causó graves daños, en la región de Los Urales. Seguramente se trataba de algún fragmento desprendido del objeto rozador de mayor tamaño que pasó a 27.000 Km. de la Tierra con diferencia de unas pocas horas.
En el caso de los objetos celestes relativamente pequeños que, empleando una expresión nada científica pero ciertamente gráfica, flotan en el cosmos, conviene aclarar que no son tantos como imaginamos. Mejor dicho, si son muchos, porque su cantidad es abrumadora, pero si tenemos en cuenta la enorme vastedad del espacio, su densidad es prácticamente insignificante.

De hecho la región de nuestro espacio próximo (el sistema solar) que mayor densidad de estos objetos alberga es el llamado cinturón de asteroides próximo a Júpiter. Concretamente se calcula que en torno al gigante joviano orbitan unos 100.000 asteroides de tamaño apreciable (diámetro superior a un kilómetro), y por supuesto muchísimos más objetos de tamaño menor. Pese a ello su separación media ronda los cinco millones de kilómetros, lo que equivale a más de diez veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Se comprende que a la hora de enviar naves y sondas no tripuladas el riesgo de colisión se haya despreciado.


Sin embargo, los impactos se producen continuamente. No hay más que observar la castigada superficie de nuestro satélite para apreciar en ella las numerosas marcas que a lo largo de su ya dilatada existencia han ido dejando una multitud de objetos. Tampoco la Tierra se libra del bombardeo, y si en las imágenes tomadas desde satélites no se aprecian estas huellas con la misma nitidez que en la Luna, ello se debe a que en nuestro planeta azul muchas zonas de cráteres aparecen enmascaradas por la vegetación que las cubre. De hecho existe un cráter enorme y relativamente reciente (1908) en la región siberiana de Tunguska que afortunadamente produjo muy pocos daños por tratarse de una zona deshabitada, y ha proporcionado un rico filón de diamantes industriales. También algunos miembros de la comunidad científica sostienen que el Golfo de México fue causado por el impacto de un gigantesco meteorito. Tal vez el que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años…


Un detalle curioso que no escapa a ningún observador es que todos estos cráteres tienen forma circular. Esto puede parecer extraño si comparamos los impactos con los que causan piedras de diferentes formas y tamaños que arrojemos sobre un montón de arena. Si hacéis la experiencia veréis que dependiendo de la forma del objeto que arrojemos, la fuerza con que lo hagamos y el ángulo de tiro, las huellas de los impactos adoptan formas muy variables. ¿Por qué no sucede lo mismo en el caso de los meteoritos? 
Antes de contestar a esta pregunta conviene aclarar que afortunadamente los objetos más pequeños se vaporizan al entrar en contacto con nuestra atmósfera. En cuanto a los asteroides y meteoritos de tamaño apreciable, cuando colisionan con el planeta, se produce una liberación explosiva de la descomunal energía cinética que alberga la masa del asteroide en función de su enorme velocidad (recordad E=mc2). Esta liberación energética concentrada se asemeja en todo a la detonación de una bomba de potencia extrema, y deja como ella un cráter circular, a lo que contribuye también en gran medida el hecho de que las eyecciones salen despedidas en todas direcciones de forma homogénea, con independencia de la dirección de que provenga la bomba y del ángulo del impacto. Por eso la inmensa mayoría de los cráteres son redondos. Acaso existe una única excepción cuando el impacto se produce en un ángulo muy oblicuo, extremadamente rasante, casi horizontal. En estos casos, que son muy raros, la energía no se libera en un solo punto, sino en una franja alargada en forma de barra.


La probabilidad de que se produzca uno de esos formidables impactos como el que según la teoría más extendida, originó el fin de la era reptiliana, es ciertamente muy remota. Los especialistas en la materia calculan que se produciría un cataclismo de esa magnitud cada 50 o 100 millones de años. El último habría ocurrido hace 65. ¿Estará próximo el siguiente? Os aconsejo que no penséis demasiado en ello, sobre todo porque llegado el caso, no habría nada que con la tecnología actual, pudiéramos hacer para evitarlo. Pensad mejor en que os toca la lotería.

El lenguaje estadístico es más difícil de interpretar que el antiguo sánscrito.  Sir Bertrand Russell.





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