sábado, 7 de septiembre de 2019

SEXO SIN CONTACTO. UN TELEGRAMA DE AMOR



Eso del sexo a distancia me recuerda los viejos chistes de novias o esposas que quedan embarazadas cuando sus parejas están en la cárcel, en la guerra o dando la vuelta al mundo en un barco mercante. La disculpa tradicional solía remitirse a cartas muy apasionadas. Para nosotros, y para muchos de los animales más cercanos genéticamente a nosotros, el resto de los mamíferos, las aves y los reptiles, los tetrápodos terrestres en general, el contacto sexual es condición sine qua non para la procreación. Sin embargo, la biología ofrece a los seres vivos otras alternativas. Obviamente en el reino vegetal lo usual es que no exista contacto directo. La cópula tampoco es practicada por algunos invertebrados, ciertos insectos, muchos peces, y hasta por un puñado de anfibios.

En efecto, en el medio acuático es frecuente la fórmula del telesexo. Muchas hembras de peces realizan su puesta de huevos, los machos frezan (ese es el término) sobre ellos, fertilizándolos con su esperma, y después los huevos fertilizados o bien se dispersan en el agua dejándolos a su suerte, o bien son estrechamente vigilados en las guarderías acuáticas, por la hembra unas veces, por el macho otras, o por ambos, según las diferentes especies. Iguales o parecidas prácticas se dan entre ciertos moluscos, insectos, crustáceos y un largo etcétera de animales. Aunque no existe una regla fija, podría decirse que el medio acuático se presta más a la modalidad a distancia. En estos casos las corrientes marinas o fluviales cumplen un papel similar al que realiza el viento en el mundo de las plantas. En contraposición, el medio terrestre, la vida en el suelo, en general ha favorecido y potenciado el contacto íntimo entre machos y hembras. La cópula se practica mayoritariamente en tierra firme.

Capítulo aparte merecen los anfibios, que al ocupar un hábitat intermedio entre el agua y la tierra, parecen estar a caballo entre uno y otro medio. También en lo relativo a las prácticas sexuales.
Particular interés por lo llamativo, es el caso de la variedad británica de salamandra común europea. Este curioso anfibio que habita los estanques, las lagunas y los remansos, acaso debido al aislamiento que conlleva la insularidad, ha desarrollado un poderoso instinto de territorialidad que afecta por igual a ambos sexos, y se manifiesta por medio de una agresividad notable hacia cualquier competidor por el territorio y el alimento. Su singular reproducción sin contacto la inicia el macho depositando sobre el fango de la orilla o sobre alguna hoja húmeda, un paquete de esperma que recibe el nombre de espermatóforo. Estos curiosos envoltorios no son ni mucho menos privativos de las salamandras. Por caminos diferentes la evolución ha convergido en la fabricación de espermatóforos en seres tan distintos como insectos o pulpos, por ejemplo.

Pero volvamos con nuestro Romeo del mundo salamandril. Su valioso paquete de espermatozoides está impregnado de potentes feromonas, a cuyo olor acudirá la hembra. El orgulloso macho aprovechará el momento para exhibirse un rato, realizando movimientos, giros y balanceos sin otra finalidad que la de demostrar que es un macho sano, fuerte y digno de convertirse en padre de una numerosa prole. Tendrá, eso sí, mucho cuidado para no acercarse tanto que invada el territorio de la hembra y provoque su justa ira.
Mientras el macho monta el número, la hembra permanecerá atenta a la jugada, y si por fin se decide a aceptarlo, simplemente pasará por encima del espermatóforo, absorbiéndolo por su cloaca de una forma tan rápida que ni las cámaras más sofisticadas de los documentalistas de la naturaleza serán capaces de filmarlo como es debido. Recientes investigaciones han concluido que en el instante, la fracción de segundo en que la hembra aproxima su cloaca a uno de los extremos del espermatóforo, son los propios espermatozoides quienes se ponen en movimiento desde la zona distal, empujando a sus compañeros situados delante. Así que a la vez que la hembra absorbe el paquete, es el propio paquete el que se introduce velozmente en el conducto. De ahí la inusitada rapidez del fenómeno.


Y después nada más. Cada uno por su lado, aquí paz y después gloria. El viejo profe Bigotini me mira, suspira resignado e inicia la retirada a sus aposentos. Le imagino allí desempolvando esas viejas cartas de amor que guarda atadas con cintas de colores.

-¿Muchacho, eres ventrílocuo?
-¿Quién, yo? Nooo.
-Pues quítame la mano del culo inmediatamente.



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